Cuando mis hijos salen del colegio sus caras reflejan si les ha ido bien, mal o regular el día.
Me lo cuentan todo allí mismo, y la mayoría de veces antes de llegar a casa ya se les ha pasado el disgusto o el enfado, o por lo menos se han calmado.
Ayer mi hijo mayor llegó disgustado de la extraescolar, hasta tal punto que no podía contener las lágrimas cuando me lo contaba: había tenido un enfrentamiento con un compañero y creo que la situación le había superado. No suele encontrarse en situaciones como la que me explicó.
Lo vi tan pequeño y tan grande a la vez. Con once años y tan alto como yo, me rompía el alma ver cómo intentaba contener las lágrimas y me pedía que lo dejara solo un momento.
Me contuve, e intenté recordar todo lo que había leído en libros de crianza, lo que había escuchado en esas charlas que a veces me daba la sensación saber de memoria: escucha, entiende, empatiza, presta atención, no opines ni aconsejes, simplemente hazle ver que estás ahí y que no lo juzgas, que lo acompañas.
No es tan fácil recordar todo eso que cuando no hace falta siempre lo tienes tan presente.
Le di su espacio. No dije nada hasta que no terminó de hablar. Le hablé sin emitir juicios. Le pregunté si necesitaba algo o podía ayudarle. Me dijo que no.
Al cabo del rato, más calmado pero todavía enfadado, me dijo que no volvería a apuntarse nunca a más a deporte (que era la clase en la que había tenido el problema). Le dije que al siguiente año estaría en el instituto y no coincidiría con el niño que había tenido el problema. Me dijo que le daba igual, que no se apuntaría. No dije nada más.
Más tarde, cuando ya parecía que no venía a cuento, dice: "espero que a M se le haya pasado el enfado el próximo día de deporte".
El próximo día de deporte es mañana, veremos qué pasa.
¿Cómo me sentí mientras veía a mi hijo así? Mal, muy mal. Aunque seguro que no tanto como él.
Si no me hubiera contenido intentando hacer todo lo que había aprendido creo que hubiera hecho todo lo contrario.
¿Sirve de algo todo lo que he leído y he escuchado en charlas? Sí, estoy convencida.
No es como cuando no escuchas e intentas dar tu opinión a toda costa y decirle lo que tendría que haber hecho, o lo que harías tú. En esas ocasiones se pone a la defensiva y no me cuenta nada. Se encierra en sí mismo y arrastra durante más tiempo la preocupación y el enfado.
Aquí yo me quedo en segundo plano. No intento solucionarle el problema a toda cosa. Él solo llega a sus conclusiones y toma la decisión que cree correcta, la que le hace sentir bien.
Hace unos meses mi marido cambió de horario y durante un tiempo iba él a recogerlos al colegio. Los niños llegaban a casa habladores, acelerados, protestando porque no les apetecía lo que había para comer o con prisas porque después tenían extraescolar.
Mientas ellos iban arriba y abajo mi marido me comentaba cómo habían salido del colegio, lo que le habían contado, y de muchas de esas emociones no me llegaba la intensidad con la que te lo cuentan nada más verte. Los papeles estaban invertidos, era él quien "sufría" ahora sus desengaños o enfados. Y aunque según lo que me contara yo también me preocupaba, no era lo mismo que cuando te lo cuentan los niños por primera vez, cuando las emociones están a flor de piel.
El próximo día de deporte es mañana, veremos qué pasa.
¿Cómo me sentí mientras veía a mi hijo así? Mal, muy mal. Aunque seguro que no tanto como él.
Si no me hubiera contenido intentando hacer todo lo que había aprendido creo que hubiera hecho todo lo contrario.
¿Sirve de algo todo lo que he leído y he escuchado en charlas? Sí, estoy convencida.
No es como cuando no escuchas e intentas dar tu opinión a toda costa y decirle lo que tendría que haber hecho, o lo que harías tú. En esas ocasiones se pone a la defensiva y no me cuenta nada. Se encierra en sí mismo y arrastra durante más tiempo la preocupación y el enfado.
Aquí yo me quedo en segundo plano. No intento solucionarle el problema a toda cosa. Él solo llega a sus conclusiones y toma la decisión que cree correcta, la que le hace sentir bien.
Hace unos meses mi marido cambió de horario y durante un tiempo iba él a recogerlos al colegio. Los niños llegaban a casa habladores, acelerados, protestando porque no les apetecía lo que había para comer o con prisas porque después tenían extraescolar.
Mientas ellos iban arriba y abajo mi marido me comentaba cómo habían salido del colegio, lo que le habían contado, y de muchas de esas emociones no me llegaba la intensidad con la que te lo cuentan nada más verte. Los papeles estaban invertidos, era él quien "sufría" ahora sus desengaños o enfados. Y aunque según lo que me contara yo también me preocupaba, no era lo mismo que cuando te lo cuentan los niños por primera vez, cuando las emociones están a flor de piel.
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