Me pongo límites y metas, soy también la que me decepciono conmigo misma si no cumplo con ciertas expectativas que por supuesto yo he creado. Y quien siempre ha estado ahí, quien es un buen compañero aunque a veces no entienda sus razones es el Tiempo.
Antes, incluso sabiendo que no podía ser para tanto, me fustigaba yo misma cuando no hacía algo bien, aunque los demás restaran importancia a lo que para mí era un gran error. Nunca encontraba la forma de hacer entender al resto cuánto me apenaba mi equivocación, olvido o despiste.
Un día, no recuerdo cuándo ni cómo, comencé a ser más comprensiva conmigo misma, a reconocer que todo no puede salir como yo quisiera, que en algunas cosas no soy todo lo perfecta que me gustaría. Tuve que aceptar que no llegar a cierto nivel no significa fallar, hacerlo mal o no estar a la altura, y empecé a tomarme ciertas cosas de otra manera.
Ahora, cuando me encuentro en alguna de esas situaciones en las que antes me hubiera enfadado, soy comprensiva conmigo misma. Me trato como trataría a cualquiera que se equivoca, dándole ánimos y diciéndole que así también está bien, que es normal, que todos cometemos errores... y ahora son los demás los que a veces parecen disgustarse porque creen que al no mostrarme más molesta conmigo no me importa el resultado.
Antes me decepcionaba a mí, ahora decepciono a los demás. Es la sensación que tengo. Pero igual que tengo esa sensación también tengo la certeza de que es como actúo ahora que tengo que seguir, porque al igual que no hay nadie mejor que yo para exigirme, tampoco lo hay para cuidarme. Así que de la mano del Tiempo sigo hacia delante descubriendo maneras de quererme.
Mi Otra Yo