miércoles, 20 de febrero de 2019

Síntomas sin diagnóstico

Han pasado los mareos y han vuelto los ahogos.
Hace un par de meses fui al médico porque me ahogaba, pero no al realizar un esfuerzo, sino estando en reposo, tranquilamente, sin motivo aparente.
Me mandó análisis (mi médico me manda análisis para todo) para descartar que volviera a tener anemia, y quedó descartado. Le comenté, de todas formas, que desde que había ido a su consulta se me había pasado (como otras tantas veces en las que cuando cuentas lo que te pasa, se te pasa), así que volvía a estar bien. Entonces me dijo que podría ser ansiedad, que era porque algo me  preocupaba y ahora ya no lo hacía. "No recuerdo nada que me preocupara especialmente", le contesté. "Por eso te preocupaba, porque no lo podías identificar".
Bueno, pasé de casi tener anemia a poder tener ansiedad. El caso es que salí de allí sin ningún remedio, y no me refiero a cualquier medicación.
Después llegaron los mareos de los que ya hablé, y entre que tardan tanto en darte cita para el médico, y que esperé a ver si conseguía identificar porqué o cuándo me pasaban, se han pasado. Pero hace un par de días que volví a sentir que me ahogaba.
¿Cuántos dolores, problemas o síntomas padecerá nuestro cuerpo a los que no les encontraremos el motivo, la razón, el origen? ¿Cuántos no serán motivo de algo grave y no lo descubriremos hasta que ya sea demasiado tarde?
Este es un pensamiento pesimista que no me gusta nada, que siempre he intentado tener a ralla, pero que últimamente empiezo a tener cada vez más presente.
Mi madre siempre ha sido de las que cuando le hablan de algo malo y a ella le pasa algo parecido, seguro que también lo tiene. Incluso cree tener los mismo síntomas.
Más de una vez, en el vestuario del gimnasio, se ha hablado de fulanito o menganito que empezó con un dolor de espalda y murió de un cáncer en el riñón (esto es cierto), un dolor de cabeza y murió de cáncer cerebral, fue al médico porque se encontraba mal y tardaron tanto en dar con la causa que ya fue demasiado tarde cuando le dieron un diagnóstico, lo ingresaron en el hospital por una cosa y murió por otra... Me niego a pensar que por cualquier cosa que me pase puedo tener algo tan grave como para morirme.
Me niego, pero no puedo evitar que el pensamiento asome las orejas cada vez más a menudo. De momento lo tengo a raya, pienso en otra cosa cuando aparece, y al quitarle importancia se esfuma. Pero siempre está ahí, preparado para dejarse ver.

Y esto, señoras y señores, son cosas de la edad.

martes, 19 de febrero de 2019

¿Qué tiene más poder?

¿Qué tiene más poder, nuestras semejanzas o nuestras diferencias?
Si son nuestras diferencias, lo ideal sería no llegar nunca a la situación en la que podamos comprobarlo.
Tengo familiares, amigos y conocidos con muchas cosas en común, y con más de una diferencia.
En algunos casos los dos conocemos esas diferencias, pero podemos evitarlas, esquivarlas en algunas conversaciones, ya que sabemos que no llegaríamos nunca a un acuerdo. Nos respetamos mutuamente, aunque no compartamos la opinión del otro. En estos casos tienen más poder nuestras semejanzas.
En otros casos yo conozco la opinión del otro, y no doy la mía porque sé que con esa persona no existe el respeto suficiente para que acepte mi opinión. Aquí, si alguna vez diera mi opinión, sin duda tendrían más poder nuestras diferencias.

