lunes, 30 de septiembre de 2013

De lo que somos capaces

Estos días, el caso de Asunta Basterra me ha hecho recordar otros nombres: el de las niñas de Alcácer, Mari Luz Cortés, Rocio Wanninkhof, Marta del Castillo, Ruth y José Bretón... por decir algunos.
El caso de las niñas de Alcácer es el primero que recuerdo, hace ya más de veinte años. Yo tenía 15, y me acuerdo de ver a mi madre llorar cuando vimos en la televisión la noticia de que habían encontrado los cuerpos, y cómo se descomponía cada vez que se descubrían detalles de lo que habían padecido las niñas. En esos momentos, yo tenía más o menos la misma edad que ellas.
Supongo que antes habría otros, pero no los recuerdo. Para mí, aquello marcó un antes y un después, fue como despertar y descubrir las barbaridades de las que es capaz el ser humano.
Y desde entonces, es como si cada cierto tiempo tuviera que pasar algo que nos recordara eso, que somos salvajes. Aunque también se cometen barbaridades en las guerras, todos los días, y tampoco está justificado.

Pensando en esto (y por muy banal que pueda resultar en comparación), mi boca dibuja una mueca que parece casi una sonrisa al recordar que una amiga me reprochara hace poco que no reciclo, que menudo planeta le estaba dejando a mis hijos...

lunes, 23 de septiembre de 2013

Desvaríos

Estoy sentada frente al ordenador aprovechando los diez minutos justos, y con interrupciones, de los que dispongo ahora mismo. Estoy intentando acabar de escribir alguno de los innumerables post que tengo empezados, esos que empiezo en un momento de inspiración y que tengo que dejar de escribir porque me reclaman desde cualquier rincón de la casa. Esos que retomo después, cuando me regalan otros diez minutos, y no se cómo continuar porque la inspiración se esfumó en la primera interrupción. Y mientas escribo estas líneas, y a través de lo poco que mis sucios cristales me dejan ver, admiro con envidia como mis vecinos, solteros y a estas horas de un lunes en casa, limpian las ventanas y los cristales y que, en mi humilde opinión, no estaban sucios.

Si fuera como esos niños

Si mi hijo fuera como esos niños a los que les gusta el colegio, que disfrutan con las actuaciones escolares, que piden practicar actividades extra escolares, que se aburren en vacaciones y fines de semana esperando que lleguen los días de clase... yo estaría más tranquila.
Me levantaría por las mañanas sin el estómago revuelto, sin la duda de si ese día sería de los buenos o de los malos, sin esa incertidumbre, hasta que entra por la puerta del colegio, de si me va a decir algo que me rompa el corazón... Si es un día de los malos intento contenerme, consolarle, escucharle, animarle o lo que crea que haga falta, lo que sea con tal de aliviarle. Y el nudo del estómago con el que me he levantado va apretando más y más conforme lo veo entrar por la puerta. A partir de ese instante ya estoy pensando en la cara que tendrá al salir. Normalmente los días malos son parecidos: toda va más o menos bien hasta la hora de salir por la puerta de casa (hasta ese momento ha desayunado, se ha vestido y ha visto dibujos contento, sin dar señales de estar enfermo ni nada), entonces o le duele algo, o directamente me dice que no quiere ir al colegio, con los ojos vidriosos y haciendo pucheros. Algunos días incluso hace el camino aguantando las lágrimas, con actitud de sometimiento, de voy porque tengo que ir, no porque quiera, voy por ti, porque tú quieres que vaya.
Y si el día ha sido de los buenos, consigo respirar tranquila y dejar de contenerme cuando ya lo he perdido de vista porque está dentro y no tengo la posibilidad de verle.
Oigo hablar a las madres de los niños a los que les gusta el colegio y no las envidio a ellas, envidio a los niños por mi hijo, porque para él es un mal trago tener que ir al colegio, mientras podría ser otra cosa más y ya está.
¿Qué prefiere mi hijo? No madrugar,estar en casa, jugar, ver la televisión... ¿Qué no le gusta? Que le manden o le impongan lo que hacer, estar sentado y quieto, estar con gente con la que no está a gusto, pintar, escribir, leer...
Oigo hablar de escuelas y escoletas, escuelas libres donde respetan al máximo los ritmos de los niños, de homeschooling y educar a tus hijos en casa, y me siento impotente y cobarde, inútil y no preparada para hacer algo así.
Si él no se pusiera nervioso, yo no me pondría nerviosa, y a la vez no lo podría nervioso a él.

