lunes, 27 de septiembre de 2010

Complacer a los demás

Nunca me ha gustado que me llamen la atención, que me digan que he hecho algo mal, que he hecho algo que no está bien. Y no por el hecho de equivocarme, sino por no haber sabido complacer a la otra persona.
Quizás esto tiene que ver con algún complejo de la infancia, con ser "la hija mayor, buena, sensata y la que todo lo hace bien".
Con los años una aprende que hay muchas formas de hacer las cosas, que el resultado es el mismo aunque el camino que se tome sea diferente. Y esto es algo que me lo aplico a mí y a los demás también, porque yo también he tenido que aprender que todo no se puede hacer a mi gusto, y que es tan buena mi forma de hacer como la de los demás.
Así que ahora vivo más tranquila. Tan tranquila como que antes, si hacía un bizcocho y alguien me decía simplemente que en vez de poner limón pusiera almendra, me sabía mal no haber acertado a la primera, y entonces o hacía todos los bizcochos de almendra, o no hacía más. Ahora no pasa nada, si te apetece un bizcocho de almendra, tranquilo, que el siguiente te lo hago a tu gusto. O quizás no, y lo sigo haciendo como a mí me gusta, que es con limón. Es un ejemplo muy simple, pero se puede aplicar a cualquier momento de la vida cotidiana.
Ahora cocino mucho más que antes, porque me apetece y lo hago a gusto; veo los programas de la tele que me apetecen (cuando puedo) sin sufrir porque sé que no le gustan a mi marido; doy mi opinión, incluso aunque no me la pidan, siendo consciente de que me puedo equivocar, o que puede haber alguien que opine lo contrario.

Cuando me quedé embarazada de Rodrigo casi vuelvo a caer en el error de querer complacer a todo el mundo. De seguir todos esos consejos que no pides y te dan sobre el embarazo. Cuando nació mi hijo tuve que ser más fuerte todavía para no dejarme llevar por el miedo y el desconocimiento de ser madre reciente y primeriza y hacer todo lo que me decían.
Pero ahora estoy más débil, me siento más vulnerable. Y es que se me ha juntado el segundo embarazo con el comienzo de Rodrigo en el colegio.
En este embarazo, como en el anterior, yo sabía que sería niño, aunque también sabía que personas de mi entorno importantes para mí querían niña (como ya pasó en el embarazo de Rodrigo). Y en un momento de descuido y abandono, se presentó aquí la Mari de antes, la que quiere complacer para no sentirse mal por no conseguir lo que los demás esperan de ella, y esa, la otra Yo, consiguió durante un tiempo que yo también quisiera (eso creía) niña.
¿Y qué sentí cuando en la segunda ecografía me confirmaron que sería niño? Alegría y alivio.
Estos días (han sido dos), cuando la profesora de Rodrigo me habla del niño o me dice lo que "tengo que hacer" me vuelvo a sentir un poco como antes, pero sólo un poco, porque estoy volviendo a retomar mi filosofía de vida, la que me hace feliz y consigue que disfrute de mi hijo tal y como es, no como a una profesora le gustaría que fuera (él y los otros 24 niños de la clase).
Hay que educarlo: mi hijo está educado. Convive perfectamente y en armonía en mi casa con nosotros, y en el resto de ambientes que frecuentamos con la gente que ya conoce. A ella no la conoce, como a ninguno de sus 24 compañeros.
Tienes que decirle cuando tiene que estar quieto, sentado, hacer caso...: en mi casa está quieto y sentado cuando hay/quiere/tiene que estarlo. A mí me hace caso, yo le explico las veces que haga falta cómo y porqué en casa se hacen las cosas de esta manera. Yo no tengo (ni quiero) que enseñarle como se hacen las cosas en el colegio, para eso está ella.
Es muy bruto: Rodrigo es muy fuerte. Tiene mucha fuerza, y que dé gracias de que además de eso no es violento y no tiene mala idea ( con menos de 3 años ¿se pueden tener malas ideas?). Además, yo soy bruta y su padre es bruto, ¿cómo tiene que ser el niño?.
Tienes que hablarle bien y no hacerle caso, aunque tú le entiendas, hasta que no diga bien las palabras: intento ponerme en su lugar, señora. Resulta que Rodrigo hasta hace bien poco no mostraba interés por hablar, pero en cuestión de dos meses ha avanzado mucho (para como es él, no comparado con los demás), y ahora repite, a su manera, todo lo que oye. Y si tú le dices que repita o rectifique algo él lo hace, lo intenta. Y vuelvo a lo de siempre, si Rodrigo fuera del 2008 y no del 2007, hubiera llegado al colegio hablando como hablamos los mayores. Pero claro, entiendo (lo intento) que entender a 25 niños pequeños, cada uno de una madre, y algunos incluso de otro país, debe de ser duro y difícil. Pero bueno, deben de ser complicaciones propias del oficio, yo trabajaba construyendo barcos y tampoco era fácil.
Las cosas que me preocupan a mí, como que se coma el almuerzo y haga pis, no le dan problemas a ella, así que tengo que ser yo la que pregunta, porque sino no me dice que come rápido y bien, y que hace pis en el baño.
Con todo esto quiero decir que cuando la profesora me dice "estas" cosas, no me siento mal con Rodrigo, ni mucho menos. Mi hijo es como es, y su casa y su familia son su castillo y su mundo, así que no voy a hacerle vivir como en el colegio para que ella esté más contenta. Yo soy la que ve y vive cuántas cosas nuevas está superando en dos semanas: ya no se hace pis ni de día ni de noche, intenta entender lo que le dice su cuerpo para hacer caca en el baño y no en los pantalones, aprende palabras nuevas cada día, está aprendiendo que aunque esté en el colegio yo siempre voy a ir a buscarlo, y que cuando se sienta triste porque mamá y papá no están tiene que recordar que puede pensar siempre en nosotros porque nos lleva en la cabeza y en el corazón: en la cabeza para pensar en nosotros siempre que quiera, y en el corazón porque nos quiere.
Pero claro, esto lo veo yo porque soy su madre, como cada madre verá lo de su hijo.
Ella es la profesora, la que trabaja con ellos, la que ve lo que hay que mejorar para que su trabajo sea más fácil.

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