Coincido a veces con personas en situaciones que he elegido yo, como el club de lectura, el gimnasio, alguna charla sobre un tema que comparto... y pienso, "pues tenemos algo importante en común". Pero sé que eso no es suficiente como para que no haya alguna diferencia, alguna discrepancia, contra la que no sea suficiente nuestro amor por la lectura, lo bien que nos hace sentir el ejercicio físico o estar los dos a favor de la lactancia materna, por ejemplo.
Y es que ¿podría dividirse la gente en grupos totalmente iguales? 
Me explico, y pongo un ejemplo que seguramente sea una barbaridad: por un lado personas que voten al PP, su equipo favorito sea el Barça y estén a favor de las corridas de toros. Por otro lado personas que voten a Podemos, su equipo sea el Real Madrid y estén a favor de prohibir las corridas de todos.
Hay gente que se odia directamente por votar a partidos políticos diferentes, y seguramente sean aficionados del mismo equipo de fútbol, o dediquen sus fines de semana a trabajar como voluntarios en un refugio para animales abandonados.
¿Y esos encuentros entre aficiones rivales en las que muere alguien en una pelea? ¿Me quieres decir que ser de un equipo diferente es motivo suficiente para pelear, para matar? ¿Cuántas otras cosas no tendrán en común más importantes que la diferencia de ser aficionado del equipo contrario?
Deporte y política son los temas que más discusiones provocan. Y es que parece que detrás de un equipo y un partido político no haya nada más en esa persona que valga la pena.
Como dice mi hijo mayor tan a menudo, y que tan poco me gusta: ¡Qué asco!

lunes, 18 de febrero de 2019

Sentirnos bien por los demás

Es cierto lo de que si tú te sientes bien es más fácil hacer que los demás también se sientan bien.
A mí me pasa. 
Si puedo ir al gimnasio por las mañanas, aun con el madrugón que supone, si puedo hacer algo durante el día solo para mí, que me haga sentir bien, si hago (casi) todo lo que tenía previsto, si me cuido, si me dedico tiempo, si me dedico a mí, un poquito al día nada más, la suficiente como para cuidarme, lo noto.
Y no se trata de hacer todo lo que he dicho antes todos los días, pero sí pensar en mí misma todos los días, en atenderme como hago con mi familia y mi casa, con la gente que me rodea.
Quiero enseñar esto a mis hijos, que puedan ver y valorar el efecto que tiene dedicarse tiempo a uno mismo, a quererse. Y sé que no siempre lo hago, y que muchas veces no soy un ejemplo.
Cuando son varios los días seguidos que no puedo hacer nada por cuidarme, que no me atiendo, soy una borde y una margada. Todo me molesta y me sabe mal. Respondo de malas maneras y me sobra el mundo.
Así que sí, os aseguro que es necesario cuidarse, primero por nuestro bien, y después por el bien de los que queremos.

domingo, 17 de febrero de 2019

¿Compartir o exhibir?

"Supongo que desde el momento en el que tengo cuenta en una red social o decido publicar un blog, pierdo el derecho de hablar de lo que los demás cuentan de sus vidas. El caso es que todavía no tengo claro el motivo de porque según a quien lea me da la sensación de que exhibe o de que comparte.
A veces pienso que es por lo que cuentan, a veces por como lo cuentan, y nunca es porque me caigan bien o mal, porque no leo a nadie que me caiga mal, o que simplemente no me interese lo que tenga que contar.
De todas formas, compartan o exhiban, admiro a la gente capaz de contarlo todo de ellos mismos".

Y sigo teniendo esa sensación, la de que hay quien exhibe y la de que hay quien comparte. Y sigo admirando a quien puede mostrar tanto de su vida, sobre todo en imágenes.
Quizás un día yo haga lo mismo, nunca se sabe. De momento prefiero escribir, cuanto más mejor, y soñar, soñar con que...


sábado, 16 de febrero de 2019

Sus tacones la preceden

Antes que ella llega el sonido de sus tacones, de andar ligero y decidido.
De figura esbelta, erguida, carga al hombro con la bolsa en la que lleva todo lo necesario para irse tan perfecta como ha venido. Incluso una percha.
Llega perfecta, se va perfecta, ese parece su estado natural.
Deja la bolsa sobre el banco y saca la percha, que cuelga de la puerta de una taquilla. Se quita la ropa ordenadamente, y prenda a prenda, la coloca con cuidado en la percha, siempre con el mismo último gesto, pasar la palma de la mano para quitar posibles arrugas.
Cuando lo único que le queda por quitarse es el bañador, prepara lo que necesita para ir a la piscina. Guarda la bolsa en la taquilla y en la barra de la parte superior cuelga la percha, llena de ropa lisa y ordenada, que coloca con cuidado para que en ese espacio tan pequeño no se arrugue nada.