Pero mi chico no es como esos otros niños. Se levanta cinco días a la semana poniendo todo lo que puede de su parte para ir al colegio, cosa que no le gusta. Es un niño que prefiere jugar, ver la televisión y estar conmigo en vez de estar sentado y hacer cosas que de momento no le interesan. Es un niño que necesita moverse y tener espacio, su cuerpo se lo pide.
Es mi niño.

¿Cómo puedo ayudarte?

No me pides ayuda, pero me preguntas qué haría yo en tu situación.
Ni quiero, ni puedo, decirte lo que tienes que hacer. Demasiada responsabilidad.
Sabes que actúas como yo no lo haría, dices cosas que yo no diría ¿de verdad necesitas preguntarme qué pienso?
Te gusta sufrir, es lo que creo.
No concibo que alguien haga algo que sabe le va a hacer daño, que tiene comprobado que no es bueno para su salud y después se sorprenda del resultado.
No me gusta, que además, le eches la culpa a otros. Pueden haber empezado la situación, pero sólo está en tu mano no hacer lo que estás haciendo.
Hemos podido comprobar, tú y yo, que aunque te diga lo que yo haría, que aunque te diga lo que tienes que hacer, al final haces lo que quieres, aún sabiendo que te va a doler.
Siento verte sufrir, más de lo que te imaginas, pero he llegado a la conclusión de que no se puede ayudar a quién no se quiere dejar ayudar.
Con los años me has hecho creer que te gusta vivir así, tener siempre alguien y algo por lo que sufrir, sentirte víctima. Y aunque me desconcierta, también entiendo que sólo una persona tan fuerte como tú puede vivir siempre con tanto sufrimiento. Sólo alguien tan fuerte puede llevar tanto peso sobre sus espaldas. Pero ¿vale la pena?

lunes, 2 de septiembre de 2013

Con los deberes sin hacer

Tres veranos he estado indecisa, y tres veranos he hecho lo mismo: nada.
En estos tres años, cada vez que mi chico el mayor ha terminado el colegio, he tenido el mismo dilema: ¿hacemos deberes en verano? Y quien dice deberes dice tareas, actividades, manualidades, ejercicios, repaso... cualquier cosa cuyo objetivo sea no olvidar lo que ha aprendido durante el curso.
Y cada año me surgen las mismas preguntas: ¿lo aprendido se olvida? ¿tan pequeño le hace falta repasar?, si no disfruta ahora del verano y de lo que esto significa ¿cuándo lo hará?, si no hace deberes ¿irá más retrasado el próximo curso?, ¿no se supone que están aprendiendo constantemente, incluso mientras juegan, que son como esponjas que todo lo absorben?, ¿le estoy haciendo más mal que bien?
Y claro, siempre (o casi siempre) que se toma una decisión te queda la duda de si será la adecuada, de qué hubiera pasado si hubiéramos ido por el otro camino, de si al final me arrepentiré... sí, soy una indecisa., y lo único que puedo hacer es reconocerlo.
El caso es que estos años no hemos hecho deberes en verano y ha terminado los cursos dentro de la media, teniendo en cuenta que con 3, 4 y 5 años no tendría que haber media. Cada año ha ido adquiriendo conocimientos, avanzando, aprendiendo cosas, y entonces pienso que falta no le ha hecho, que por lo menos el niño ha disfrutado del verano, y yo del niño.
También pienso que ya llegará cuando tenga deberes y no haya más remedio que hacerlos, que dedicarle tiempo a los estudios. Y para no variar, ya me anticipo a los acontecimientos y me preocupo por el tema. Todavía no hemos empezado el nuevo curso y ya estoy pensando en cómo podré ayudarle con los deberes, cómo llevará él empezar primaria, cambiar de maestra, hacerse mayor... y pensando, pensando, y siendo sincera conmigo misma, la pregunta es ¿cómo lo voy a llevar yo? Pues quiero pensar que no demasiado mal pero  sobre todo lo que no quiero es pasarle a él mis miedos y dudas en este tema.