miércoles, 20 de febrero de 2019

Síntomas sin diagnóstico

Han pasado los mareos y han vuelto los ahogos.
Hace un par de meses fui al médico porque me ahogaba, pero no al realizar un esfuerzo, sino estando en reposo, tranquilamente, sin motivo aparente.
Me mandó análisis (mi médico me manda análisis para todo) para descartar que volviera a tener anemia, y quedó descartado. Le comenté, de todas formas, que desde que había ido a su consulta se me había pasado (como otras tantas veces en las que cuando cuentas lo que te pasa, se te pasa), así que volvía a estar bien. Entonces me dijo que podría ser ansiedad, que era porque algo me  preocupaba y ahora ya no lo hacía. "No recuerdo nada que me preocupara especialmente", le contesté. "Por eso te preocupaba, porque no lo podías identificar".
Bueno, pasé de casi tener anemia a poder tener ansiedad. El caso es que salí de allí sin ningún remedio, y no me refiero a cualquier medicación.
Después llegaron los mareos de los que ya hablé, y entre que tardan tanto en darte cita para el médico, y que esperé a ver si conseguía identificar porqué o cuándo me pasaban, se han pasado. Pero hace un par de días que volví a sentir que me ahogaba.
¿Cuántos dolores, problemas o síntomas padecerá nuestro cuerpo a los que no les encontraremos el motivo, la razón, el origen? ¿Cuántos no serán motivo de algo grave y no lo descubriremos hasta que ya sea demasiado tarde?
Este es un pensamiento pesimista que no me gusta nada, que siempre he intentado tener a ralla, pero que últimamente empiezo a tener cada vez más presente.
Mi madre siempre ha sido de las que cuando le hablan de algo malo y a ella le pasa algo parecido, seguro que también lo tiene. Incluso cree tener los mismo síntomas.
Más de una vez, en el vestuario del gimnasio, se ha hablado de fulanito o menganito que empezó con un dolor de espalda y murió de un cáncer en el riñón (esto es cierto), un dolor de cabeza y murió de cáncer cerebral, fue al médico porque se encontraba mal y tardaron tanto en dar con la causa que ya fue demasiado tarde cuando le dieron un diagnóstico, lo ingresaron en el hospital por una cosa y murió por otra... Me niego a pensar que por cualquier cosa que me pase puedo tener algo tan grave como para morirme.
Me niego, pero no puedo evitar que el pensamiento asome las orejas cada vez más a menudo. De momento lo tengo a raya, pienso en otra cosa cuando aparece, y al quitarle importancia se esfuma. Pero siempre está ahí, preparado para dejarse ver.

Y esto, señoras y señores, son cosas de la edad.

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