viernes, 15 de febrero de 2019

Difícil hacerlo bien

"Cuando creía tener claro lo que no decirle a mis hijos por su sentido negativo, me encuentro con que decir "muy bien" también está mal. O no está bien, que para el caso es lo mismo.
Y pensé "¡Joder!, es que ni decir muy bien está bien".

http://crianzarespetuosayconsciente.blogspot.com.es/2016/09/por-que-dejar-de-decir-muy-bien-los.html

La primera vez que leí sobre el tema fue hace tiempo. Hasta ahora no me había preocupado demasiado seguirlo al pie de la letra (lo reconozco) porque no abusamos del muy bien ni de ese tipo de conducta "perjudicial", y porque a mi hijo mayor todo parece darle más igual. Pero con el pequeño es diferente por cómo se lo toma él: necesita aprobación constante, y cuando hace algo te pregunta varias veces "¿a que lo hago bien?".
Y es por él por quien vuelvo a leer el artículo y a analizarme cuando le hago alguna alabanza o elogio (aunque haya momentos en los que esté más que convencida de que no sirve de nada informarse tanto ni andar con tanto cuidado)".

Siguen siendo diferentes, puede que cada día más, y también es diferente lo que necesitan.
A uno hay que empujarle, al otro contenerle, a uno hay que conseguir que confíe más en sí mismo, al otro casi hay que bajarlo de ese escalón que casi siempre está por encima de los demás, a uno hay que decirle que le ponga más empeño, que puede, al otro hay que decirle que puede relajarse, dejar de ser perfecto.
Y así andamos, entre tratar a cada uno como creemos que hay que hacerlo, según su forma de ser y sus circunstancias, y adaptar las normas del día a día a su ritmo y al nuestro.
Pero he de decir que creo que vamos bien, que somos un equipo de cuatro y que todos miramos en la misma dirección. El objetivo es el mismo para todos.

jueves, 14 de febrero de 2019

No es tan fácil

Otro borrador.

"No es tan fácil no castigar, no quitar privilegios, no sufrir las consecuencias...
Nosotros no utilizamos la palabra castigo, no castigamos (se supone), pero sí quitamos privilegios o dejamos que el niño sufra las consecuencias de ¿lo que hace mal, lo que no hace bien, lo que debería de hacer y no hace, lo que no debería de hacer y hace?; lo escriba como lo escriba suena mal. O mejor dicho, escriba lo que escriba, suena a excusa.
Yo pensaba que no es que lo hiciéramos bien, pero que realmente no lo hacíamos tan mal. No le decimos a los niños "estáis castigados con no ver la tele", pero si (por ejemplo) estamos jugando, toda la casa llena de juguetes y decidimos cambiar de activad, vale, pero primero vamos a recoger. "¡No queremos recoger!", responden, pues vale, no recojáis si no queréis, pero no se hará lo siguiente hasta que los juguetes estén recogidos. A ver, la situación no es exactamente así, ni tampoco siempre. Muchas veces terminan de jugar, o simplemente no terminan, les apetece cambiar de actividad un rato, hacen otra cosa, se queda todo por en medio, y no pasa nada, después lo recogen o vuelven a jugar con ello, pero en algún momento recogemos.
Normalmente, cuando llegamos por la mañana después del colegio, quieren ver la tele. Antes, si no se lavaban las manos nada más llegar, no la ponía. Unos días se lo tomaban mejor que otros, pero al final conseguimos que fuera una rutina y aunque casi siempre preguntaban si podrían ver dibujos al llegar, y yo les decía que cuando se lavaran las manos, había ocasiones en las que ni preguntaban, iban directos al baño a lavarse las manos. 
Pero llegó un día en el que, no recuerdo cómo fue, alguno de los dos dijo que no se quería lavar las manos mientras que el otro ya las tenía limpias. Como no me parecía bien dejar sin televisión al que se había lavado, ni iba a sacar del comedor al que no lo había hecho, le dije que vale, pero que con las manos sucias no iba a comer. Llegó el momento de la comida y aunque protestó porque se quería sentar a comer sin lavarse las manos no le dejé, y al final se las lavó y comió con el resto de la familia.
Aquí fui yo la que decidí que no era tan grave no lavarse las manos nada más llegar a casa, que con que las tuvieran limpias para comer, que para mí es lo importante, daba igual el momento en que se las lavaran. Y ahí empecé a aflojar, a darme cuenta que podía ahorrarme muchas discusiones, que muchas cosas, la gran mayoría, no tenían porque ser aquí y ahora".

