Es la segunda vez que toma una decisión para la que no estoy preparada. Esta vez no ha sido tan grave, ni mucho menos, pero no estaba preparada. Otra vez.
La primera fue el destete, antes de los ocho meses, y aunque hace tiempo que decidí que fue culpa mía, cada vez que lo recuerdo me escuece la herida.
Ha pasado el tiempo y la herida escuece menos, pero el peso de la culpa sigue siendo grande.
La segunda ha sido pedir que le montáramos la cama en su habitación porque quería dormir solo. Así que el 2 de enero de 2014 ponemos fin a cinco años de colecho.
Rodrigo empezó a dormir en nuestra cama cuando cumplió el año.
¿Y por qué no durmió con nosotros desde el primer momento? Pues porque fui tonta, porque no me dejé guiar por mi instinto, porque dentro de mi cabeza sonaban más fuerte las voces de los demás que la de mi conciencia... y por otras estupideces de las que ahora me río.
En mi primer parto acabé muy dolorida y estaba muy incómoda dando el pecho tumbada. El niño nació con fiebre y estuvo casi una semana en observación, y aunque durante todo ese tiempo tuvimos habitación y estuvimos juntos, me avisaron de que durante esos días se esperaban muchos partos, y teniendo en cuenta que yo estaba bien, igual a mi me daban el alta y el niño se quedaba en el hospital. Así que entre los dolores y la posibilidad de quedarme sin cama, aprendí a darle el pecho sentada, y después, ya en casa, aunque lo intenté, no conseguí darle de mamar tumbada.
Hasta los tres meses durmió en nuestra habitación, en el cuco. Recuerdo muchas noches, muchos momentos, muchas horas de sueño que me podría haber evitado si mi chico hubiera dormido conmigo desde el primer día.
Recuerdo noches en las que se quedaba dormido estando los tres en el comedor, y como ya estaba metido en el cuco, no me atrevía a moverlo por no despertarlo, así que me iba a la cama para dormir un par de horas, hasta que se volviera a despertar para tomar teta y tuviera que levantarme otra vez. Recuerdo que algunas noches, ya dormido, lo metía en la cama conmigo, y acercaba mucho mi cara a su carita, para notar su respiración, su olor y su calor, pero no acercaba el resto del cuerpo por si al dormirme lo aplastaba. Esas noches, mi marido antes de acostarse lo pasaba al cuco otra vez, no fuera a acostumbrarse a dormir con nosotros, porque no era bueno. ¡Que pérdida de tiempo, de abrazos, de estar juntos!
Hasta los tres meses durmió en nuestra habitación, en el cuco. Recuerdo muchas noches, muchos momentos, muchas horas de sueño que me podría haber evitado si mi chico hubiera dormido conmigo desde el primer día.
Recuerdo noches en las que se quedaba dormido estando los tres en el comedor, y como ya estaba metido en el cuco, no me atrevía a moverlo por no despertarlo, así que me iba a la cama para dormir un par de horas, hasta que se volviera a despertar para tomar teta y tuviera que levantarme otra vez. Recuerdo que algunas noches, ya dormido, lo metía en la cama conmigo, y acercaba mucho mi cara a su carita, para notar su respiración, su olor y su calor, pero no acercaba el resto del cuerpo por si al dormirme lo aplastaba. Esas noches, mi marido antes de acostarse lo pasaba al cuco otra vez, no fuera a acostumbrarse a dormir con nosotros, porque no era bueno. ¡Que pérdida de tiempo, de abrazos, de estar juntos!
Las noches de los dos primeros meses, hasta que empezó a dormir más horas seguidas, fueron un ir y venir. En cuanto oía al niño moverse inquieto por el hambre me lo llevaba a la habitación de al lado, intentando no hacer ruido para no despertar a mi marido, y allí le daba de mamar en unas tomas eternas, en las que me podía pasar perfectamente dos horas sentada dándole de una teta, de otra, cambiando el pañal, durmiendolo e intentando volverlo a dejar en el cuco sin que se despertara.
Sobre los tres meses, cuando empezó a dormir más horas seguidas, lo pasamos a su habitación, con su super cuna, una cuna de esas que ocupa medio cuarto porque lleva el cambiador y un mueble con cajones incorporado, y que después de transforma en una cama, con otra cama nido debajo, un escritorio, una estantería, una mesita... Y claro, yo continué levantándome todas las noches cada vez que el niño pedía teta o simplemente cuando oía un ruido. Le daba de mamar con la habitación en penumbra, sentada en el sofá, esperando a que se durmiera y rogando porque no me costara más de dos intentos dejarlo dormido en la cuna. Poco a poco, por las noches pasaba más tiempo en el sofá de su habitación que en mi cama, sobre todo cuando se destetó y dejó de dormirse a la teta, ya que le costaba más conciliar el sueño.
Como mi marido tiene a la familia fuera, cada vez que su trabajo nos lo permitía íbamos a visitarlos para que pudieran ver al niño. Allí, cuando se despertaba por la noche, le costaba tranquilizarse y volverse a dormir, así que para no molestar lo metía en la cama con nosotros y se dormía antes. Después de haber estado unos días durmiendo con nosotros, una vez ya en casa a Rodrigo le costaba más volver a dormir en su cuna y a mí me costaba más dormir sin él. Así que después de otro viaje en el que el niño durmió ya con nosotros desde el primer día y que a la vuelta ya ninguno se sentía cómodo dejándolo otra vez en su habitación tomamos una decisión: dormiríamos los tres juntos.
