A raíz de este artículo de Madre reciente me he dado cuenta de que es verdad, tememos la adolescencia de nuestros hijos como si fuera seguro que va a ser mala.
Habría que preguntar a mis padres, pero yo no recuerdo que mi adolescencia fuera tan conflictiva como para tenerle miedo. Claro que hice cosas y me comporté de manera más rebelde, pero nada comparado con mi hermano, por ejemplo, o con algunas de mis amigas. También tengo que decir que como siempre me habían dicho que yo era buena, así me comportaba.
Es como si todo lo que estamos haciendo para crear una relación sana y de confianza ya lo estuviéramos dando por inútil, por perdido. ¿Para qué entonces tanto esfuerzo? podríamos pensar. Porque sin darnos cuenta damos por hecho que nuestros hijos nos van a dejar de querer, se van a convertir en extraños en nuestra propia casa, vamos a dejar de existir para ellos y mil malos augurios más.
Es una profecía autocumplida de la que nosotros somos los únicos responsables.
Demasiadas son las veces que puedo recordar en las que hablo con mis amigas de nuestros hijos preadolescentes delante de ellos, como si ellos no estuvieran presentes, utilizando frases que ya dan por hecho los problemas que se nos avecinan.
Ni una sola vez la conversación ha sido para expresar la emoción de con el paso de los años puedan entender lo que hacemos por ellos, el porqué hemos tomado decisiones que de jóvenes no pueden entender. Sin embargo, sí que predecimos entre bromas que cuando sean mayores nos dejarán en un asilo para no entorpecer sus vidas, o que seremos quienes nos ocupemos de cuidar a sus hijos para que ellos se pasen el día trabajando.
No, no es cierto. Nuestras conversaciones con ellos delante no son estas, pero sí que dejan un regusto amargo por lo que está por venir. Por eso, desde hoy, quiero dejar de tener miedo a la adolescencia de mis hijos. Quiero pensar que será una etapa más que viviremos juntos, como la de "los terribles dos años", que la superaremos y que el efecto que tendrá en nosotros será la de fortalecer nuestra relación.
Habría que preguntar a mis padres, pero yo no recuerdo que mi adolescencia fuera tan conflictiva como para tenerle miedo. Claro que hice cosas y me comporté de manera más rebelde, pero nada comparado con mi hermano, por ejemplo, o con algunas de mis amigas. También tengo que decir que como siempre me habían dicho que yo era buena, así me comportaba.
Es como si todo lo que estamos haciendo para crear una relación sana y de confianza ya lo estuviéramos dando por inútil, por perdido. ¿Para qué entonces tanto esfuerzo? podríamos pensar. Porque sin darnos cuenta damos por hecho que nuestros hijos nos van a dejar de querer, se van a convertir en extraños en nuestra propia casa, vamos a dejar de existir para ellos y mil malos augurios más.
Es una profecía autocumplida de la que nosotros somos los únicos responsables.
Demasiadas son las veces que puedo recordar en las que hablo con mis amigas de nuestros hijos preadolescentes delante de ellos, como si ellos no estuvieran presentes, utilizando frases que ya dan por hecho los problemas que se nos avecinan.
Ni una sola vez la conversación ha sido para expresar la emoción de con el paso de los años puedan entender lo que hacemos por ellos, el porqué hemos tomado decisiones que de jóvenes no pueden entender. Sin embargo, sí que predecimos entre bromas que cuando sean mayores nos dejarán en un asilo para no entorpecer sus vidas, o que seremos quienes nos ocupemos de cuidar a sus hijos para que ellos se pasen el día trabajando.
No, no es cierto. Nuestras conversaciones con ellos delante no son estas, pero sí que dejan un regusto amargo por lo que está por venir. Por eso, desde hoy, quiero dejar de tener miedo a la adolescencia de mis hijos. Quiero pensar que será una etapa más que viviremos juntos, como la de "los terribles dos años", que la superaremos y que el efecto que tendrá en nosotros será la de fortalecer nuestra relación.
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