Parece que hace un siglo de esto, que las discusiones de esos días serían para siempre, que  nunca harían o dejarían de hacer esas cosas en concreto... bien, pues puedo decir que hicieron o dejaron de hacer aquellas cosas en concreto, y que ahora son otras cosas las culpables de nuestras discusiones. 
Las discusiones, en algún sitio leí que son señal de convivencia, de resolución de conflictos, de una familia sana. Bueno, supongo que en su justa medida, y por lo que merece la pena discutir, claro.
Hemos aprendido, aunque no hemos terminado, a adaptarnos a las situaciones, a buscar otra perspectiva cuando lo que hacemos no funciona. A tener siempre presente que es pasajero, no para dejarlo estar y no buscar solución, sino para darnos cuenta de que es otra fase, otra etapa, tan necesaria como las demás.
Intento tener presente no hacer lo que no me gustaría que me hicieran, que una explicación enseña y se agradece, que un ataque retrae y pone a la defensiva. 
Intento vivir el presente, porque ya me he dado cuenta de lo rápido que llega el futuro, y de que el pasado a veces se olvida, aunque no queramos.


miércoles, 13 de febrero de 2019

Es importante lo que te digas a ti misma

Y cómo te lo digas, por supuesto.

Tenemos que hablar más con nosotros mismos, darnos ánimos cuando creemos que no podemos más, felicitarnos cuando lo conseguimos y recordarnos que quizás a la próxima, cuando no hemos conseguido lo que queríamos.
Somos nosotros los primeros que tenemos que creer en nosotros mismos, apoyarnos y reconocernos. Tener en cuenta nuestra opinión, ser jueces y amigos a la vez.

Me parecía una tontería, pero lo probé, y no sienta mal animarse a una misma. 
Por lo que sea, por lo que cada una necesite, por esos pequeños logros que no nos parece de mencionar si quiera, incluso por esas contenciones por las que sabemos que si nos hubiéramos dejado llevar habría sido peor.
Y tampoco hay que pasarse, no es cuestión de cantarse "qué guapa soy, qué bien lo hago, qué tipo tengo". Porque también hay que forzarse un poco, dar ese pequeño empujón que a veces nos falta para no quedarse sentada, quejándose e imaginando lo que pasaría si...
Porque si puedo levantarme cinco días a la semana a las cinco y media para ir al gimnasio, no pasa nada si son cuatro, pero mejor ver los beneficios que me produce lo que conlleva el madrugón. Mejor tres series en vez de dos, y quince repeticiones en vez de doce, y aunque no pasa nada si realmente algún día no puedo, no dejar de intentarlo al siguiente.

Quizás no sea tanto la manera en la que una se motiva (por supuesto que la manera es importante, en ningún caso me refiero a cosas peligrosas o ilegales), sino motivarse. Cuidarse y animarse, tenerse en cuenta a una misma, reconocerse y ayudarse a estar bien. Querer estar bien por una misma, principalmente, porque ese es el primer paso para que lo que nos rodea también esté bien.