Ahora, después de haber pasado tantos años, de haber tenido un segundo hijo, y de hacer lo que sinceramente creemos correcto respecto al tema del sueño, lo veo todo como una tontería, pero recuerdo que en aquellos momentos estábamos seriamente preocupados por si le haríamos más mal que bien al niño por dormir con nosotros. Nos preocupada no darle el uso pensado inicialmente a una cuna que a mi madre le costó un dineral. Nos inquietaba saber que familiares cercanos pensaban que lo que habíamos no estaba bien. Pero afortunadamente, y estamos seguros, tomamos la decisión correcta. Y también lamentamos el año perdido.
Después todo fue más cómodo, más natural, más tranquilo. Dormíamos juntos, abrazados. Disfrutábamos de la noche. Nadie tenía que levantarse mil veces, nadie se despertaba y se encontraba solo.
Y es que, aún con las patadas o los empujones que te puedes llevar mientras duermes, el colecho es muy cómodo. Si el niño se despierta porque quiere o necesita algo, antes incluso de que lo pida tú ya estás despierta. Y si está enfermo... recuerdo noches en las que Rodrigo estaba enfermo y solo por el ritmo de su respiración ya sabía si le subía la fiebre o si se encontraba mejor.
El caso es que ahora ya no está a mi lado mientras duermo. Miro a mi izquierda y todo vuelve a estar como antes, es como si nunca hubiéramos cambiado la habitación para poder acoplar su cama al lado de la nuestra. Ahora, si con los ojos cerrados alargo la mano durante la noche, solo hay vacío. Antes solo tenía que girarme para arroparle si se destapaba. Ahora vuelvo a levantarme para ir a su habitación en medio de la noche, para ver si se ha destapado, para arroparlo si hace falta. Y lo encuentro en su habitación, porque él lo ha elegido, durmiendo tranquilo.
En esta semana que lleva durmiendo solo me pide que me acueste con él mientras se duerme, pero prefiere que lo haga en la cama de al lado, porque dice que si me acuesto en la suya, ocupo mucho sitio.
Ah, por cierto, no es verdad eso de que si metes a tus hijos en la cama no querrán irse nunca (para mi pesar).
Sobre los tres meses, cuando empezó a dormir más horas seguidas, lo pasamos a su habitación, con su super cuna, una cuna de esas que ocupa medio cuarto porque lleva el cambiador y un mueble con cajones incorporado, y que después de transforma en una cama, con otra cama nido debajo, un escritorio, una estantería, una mesita... Y claro, yo continué levantándome todas las noches cada vez que el niño pedía teta o simplemente cuando oía un ruido. Le daba de mamar con la habitación en penumbra, sentada en el sofá, esperando a que se durmiera y rogando porque no me costara más de dos intentos dejarlo dormido en la cuna. Poco a poco, por las noches pasaba más tiempo en el sofá de su habitación que en mi cama, sobre todo cuando se destetó y dejó de dormirse a la teta, ya que le costaba más conciliar el sueño.
Como mi marido tiene a la familia fuera, cada vez que su trabajo nos lo permitía íbamos a visitarlos para que pudieran ver al niño. Allí, cuando se despertaba por la noche, le costaba tranquilizarse y volverse a dormir, así que para no molestar lo metía en la cama con nosotros y se dormía antes. Después de haber estado unos días durmiendo con nosotros, una vez ya en casa a Rodrigo le costaba más volver a dormir en su cuna y a mí me costaba más dormir sin él. Así que después de otro viaje en el que el niño durmió ya con nosotros desde el primer día y que a la vuelta ya ninguno se sentía cómodo dejándolo otra vez en su habitación tomamos una decisión: dormiríamos los tres juntos.
Ahora, después de haber pasado tantos años, de haber tenido un segundo hijo, y de hacer lo que sinceramente creemos correcto respecto al tema del sueño, lo veo todo como una tontería, pero recuerdo que en aquellos momentos estábamos seriamente preocupados por si le haríamos más mal que bien al niño por dormir con nosotros. Nos preocupada no darle el uso pensado inicialmente a una cuna que a mi madre le costó un dineral. Nos inquietaba saber que familiares cercanos pensaban que lo que habíamos no estaba bien. Pero afortunadamente, y estamos seguros, tomamos la decisión correcta. Y también lamentamos el año perdido.
Después todo fue más cómodo, más natural, más tranquilo. Dormíamos juntos, abrazados. Disfrutábamos de la noche. Nadie tenía que levantarse mil veces, nadie se despertaba y se encontraba solo.
Y es que, aún con las patadas o los empujones que te puedes llevar mientras duermes, el colecho es muy cómodo. Si el niño se despierta porque quiere o necesita algo, antes incluso de que lo pida tú ya estás despierta. Y si está enfermo... recuerdo noches en las que Rodrigo estaba enfermo y solo por el ritmo de su respiración ya sabía si le subía la fiebre o si se encontraba mejor.
El caso es que ahora ya no está a mi lado mientras duermo. Miro a mi izquierda y todo vuelve a estar como antes, es como si nunca hubiéramos cambiado la habitación para poder acoplar su cama al lado de la nuestra. Ahora, si con los ojos cerrados alargo la mano durante la noche, solo hay vacío. Antes solo tenía que girarme para arroparle si se destapaba. Ahora vuelvo a levantarme para ir a su habitación en medio de la noche, para ver si se ha destapado, para arroparlo si hace falta. Y lo encuentro en su habitación, porque él lo ha elegido, durmiendo tranquilo.
En esta semana que lleva durmiendo solo me pide que me acueste con él mientras se duerme, pero prefiere que lo haga en la cama de al lado, porque dice que si me acuesto en la suya, ocupo mucho sitio.
Ah, por cierto, no es verdad eso de que si metes a tus hijos en la cama no querrán irse nunca (para mi pesar).