Los fines de semana no me sientan bien: es lo que pienso muchos lunes.
De lunes a viernes tenemos una rutina, un ritmo que seguimos arrastrados por horarios, colegio, extraescolares, reuniones y todas esas cosas propias de entre semana.
Tienes ganas de que llegue el viernes porque ya se ven los días de cambio de rutina, sin madrugar, sin horarios y de hacer cosas diferentes.
Y aunque entre esas cosas diferentes a mí me encanta la de no tener que salir en todo el día de casa, me doy cuenta de que con dos niños de 11 y 8 años lo mejor no es pasar todos los fines de semana entre cuatro paredes.
Pero resulta que tengo que tirar de los dos niños y de mi marido para salir, hacer cosas diferentes, ir aquí y allá entre protestas, aunque cuando termine el día todos digan que al final se lo han pasado bien.
Y lo que pasa es que al final yo paso el fin de semana enfadada, molesta y arrepintiéndome del esfuerzo mental y físico que supone (¿exagero?) hacer algo en familia, porque incluso quedándonos en casa tengo que obligarles a que hagamos cosas juntos.
Por eso a veces volver a empezar la semana es un alivio.
¿Pasa esto todos los fines de semana? No.
¿Será que mis expectativas son demasiado altas? Quizás.
¿Seguiré intentando que hagamos cosas en familia, tanto dentro como fuera de casa? Por supuesto.
De lunes a viernes tenemos una rutina, un ritmo que seguimos arrastrados por horarios, colegio, extraescolares, reuniones y todas esas cosas propias de entre semana.
Tienes ganas de que llegue el viernes porque ya se ven los días de cambio de rutina, sin madrugar, sin horarios y de hacer cosas diferentes.
Y aunque entre esas cosas diferentes a mí me encanta la de no tener que salir en todo el día de casa, me doy cuenta de que con dos niños de 11 y 8 años lo mejor no es pasar todos los fines de semana entre cuatro paredes.
Pero resulta que tengo que tirar de los dos niños y de mi marido para salir, hacer cosas diferentes, ir aquí y allá entre protestas, aunque cuando termine el día todos digan que al final se lo han pasado bien.
Y lo que pasa es que al final yo paso el fin de semana enfadada, molesta y arrepintiéndome del esfuerzo mental y físico que supone (¿exagero?) hacer algo en familia, porque incluso quedándonos en casa tengo que obligarles a que hagamos cosas juntos.
Por eso a veces volver a empezar la semana es un alivio.
¿Pasa esto todos los fines de semana? No.
¿Será que mis expectativas son demasiado altas? Quizás.
¿Seguiré intentando que hagamos cosas en familia, tanto dentro como fuera de casa? Por supuesto.
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