martes, 12 de febrero de 2019

Unas tanto, y otras tan poco

Y no me refiero a riqueza, belleza, suerte, amor o salud, no, me refiero a los productos necesarios para ducharse.
Ahora que lo pienso, ahora que lo digo, como que me da vergüenza y todo, pero entre unas cosas y otras, cuando me ducho utilizo 6 cosas: champú, acondicionador, alisador para el pelo, un peine para repartir bien el acondicionador y el alisador, gel y desodorante.
Si estás en casa no parece tanto porque no llevas todo esto arriba y abajo, pero es que como voy prácticamente todos los días al gimnasio, sí que lo llevo arriba y abajo.
Y a lo anterior habría que añadir la crema hidratante corporal y otra crema reparadora para los pies.
Pero bueno, que me voy del tema. Todo esto venía a que cuando estoy en la ducha del gimnasio no soy la única que lleva tanto bote, de hecho parece lo normal. Lo que no parece normal es llevar solo 1. Pero se puede, yo lo he visto. Y dos veces. En dos personas diferentes.
¿Podría yo hacer lo mismo? Pues creo que no, sinceramente. De hecho ha sido con los años que he ido aumentando el número de productos que utilizo a la hora de la ducha, y ha sido para mejor.
Antes, por ejemplo, no utilizaba alisador para el pelo, y siempre estaba descontenta con él, porque no lo tengo ni liso, ni rizado, ni gracia para peinarme. Ahora me compensa el minuto de más que le dedico en la ducha por todo lo que me ahorro después.
Tampoco me ponía crema hidratante, así que tenía la piel tan seca que parecía que tenía escamas.
Lo mismo con los pies, a los que solo les prestaba atención en verano, cuando tenía que enseñar mis talones agrietados al llevar sandalias. Igual, me  compensa dedicar un  par de minutos cada día si me ahorro grietas dolorosas y unos talones feos.
Y ahora que lo pienso, ¿añadiré algún producto más con el paso de los años?
Habrá que esperar a verlo. 

lunes, 11 de febrero de 2019

Papeles

Hay papeles que no sirven para nada, o por lo menos no sirven para lo que nos los hacen utilizar: las servilletas de heladerías y bares, y el papel higiénico de centros de salud o espacios públicos, son algunos.
Los primeros no están hechos para limpiar, al contrario, son estupendos para repeler líquidos, helados chorreantes o grasa de tapas de bar.
De los segundos necesitas casi un metro de papel para poder limpiarte después de orinar sin mojarte la mano.
Solución: llevar siempre tú pañuelos de papel.

domingo, 10 de febrero de 2019

Orden y felicidad

Hace años tuve un libro suyo entre las manos y empecé a leerlo, pero lo dejé porque pensé que tenía la casa lo suficientemente bien ordenada como para necesitar que alguien me enseñara a ordenar, y además con un libro.
Hablo de Marie Kondo.
Hace poco descubrí que había una serie sobre su método en Netflix y he visto unos cuantos capítulos.
Aunque sigo siendo una persona que no necesita de los servicios de una asesora del orden, reconozco que he aplicado alguna de sus enseñanzas, y me han ido bien.
Y esto es como (casi) todo. Seguramente un método (sobre lo que sea) no se ajuste al 100 % a nosotros, nuestro estilo de vida y forma de ser, por lo que simplemente hay que absorber de cada uno lo que nos pueda ser beneficioso, lo que nos aporte algo bueno.
Lo que más me ha gustado de la filosofía de Marie Kondo es lo de deshacerse de lo que no te hace feliz. Así de simple. ¿Para qué acumular cosas que no te aportan nada? ¿Que no solo no te hacen feliz, sino que te pueden hacer infeliz?
Sobre todo con la ropa, me he deshecho de prendas que cada temporada dejaba en el fondo del armario por si acaso, por si adelgazaba, por si me hicieran falta alguna vez. Y eso me producía infelicidad porque sabía que ese por si acaso no iba a llegar, porque volvía a comprobar una temporada más que mi cuerpo había cambiado y ya no podría llevar algo de cuando no tenía hijos, y porque sabía que lo que realmente me hacía falta era el espacio que ocupaba eso.
Y lo que también me ha funcionado, y no me avergüenza reconocer, es despedirme y dar las gracias a lo que voy a tirar. Y eso que la primera vez que lo oí pensé que yo  nunca haría eso.
He leído críticas hacia ella y su método nada agradables. Las que se refieren a su persona no voy ni a mencionarlas. Pero hay una que yo tampoco puedo aplicar, al menos hoy en día: no tener más de 30 libros en casa.
Aunque hace poco hice limpieza y doné a la biblioteca casi tantos libros como los que ella dice que hay que tener en casa, por suerte en las estanterías me quedan muchos más.
Pero como he dicho antes, consiste en adoptar las medidas que se adapten a nosotros. Y yo estoy contenta porque además de ganar espacio me he quitado un gran peso de encima sabiendo que no tengo esas cosas que no utilizo y que cada vez que pasaba frente a ellas me decían en voz baja: "eh, tú, no pases de largo. Sabes que estamos aquí y que lo único que hacemos es ocupar espacio y recordarte que no te aportamos nada".

