"Por cierto, ¿qué efecto me producía por entonces la noticia del secuestro de un periodista? ¿Llegaría alguna vez a impactarme? Lo que está claro es que nunca se me ocurrió pensar que pudiese sucederme a mi. ¡La radio! Era indisociable de mis reflejos de conductor. Si por alguna razón no la encendía, me quedaba descolocado media mañana. Pero eso era antes, en tiempos en que lo que ahora me parece esencial era pura rutina. ¿Cómo pude creer que algunas cosas tenían tan poca importancia que ni siquera merecía la pena pensar en ellas?... ¿Qué no daría ahora para volver al más elemental día a día, a los pequeños placeres y preocupaciones que conferían un relieve singular a mi existencia? ¿Qué no daría para reabrir mi buzón, con sus irritantes facturas y todo ese correo que tiraba a la basura sin molestarme en echarle una mirada? Echo de menos las explanadas, las orillas del Meno, el gentío de los bares, el apacible deambular de los transeúntes por los bulevares, las colas para el cine, los vendedores ambulantes en las plazas abarrotadas de turistas, mi consulta, mis pacientes, mi vecino, el perro de mi vecino, cuyos ladridos perturbaban mi lectura; mi sofá en el que reposan tantos recuerdos maravillosos, mi lata de cerveza empapada de frescor, mi correo electrónico sin atender, hasta el recurrente spam que nunca conseguí desterrar del todo; en fin, todos esos fragmentos de vida cuya compleja imbricación hacían de mi existencia una insospechada fiesta... Ahora, amanece por pura formalidad. Cada día es un espacio en blanco en el libro de mi cautiverio, un vacío añadido al de los días anteriores. Las piezas de mi rompecabezas son tan idénticas y anónimas que no hay manera de componerlo. Mi mundo parece una acuarela fallida, emborronada por el enrabietado pintor. Por momentos, me pregunto si no estoy ya muerto, sepultado bajo una tonelada de polvo y con un fragmente de abismo en la cabeza. Ya no espero ni me agarro a nada, las estériles veladas han ido deshilachando mi determinación, no me siento en condicione de cumplir la promesa que me hice, aquella noche, de no ceder".
Es cierto cómo despreciamos los detalles del día a día simplemente por tenerlos. Dejan de tener importancia y encanto porque no estamos contentos con lo que tenemos, tengamos lo que tengamos. Y solo empezamos a valorarlos cuando ya es demasiado tarde, cuando lo que más nos molestaba es por lo que ahora daríamos lo que ya no tenemos.
Es cierto cómo despreciamos los detalles del día a día simplemente por tenerlos. Dejan de tener importancia y encanto porque no estamos contentos con lo que tenemos, tengamos lo que tengamos. Y solo empezamos a valorarlos cuando ya es demasiado tarde, cuando lo que más nos molestaba es por lo que ahora daríamos lo que ya no tenemos.
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