Ilustración de 9jedit. Instagram
Tiene algo, no sé el qué. Es como un pedazo de arcilla convirtiéndose en un jarrón, o un montón de ingredientes sin sentido en una olla que terminan siendo un plato delicioso.
Lo hemos hablado en otras ocasiones, lo sé, pero eso no evita que me siga maravillando cómo podemos crear algo de la nada, de una idea, de una sugerencia, de un susurro en nuestra conciencia. Cómo sin cerrar los ojos lo vemos claramente y podemos narrarlo con pelos y señales, pero a la hora de ponerlo por escrito hay tantas posibilidades que es complicado elegir la única.
Cuando me sorprendo maldiciendo la mayor de las bendiciones, las palabras, me reprendo rápidamente antes de que desaparezcan. Prefiero el diluvio de todas ellas sin tener dónde esconderme que la falta de herramientas para poder expresarme.
La mayoría de las veces me resisto a que el resultado final poco o nada tenga que ver con la chispa que inició el fuego, y en todas ellas tengo que terminar aceptando que realmente es un proceso que hay que pagar si quiero compartir lo que siento. No debería sorprenderme porque sorprendentemente casi siempre es así, pero parece que no aprendo. Surge la idea y me emociono, lo veo todo muy claro y lo siento más claro todavía, pero cuando llega el momento de poner las palabras sobre fondo blanco bailan y me muestran un sinfín de coreografías que no había ensayado.
Las manos que en mi mente acariciaban cierta parte del cuerpo sobre el papel tienen que justificar su recorrido. Las palabras que en ese diálogo imaginario eran pura insinuación en el papel suenan vulgares. Los gestos que en mi cabeza hablan por sí solos me dejan sin palabras con las que describirlos.
Si comparto lo que escribo no es por los demás, es por mí. Necesito escucharme fuera de mi cabeza y ver la forma de mis pensamientos. Demostrarme a mí misma que puedo crear algo con lo que estar satisfecha con la certeza de que habrá quien no opine lo mismo. Regarme con la confianza de que eso no me afecte. Estimularme con la esperanza de que como no soy única, habrá alguien por ahí tan único como yo que me entienda y me valore como yo debería de hacerlo sin ninguna duda.
¿Habéis contado alguna verdad sabiendo que se convertirá en mentira? Es lo que me pasa cuando digo que estoy satisfecha con lo que escribo; con el tiempo no dejo de estarlo, pero tampoco dejo de pensar que podría estar mejor.
En ocasiones me empeño en que sea de cierta manera o con ciertas palabras. No fluye, pero sigo intentándolo porque creo que ya le he dado todas las vueltas que se le podía dar. Choco una y otra vez conmigo misma, incapaz de encontrar lo que no funciona. De pronto cedo, acepto que tengo que cambiar de palabras, de tono o de dirección, y cae el muro que me impedía ver más allá dejándome seguir.
Sentir que tenemos algo que decir es suficiente para hacerlo, ¿no crees?
Y aunque sirve cualquier cosa, no sirven unas palabras cualesquiera. El amor se demuestra diciéndolo, pero sobre todo eligiendo bien la forma de hacerlo. Pues con los sentimientos y los pensamientos pasa lo mismo, que hay que elegir muy bien las palabras para sentir que lo hemos hecho lo mejor posible. Y aunque no nos entiendan, si nos hemos esforzado todo lo que estaba en nuestra mano, debemos de darnos por satisfechos.