martes, 6 de febrero de 2018

Tus huesos

Es de mala educación, lo sé, pero no puedo evitarlo.
¿Cómo no mirarte? ¿Cómo dejar de preguntarme qué es lo que ha hecho que estés así?
Y ¿cómo estás? Pues en los huesos. 
Tendrías que parecer ligera como una pluma, ágil como una gimnasta, y sin embargo parece que tu esqueleto no puede con lo que cubre tus huesos, con esa fina capa de piel, que casi podría recordar a la seda a punto de resbalar y dejar al descubierto lo que hay debajo: tus huesos.
Si te miro, puedo imaginarme cómo soy yo debajo de toda esta carne que me cubre. Los huesos de los pómulos, los de las muñecas, los de las manos, las rodillas marcándose bajo esos pantalones que por muy pequeños que sean, te quedan enormes.

Las historias tristes también terminan bien

No tengo la costumbre de releer libros. Alguna vez lo he hecho por "culpa" del Club de Lectura, siempre me he dicho que debería hacerlo más a menudo, y al final no lo hago.
Y me ha vuelto a pasar. El libro del mes de febrero es "La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey", que ya había leído hace años, y me ha encantado, el libro y volver a leerlo.

Quiero copiar algunos fragmentos:
"Esto es lo que me encanta de la lectura; en un libro encuentras un detalle diminuto que te interesa, y este detalle diminuto te lleva a otro libro, y algo en ese te lleva a un tercer libro. Es matemáticamente progresivo; sin final a la vista, y sin ninguna otra razón que no sea por puro placer".
Tal cual. Me ha pasado, y me sigue pasando, muchas veces. En ocasiones son tantos los libros que surgen del primero que al final olvido cual era con el que empezó todo.

"No me considero una mirona auténtica (los de verdad buscan los dormitorios), pero las familias en las salas de estar o en las cocinas... eso me emociona. Me imagino sus vidas con sólo echar un vistazo a su estanterías, a los escritorios, a las velas encendidas o a los cojines brillantes de los sofás".
A mí también me gusta mirar, y no me considero una mirona (prefiero pensar que soy observadora).
Me da sensación de calidez y recogimiento ver las luces de las casas. Imaginar qué habitación estoy mirando sino se puede adivinar desde la calle, lo que hacen... y verme yo en mi casa.

"Realmente los libreros son una raza especial. Nadie en su sano juicio aceptaría trabajar de dependiente en una librería por el suelo, y ningún propietario en sus cabales quería ser dueño de una, porque el margen de ganancias es demasiado bajo. Así que tiene que ser un amor a la lectura lo que les empuja a hacerlo, junto con ser los primeros en hojear las novedades".
Pues sí, pienso que el que tiene una librería es porque ama la lectura (o porque la ha heredado), y no porque sea un negocio en el que se gane demasiado.

"Leer buenos libros te impide disfrutar de los malos".
Cuántas veces he terminado un libro que me ha gustado mucho y todo lo que ha venido detrás me ha parecido malo, aburrido, sin sentido.

"¿No es significativo que conozcas tu alma por lo que dicen los demás en lugar de por ti mismo?".
A veces podemos saber cómo somos por cómo nos ven los demás.


Para mí esta novela es una historia triste que no deja mal sabor de boca, que incluso tiene un final feliz.
Estaba convencida de que la protagonista de la novela era Juliet, hasta que a mitad del libro más o menos, me doy cuenta de que el nombre de uno de los personajes aparece en las historias de todos los demás, pero ese personaje no nos cuenta nada, en ningún momento. Sin embargo podemos hacernos una idea clara de cómo era y cómo vivió por lo que sus amigos cuentan de ella: Elizabeth Mckenna. Y aunque su final es triste, y muchos momentos de su vida también, hace tanto bien a los que están a su alrededor que consigue que eso quede por encima.
Es imposible no encariñarse con los personajes, con sus vidas y el lugar en el que viven. Te dan ganas de irte a vivir a una isla, tener un huerto, criar animales, hacer pociones y escribir un libro.
Pero no todo es bonito, ni mucho menos, también se narran momentos muy duros que no hay que olvidar, que demuestran las maldades que somos capaces de hacer, y a las que personas extraordinarias consiguen sobrevivir.
Remy, por ejemplo, sobrevivió en cuerpo, aunque quizás no en alma. Pero Elizabeth seguramente vivirá durante mucho más tiempo, en la memoria y en el corazón de todos a los que ayudó. Ella no sobrevivió en cuerpo, pero sí en alma.


lunes, 5 de febrero de 2018

Soy dos

Soy dos, o más.
Por un lado soy siempre la misma, a la que puedes predecir, la que conoces y de la que puedes decir cómo es.
Pero también soy otra: esa que tiene pensamientos que no comparte con nadie, esa que hace cosas que no aprueba en público, esa otra cara, la de otro color, que no necesariamente tiene que ser la oscura.
Creo, estoy convencida, de que todos somos dos, como mínimo. Por muy abierta que sea una persona, por mucho que parezca que lo cuenta todo y no tiene secretos, seguro que hay cosas que no dice, que no comparte. Lo entiendo y lo respeto, de hecho, creo que es necesario.

Yo, y mi otra yo, estamos en constante cambio. Nos complementamos, nos equilibramos, y a veces nos molestamos la una a la otra. Hemos crecido mucho y cada vez nos gustamos más. Además, me he dado cuenta de que últimamente nos damos paso, nos buscamos, ya empezamos a conocernos lo suficiente como para saber en qué momento estará más cómoda una, u otra.
Cada vez mimo más y me cuesta menos darle el reconocimiento que se merece, a mi otra yo.
A veces me pregunto cual de las dos está más reprimida, porque lo que tengo claro es que las dos lo están. 
El caso es que la quiero, y que yo también me quiero, cada vez más.