Mi conclusión es que este era el momento adecuado de que Marie Kondo apareciera en mi vida.  Ahora es cuando puedo aprovechar algunos de sus consejos.
Y por otra parte, me encanta su aspecto, para qué negarlo. Se la ve tan pequeñita, tan delicada, tan suave y tierna, tan sonriente siempre con su pelo liso y sus falditas...

sábado, 9 de febrero de 2019

Despacio. Consciente.

Estos últimos días siento como si mi cerebro diera vueltas sobre sí mismo dentro de mi  cabeza. Ando como si fuera por la vida flotando, y mi cabeza fuera a separarse en cualquier momento de mi cuerpo.
Por primera vez en mi vida he experimentado eso que había oído tantas veces, lo de "todo me da vueltas", y he descubierto que es literal.
Yo lo achaco a la edad, a la mía, para los que son mayores que yo y piensan que todavía no tengo edad para decir eso. Seguro que ellos también lo hicieron, pero ya no lo recuerdan.
Así que ahora voy más despacio, a ver si así consigo despistar al mareo, e intento ser más consciente de mi cuerpo y sus movimientos, y me maravilla descubrir que soy como un robot, un autómata que anda, habla, se mueve, porque hay algo que lo ordena sin yo llegar a darme cuenta.
Tiene algo de emocionante, y mucho de preocupante, sentir que en cualquier momento puedes caer redonda sin tiempo a reaccionar. Pero aunque tiene su puntillo ir andando por las nubes, yo preferiría notar el suelo bajo mis pies.

viernes, 8 de febrero de 2019

Del tirón

Esta mañana, cuando ha sonado el despertador, lo primero que he pensado es que he dormido toda la noche del tirón.
Normalmente me levanto todas las noches, por lo menos una vez, para hacer pis. Y también suelo despertarme antes de que suene el despertador. Pero esta noche no. De hecho, no recuerdo nada después de haber apoyado la cabeza en la almohada. 
Casi siempre me acuesto unos minutos antes que los niños y leo un poco, así que me da tiempo de ver a mi hijo mayor pasar al baño para lavarse los dientes (o por lo menos de escucharlo, si ya he apagado la luz), y de que vengan los dos a darme un beso y desearnos buenas noches. Pero ayer ni eso.
Recuerdo no haber leído porque tenía mucho sueño, apagar la luz y poner la cabeza sobre la almohada, y nada más. Ni siquiera darme una vuelta hasta encontrar la postura.
De vez en cuando, viene bien dormir como sino hubieran problemas ni preocupaciones. De vez en cuando, mi cerebro descansa.

jueves, 7 de febrero de 2019

Calles mojadas

Una de las cosas que caracteriza la ciudad donde vivo es la humedad.
Durante ciertos meses del año, en según que calles, la humedad hace que el suelo esté tan mojado como si lo hubieran regado.
Ayer, después de unos días secos y de viento, volvió. Y aún con lo molesta que puede ser a veces la humedad, con los inconvenientes que provoca, lo que sentí fue que ya volvía a ser todo como siempre, que las cosas volvían a ser como tienen que ser, sentí "casa". 

Nos acostumbramos a las cosas, a las personas, a lo que nos rodea cada día, y aunque a veces todo eso podría ser mejor, es lo que nos hace sentir seguros, porque lo conocemos, porque sabemos cómo es. Por eso los cambios dan miedo, siembran incertidumbre, aunque los provoquemos nosotros y tengamos la certeza de que todo va a ser mejor.
Me dan miedo los cambios, pero quiero mejorar. Quiero sentirme bien con lo que me rodea, pero no me quiero acomodar si eso significa no mejorar.


