domingo, 19 de agosto de 2012

Razones humanitarias

Hablan de razones humanitarias para excarcelar a un preso que padece cáncer con metástasis.
Me pregunto que razones humanitarias tuvo él en cuenta para secuestrar a un hombre y tenerlo en un zulo durante 532 días, sin salir en todo ese tiempo y con la única luz de una bombilla.
532 días en un agujero húmedo de 3 metros de largo, por 2,5 metros de ancho y 1,8 metros de alto que solo le permitían dar tres pasos.
532 días durante los que sólo le daban de comer fruta y verdura, y el agua para asearse en el mismo orinal en el que tenía que hacer sus necesidades.
532 días durante los que el secuestrado perdió 23 kg, masa muscular y densidad ósea.
532 días que le dejaron el sueño alterado y la mente bajo el dominio del estrés postraumático, la ansiedad y la depresión.

No entiendo como aunque haya leyes, no hay excepciones en las que a mi parecer está tan claro que hay gente que no se merece ni un gesto de humanidad (aunque bien pensado ¿quién dice que la humanidad es buena?)
Este preso no se ha arrepentido de lo que ha hecho, está enfermo, se va a morir y punto. Ahora, como durante toda su enfermedad, está siendo atendido (como se atiende a las personas, y no como él lo hizo con el secuestrado durante casi dos años). Considero incluso que se le ha tratado mejor de lo que se merece.

Este tipo de cosas sacan a flote lo peor de mí  misma.



martes, 14 de agosto de 2012

Decepciones

Me había vuelto confiada, había vuelto a bajar la guardia y el tiempo me ha confirmado que no puedes confiar en cualquiera y, sobre todo, que no tienes que aceptar cosas que no te convencen de los demás (pensando que cada uno es como es, y que hay que aceptarlo como tal) a costa de no escuchar tus intuiciones.
Siempre había intentado mantener las distancias, no ilusionarme demasiado con las personas, pero el tener hijos había hecho que se despertara en mí una fe en la especie humana que he vuelto a descubrir no se merece.
Está claro que cada uno somos como somos, y que no podemos gustarle a todo el mundo, incluso, a estas alturas, acepto romper una amistad o relación porque no seamos compatibles, pero... no se, creo que no se lo que digo.

Estos días, no entiendo porqué, le estoy dando vuelta a las dos últimas decepciones que he tenido, y me doy cuenta de que aunque ya han pasado varios meses, todavía me duelen.

Yo tampoco quiero que empiece el colegio

Se acerca septiembre y parece que la pregunta obligada a los niños es "¿tienes ganas de que empiece el colegio?"
A mi chico mayor ya se lo han preguntado varias veces, sobre todo familiares a los que no ve muy a menudo y que deben de pensar que es la mejor pregunta para romper el hielo.
Hasta ayer no me había dado cuenta de lo que está calando esa pregunta en el niño, y cuánto le están haciendo pensar en el futuro. Por la noche, mientras se iban a la cama, le preguntó a su padre entre pucheros que si faltaba mucho para que empezara el cole, y al día siguiente a mí me dijo que prefería estar conmigo a estar en el colegio...
Creo que sus pensamientos y sentimientos respecto al tema son muy lógicos ¿quién no prefiere estar de vacaciones, no madrugar y tener todo el tiempo del mundo para jugar y no hacer nada que no te apetezca?
Pero que le entienda no quita que yo también empiece a sentir un poco de ansiedad al pensar en ese día que no tengo ningunas ganas de que llegue.
¡Y es que hace cuatro días estábamos impacientes porque empezaran las vacaciones y ya queda menos de un mes para empezar un nuevo curso!

Quiero hablar con él del tema. Que pueda explicarme qué es lo que no le gusta de volver al colegio, o qué es lo que prefiere de no estar en él. Quiero dejarle claro que lo entiendo, y que puede expresar lo que piensa y siente respecto al colegio.
Pero también quiero que empiece a aceptar (no me gusta demasiado la palabra) que durante nuestra vida haremos cosas que nos gustan mucho y otras que no nos gustan tanto, e incluso algunas que nos gustan poco, pero que tenemos que hacerlas.

De todas formas, conozco a más de uno, con unos cuantos años más que mi hijo, que daría lo que fuera para no ir a trabajar y quedarse en casa todo el día viendo la tele, jugando a la consola o sentado frente al ordenador. Así que parece que referente a las obligaciones no somos tan diferentes los adultos y los niños.

