miércoles, 6 de febrero de 2019

La vecina del primero

A mi vecina del primero le obsesiona la limpieza y el orden.
Hace más de 14 años que vive en este bloque y tiene la casa impecable: limpia como los chorros del oro, a cualquier hora, cualquier día del año, y sin ningún golpe ni desperfecto porque no han vivido niños en ella.
Limpia las hojas de las plantas de su patio interior una a una. Siempre están verdes y relucientes, tanto que no parecen de verdad.
Cuando ella considera que no están lo suficientemente blancas, limpia las juntas de las baldosas del rellano de su piso, que comparte con dos casas más.
Siempre ve más bonitas y mejor cuidadas las entradas de los demás bloques de pisos.
Los imanes de su nevera, recuerdos de viajes de otra vida, están mejor alineados que los soldados de un desfile militar.
Hace muchos años tenía una perra dócil y silenciosa a la que siempre le limpiaba las patas antes de entrar en casa después del paseo.
Tiene asma, y aunque limpia sobre limpio, no descuida ese placer ni cuando está enferma. Quita el polvo, limpia cristales, friega el suelo y los baños mientras se queda sin aire, haciendo descansos, los justos para poder respirar.

Mi vecino del cuarto es un profesor de música jubilado que siempre que toca el piano lo hace (casi) a la misma hora.
Es un señor silencioso (cuando no toca el piano) que en verano disfruta de su terraza organizando cenas con amigos.
Hace poco bajó a casa para avisarnos de que haría obras, que empezaban al día siguiente sobre las ocho y media y que serían un par de días los que estarían picando.

Para alegría de mi vecina la del primero este año hemos pintado la escalera, cosa que no habíamos hecho desde que vivimos aquí, y está encantada. Feliz, diría yo.
El otro día, cuando ya habían terminado las obras en casa de mi vecino del cuarto, me encontré a la del primero en la terraza, tendiendo la ropa. Me dijo que había subido a casa del vecino a decirle que tuvieran cuidado con la escalera, que estaba recién pintada (me consta que le hacía sufrir pensar que podrían manchar o picar las paredes), y que había limpiado ella el ascensor porque lo habían dejado sucio al bajar los escombros (sé que con sucio se refiere a polvo o arena en el suelo, nada más. Y también sé que no limpiarlo ella le hubiera quitado el sueño).
Le pregunté si habían terminado la obra cuando ella limpió el ascensor y me contestó que no. Aunque no me la pidió le di mi opinión, era lo mínimo que me merecía después de escuchar sus desvaríos, y le dije que si todavía no habían terminado de trabajar no les había dado la oportunidad de dejarlo todo limpio.
"¡Ya sabes cómo soy!", me respondió. Y con esta frase parece que ya tiene que estar justificada su obsesión (¿o será problema?), su casi "acoso" en ocasiones, sus indirectas hacia la frecuencia y eficacia con la que los demás limpiamos o dejamos de limpiar.
Y es que este tema lo hemos hablado más veces ella y yo, porque todavía recuerdo la vez que me dijo, con todas las letras, que "todas las que no limpian tanto como yo son unas guarras".
Me quedé parada, y aunque era consciente de que me estaba llamando guarra a la cara no me ofendí, ni me enfadé, pero sí sentí tristeza.
Lo único que pude hacer, además de sentir pena por ella, fue decirle si era consciente de que lo suyo no era normal, que quizás tuviera un problema.
De todas formas, después de todos los años que hace que nos conocemos, de saber lo que ha vivido y ha sufrido, de la situación en la que se encuentra actualmente, pienso que su obsesión por la limpieza y el orden es el menor de sus problemas. De hecho puede que esta obsesión sea lo que la mantiene a flote, lo que la mantiene ocupada y entretenida para no hundirse pensando en las circunstancias y decisiones que la han llevado hasta aquí, hasta el día de hoy.

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