miércoles, 6 de febrero de 2019

La vecina del primero

A mi vecina del primero le obsesiona la limpieza y el orden.
Hace más de 14 años que vive en este bloque y tiene la casa impecable: limpia como los chorros del oro, a cualquier hora, cualquier día del año, y sin ningún golpe ni desperfecto porque no han vivido niños en ella.
Limpia las hojas de las plantas de su patio interior una a una. Siempre están verdes y relucientes, tanto que no parecen de verdad.
Cuando ella considera que no están lo suficientemente blancas, limpia las juntas de las baldosas del rellano de su piso, que comparte con dos casas más.
Siempre ve más bonitas y mejor cuidadas las entradas de los demás bloques de pisos.
Los imanes de su nevera, recuerdos de viajes de otra vida, están mejor alineados que los soldados de un desfile militar.
Hace muchos años tenía una perra dócil y silenciosa a la que siempre le limpiaba las patas antes de entrar en casa después del paseo.
Tiene asma, y aunque limpia sobre limpio, no descuida ese placer ni cuando está enferma. Quita el polvo, limpia cristales, friega el suelo y los baños mientras se queda sin aire, haciendo descansos, los justos para poder respirar.

Mi vecino del cuarto es un profesor de música jubilado que siempre que toca el piano lo hace (casi) a la misma hora.
Es un señor silencioso (cuando no toca el piano) que en verano disfruta de su terraza organizando cenas con amigos.
Hace poco bajó a casa para avisarnos de que haría obras, que empezaban al día siguiente sobre las ocho y media y que serían un par de días los que estarían picando.

Para alegría de mi vecina la del primero este año hemos pintado la escalera, cosa que no habíamos hecho desde que vivimos aquí, y está encantada. Feliz, diría yo.
El otro día, cuando ya habían terminado las obras en casa de mi vecino del cuarto, me encontré a la del primero en la terraza, tendiendo la ropa. Me dijo que había subido a casa del vecino a decirle que tuvieran cuidado con la escalera, que estaba recién pintada (me consta que le hacía sufrir pensar que podrían manchar o picar las paredes), y que había limpiado ella el ascensor porque lo habían dejado sucio al bajar los escombros (sé que con sucio se refiere a polvo o arena en el suelo, nada más. Y también sé que no limpiarlo ella le hubiera quitado el sueño).
Le pregunté si habían terminado la obra cuando ella limpió el ascensor y me contestó que no. Aunque no me la pidió le di mi opinión, era lo mínimo que me merecía después de escuchar sus desvaríos, y le dije que si todavía no habían terminado de trabajar no les había dado la oportunidad de dejarlo todo limpio.
"¡Ya sabes cómo soy!", me respondió. Y con esta frase parece que ya tiene que estar justificada su obsesión (¿o será problema?), su casi "acoso" en ocasiones, sus indirectas hacia la frecuencia y eficacia con la que los demás limpiamos o dejamos de limpiar.
Y es que este tema lo hemos hablado más veces ella y yo, porque todavía recuerdo la vez que me dijo, con todas las letras, que "todas las que no limpian tanto como yo son unas guarras".
Me quedé parada, y aunque era consciente de que me estaba llamando guarra a la cara no me ofendí, ni me enfadé, pero sí sentí tristeza.
Lo único que pude hacer, además de sentir pena por ella, fue decirle si era consciente de que lo suyo no era normal, que quizás tuviera un problema.
De todas formas, después de todos los años que hace que nos conocemos, de saber lo que ha vivido y ha sufrido, de la situación en la que se encuentra actualmente, pienso que su obsesión por la limpieza y el orden es el menor de sus problemas. De hecho puede que esta obsesión sea lo que la mantiene a flote, lo que la mantiene ocupada y entretenida para no hundirse pensando en las circunstancias y decisiones que la han llevado hasta aquí, hasta el día de hoy.

lunes, 4 de febrero de 2019

Todos podemos cambiar de opinión

"He cambiado de opinión respecto a muchas cosas durante mi vida.
Antes, creía firmemente que la gente no cambiaba, y como no se por qué estúpida razón pensaba que no "estaba bien" cambiar de opinión, procuraba no dar una opinión demasiado contundente, por si algún día tenía que rectificar.
No soy una persona segura, pero los años me han dado la seguridad necesaria para poder admitir mis equivocaciones, para poder reconocer que me puedo equivocar. No es que antes fuera por ahí dando mi opinión a diestro y siniestro, ofreciéndola como si fuera la única verdad posible, pero sí es cierto que procuraba no pronunciarme más que lo justo y necesario, por si después me equivocaba. Ahora hablo, digo lo que pienso tranquila y abiertamente, siempre que me apetece o creo que vale la pena, claro, y punto. Y dejo muy claro que es algo que yo creo o que opino, pero que cualquiera puede tener otra opinión".