Se que me esperan días en los que me diga que no quiere ir al cole, que tiene sueño o que está enfermo. Y le   veré entrar a clase, con un par de lágrimas resbalándole por las mejillas, y preguntándome si vale la pena, sino sería mejor tenerlo para siempre en casa conmigo.
Y también habrán días en los que vaya saltando de alegría porque tiene gimnasia, porque llueve y puede meterse en los charcos con las botas de agua, o porque celebran el cumpleaños de algún compañero.

Estos dos años, al final de curso la profesora del niño nos ha dado un dvd con fotos de todas las actividades que hacen, y ahí puedo ver a mi chico tal y como es. En algunas fotos está de morros, no conforme con algo, pero en la mayoría está sonriente, haciendo alguna mueca y mostrando cara de niño feliz que disfruta con lo que están haciendo.

Tengo un recuerdo. Soy jovencita y es domingo por la noche, en el cine, y de pronto me asalta la angustia de que cuando acabe la película me voy para casa, a cenar, dormir... y al día siguiente es lunes y hay que volver al colegio.
Mis recuerdos del colegio no son ni buenos ni malos y mi época de estudiante la recuerdo sin pena ni gloria. Pero es cierto que aunque me arrepiento de haber dejado de estudiar, no quisiera volver a aquellos años. Y es que aunque en el colegio no estuviera mal, siempre estaba en casa mejor, con mi madre, o en la calle jugando, con mis amigos.

martes, 7 de agosto de 2012

Calor

Lo que menos me gusta del verano es el calor: prefiero el invierno, el frío. Llevo mejor lo de ponerme cuatro mangas para abrigarme, que estar sudando todo el día, lleve la poca ropa que lleve. También hay que decir que en la zona en la que vivo los inviernos no son nada duros, ni demasiado fríos, así que quién sabe cómo llevaría lo de vivir en un lugar en el que se pasan el invierno bajo cero y no pueden salir de casa.

Todo en la vida tiene sus pros y sus contras, y el verano no es diferente. Lo que pasa es que algunos de esos pros y contras han cambiado desde que tengo hijos.
Los contras (para mí) que no han cambiado son que como tienes las ventanas abiertas, se escucha todo lo de la calle como si lo tuvieras metido en casa, incluida esa moto que lleva el motor de un reactor en el momento más interesante de la película. O ir a comprar al supermercado de siempre y encontrártelo lleno de gente que está de vacaciones, que compran en grupo de no menos de cuatro, sin prisa, parándose en medio de los pasillos, y tomándose media hora para decidir si compran peras o manzanas...
Y algo que no me molestaba y que ahora puede ponerme muy nerviosa, son los niños que vienen a jugar al balón en mi calle, que es peatonal, a la hora que el pequeño duerme la siesta. Y ya se que el verano es para jugar en la calle, y que los niños son niños, pero no puedo evitar acordarme de sus padres cuando me despiertan al niño. ¡Y pensar que quizás el día de mañana será otra la que se acuerde de mí cuando sean los míos los que jueguen al balón!

Pero bueno, el verano también tiene muchos pros, muchos alicientes que hacen que sea la mejor época para otras muchas cosas, y de estas las que más me gustan son las que he descubierto, o las que me gustan, desde que tengo hijos.
Este es el segundo verano desde que Rodrigo empezó el colegio y disfruto mucho de tenerlo en casa y estar todo el día con él.
Esto me recuerda que el año anterior hubo mucha gente que me recomendó, incluso advirtió, de que como no apuntara a Rodrigo a alguna escuela de verano me volvería loca con los dos, que las vacaciones se me harían eternas. También me dijeron que al niño le hacía falta, que necesitaba seguir con la rutina de madrugar y de estar con más niños. Y no fue así. De hecho este verano se me está pasando rapidísimo, y valoro estos meses mucho más desde que Rodrigo va al colegio, porque está conmigo en casa. Y no, ni le hace falta madrugar ni estar con un montón de niños más que no conoce, ya tiene bastante con sus compañeros de clase durante el curso (dicho por él mismo).
Durante el día duerme la siesta si quiere, y por la noche nos vamos a la cama cuando tenemos sueño. Por la mañana, a no ser que tengamos que ir a algún sitio, se levanta cuando se despierta, y siempre de buen humor, ya que ha dormido lo que le hace falta.
Soy consciente de que podemos permitirnos estos horarios porque yo no trabajo, por eso lo disfruto mucho más. La única rutina es la que nosotros nos marcamos, e intentamos no tener muchos compromisos ni obligaciones, para poder hacer en cada momento lo que nos apetece. Además, siempre he pensado que el verano es para no madrugar, para ver dibujos, para jugar, divertirse, para descansar de todo lo que tenemos que hacer el resto del año, para estar de vacaciones...