Otro borrador. 
Este ni recuerdo cuanto tiempo lleva escrito, pero es de los que me gustan.
Las personas cambiamos, y también cambian nuestras opiniones, que se ven afectadas por las cosas que nos pasan, las circunstancias, la gente que nos rodea, todo.
Ahora pienso que es imposible no cambiar alguna vez de opinión, o mantener siempre la misma en todo. Y no es cuestión de equivocarse o de renunciar a tus ideales, porque igual que hay creencias inamovibles, otras nos vienen dadas por el momento y las circunstancias, así que es inevitable cambiar cuando ellas también lo hacen.
Diría más, es inevitable y necesario.
No podemos anclarnos, estancarnos en un estado porque es lo que siempre habíamos pensado: hay que hacerse responsable, tener argumentos propios para mantener una postura o para explicar por qué cambiamos de parecer.
Estoy orgullosa de haber llegado a ese estado, de haber encontrado la seguridad suficiente en mí y del trabajo que me he costado llegar a este punto.

sábado, 2 de febrero de 2019

Literatura adolescente

Cuando lees algo diferente a lo que sueles leer, recuerdas que hay gente diferente a ti, de otras edades, con otros gustos.
He terminado el libro "Ocho", de Rebeca Stones, y me he dado cuenta de que se puede adivinar la edad de quien escribe por cómo escribe.
Es un libro para adolescentes, con sueños de adolescente. Muchas de las páginas las he leído por encima. Me han faltado descripciones de los personajes, de las situaciones, de los lugares. Es un libro entretenido, ligero. Ha sido un respiro entre todo lo que suelo leer, ya sea lectura "obligatoria" del Club de Lectura o lectura que yo elijo.
Aun así me ha gustado leerlo.

viernes, 1 de febrero de 2019

Nada nuevo

La última charla a la que he asistido hablaba sobre negociación y resolución de conflictos en la adolescencia.
No dijo nada nuevo, nada que no hubiera oído en charlas anteriores o hubiera leído. Llegué a pensar incluso que lo que ella explicaba podría haberlo explicado yo también, de tantas veces como lo había oído.
Está claro que no, no tengo carrera ni formación para eso, pero por muchas charlas a las que haya ido, por mucho que haya leído, creo que es la primera vez que me encuentro con que no me han ensañado nada nuevo, por mínimo que sea.
La verdad es que no salí contenta de esa charla, casi se puede decir que me fue indiferente, en lo que a ampliación de conocimiento se refiere.
Para colmo, el power point de la ponente tenía varias faltas de ortografía y de redacción, supongo que debidas a que ella es valenciano parlante y el texto estaba en castellano. Aun así no es excusa, una profesional no se puede permitir esas cosas. En mi opinión.
Es la primera vez que una charla de este tipo se me hace larga, la verdad.
Pero a veces, entre tanta cosa insignificante surge algo interesante, algo que siempre ha estado ahí pero que nunca te has pasado a pensar. Y eso es lo único que para mí vale la pena mencionar de dicha charla, lo único que me hizo pensar y sentir.
Nos dijo que de todos los años de vida de nuestros hijos, a proporción, será mínimo el tiempo que pasen con nosotras, el tiempo que dependan totalmente de nosotras. Nosotras, nosotros, su familia.
Y es cierto.
Incluso aunque se hagan adultos y sigan viviendo en el domicilio familiar (como tanto pasa en estos últimos años), aunque sigamos cocinando, limpiando y lavando "para ellos", serán más unos compañeros de piso que alguien que depende de nosotras. No necesitarán permiso para entrar y salir. No tendremos que despertarlos por la mañana, ni mandarlos a la cama por las noches. Nosotras mismas podremos hacer otras cosas sin tener en cuenta si los tenemos que llevar a tal o cual sitio, no tendremos que estar pendientes de sus horarios para organizar los nuestros.
Y sí, ese día llegará, igual que han llegado otros que veía tan lejos, tan imposibles a veces.