—Bueno, tengo que colgar, que voy a ducharme. —¿Tan pronto?
—Llevamos casi una hora hablando y todavía no he cenado. Si quieres me ducho, ceno y cuando termine te vuelvo a llamar.
—O podrías ducharte mientras seguimos con la conversación.
—Sí hombre. ¿Y qué más?
—¿Por qué no? ¿Nunca has mantenido una conversación mientras te duchabas con alguien que estuviera fuera de la ducha?
—Claro que sí, pero era mi pareja y estaba aquí, no al teléfono.
—¿Y qué más da que yo no sea tu pareja? Y por si no te acuerdas, cosas más íntimas hemos hecho por teléfono.
—Lo sé. No hace falta que me lo recuerdes.
—¿Qué pasa, tan desagradable te resulta recordarlo?
—No es eso, y lo sabes. Además, fuiste tú el que sugirió que era mejor no repetirlo y no hablar de ello.
—¿Y si ahora me arrepiento?
—Pues te aguantas.
—Va, en el rato que llevamos discutiendo ya estarías dentro de la ducha.
—Ya casi lo estoy. Mientras hablamos lo he preparado todo, solo me falta desnudarme y meterme dentro.
—O sea, que estabas dispuesta a hacerlo desde el principio.
—Nada de eso. Simplemente intento aprovechar el tiempo mientras hablamos, pero voy a colgar ya.
—¡Espera! Por favor, no hace falta que hablemos mientras te duchas. Simplemente déjame escucharte y ya está. Ni te enterarás de que estoy ahí. Te lo prometo.
—Eres muy raro. ¿Lo sabes?
—Sí, ya me lo has dicho muchas veces. Pero te gusta, no lo niegues.
—¿Y qué se supone que vas a hacer mientras me ducho?
—Nada. Sentarme cómodamente en mi sofá e imaginar que estoy en la habitación de al lado, en vez de al otro lado del teléfono. Si quieres hasta te puedo enviar una foto del sofá.
—Vale.
Imagen de Internet
—Ahora envíame tú una de tu ducha.
—No pienso hacerlo. Con escucharme ya tienes sufiente.
—Si tú supieras que nunca tengo suficiente...
—¿Qué has dicho? No te he escuchado bien.
—Nada, nada. Que puedes empezar cuando quieras.
—Recuerda, ni una palabra. Yo te aviso cuando podamos seguir hablando. ¿De acuerdo?
—¡A sus órdenes!
—¡Qué gracioso!
Deja de hablar y lo que escucho me hace imaginar que se está quitando la ropa. Llegaba de trabajar cuando la he llamado, así que seguro que lleva unos vaqueros y una camiseta. Nada de sudadera ni chaqueta, ya me ha dicho que hoy allí tenían buen tiempo.
Se oye el agua caer y nada más. Supongo que está esperando a que esté como a ella le gusta, hirviendo. Lo sé porque una vez, hablando de las muchísimas cosas que no tenemos en común, salió el tema de la temperatura del agua en la ducha: a ella le gusta lo más caliente que pueda aguantar su cuerpo y yo la prefiero cuanto más fría mejor. Me gustaría saber cómo nos las arreglaríamos si compartiéramos la ducha.
El sonido ha cambiado, debe de haberse metido debajo del chorro de agua. ¿Habrá comprobado la temperatura con el pie, con la mano? Da igual, yo me la imagino con la cabeza inclinada hacia atrás, apartándose el pelo mojado de la cara con los ojos cerrados.
Bien, es de las que cierra el grifo para enjabonarse. No soporto a esa gente que no lo hace, que deja el agua correr incluso mientras se enjabona. Oigo cómo abre y cierra el champú, y si afino mucho el oído casi puedo escuchar cómo se frota el pelo hasta hacer espuma. Otra vez el agua, ahora para aclararse. Silencio y el clac de una tapa. ¿Algún otro producto para el pelo o ha pasado ya al gel? Tendré que esperar para averiguarlo. Se escucha el agua, no demasiado tiempo, y vuelve a cerrar el grifo. ¡Clac! Eso quiere decir que lo de antes era suavizante, acondicionador, mascarilla o lo que sea que utilice para cuidar el pelo que ahora intenta llevar ondulado, como realmente lo tiene. El otro día me contó que estaba cansada de pelear con su pelo para llevarlo liso, cuando no lo es. Ahora debe de estar enjabonándose el cuerpo.
Hace rato que he puesto el teléfono en altavoz para poder tenerlo lejos de mi boca. Me preocupa que pueda oír mi respiración cada vez más agitada. Le he dicho que no haría nada mientras la escuchaba y eso es lo que estoy haciendo, pero hay una parte en concreto de mi cuerpo que tiene vida propia.
Abre el grifo y esta vez está más tiempo bajo el agua, pero tampoco demasiado. Supongo que hoy ha sido más rápida de lo normal. ¿Se habrá sentido incómoda? Si es así me lo dirá. ¿O se habrá excitado, aunque sea un poco? Esto seguro que no lo reconocerá, es demasiado vergonzosa.
Hace casi un año que nos conocimos por Internet. Durante mucho tiempo hablamos por correo electrónico, pero llegó un día en el que los dos confesamos que nos gustaría poder comunicarnos de una manera más inmediata y pasamos a los mensajes de WhatsApp. La primera vez que hablamos por teléfono los dos estábamos nerviosos. Después de habernos escrito durante tanto tiempo y habernos contado cosas tan personales sentíamos como si nos conociéramos de toda la vida, pero escuchar nuestras voces era casi como ponernos rostro. Curiosamente a los dos nos pareció que la voz y la forma de hablar del otro correspondía a su forma de escribir. Ella habla como escribe, correcta, sin faltas de ortografía ni de respeto. Y aunque le cuesta soltarse, cuando lo hace es de lo más graciosa. Siempre se lo digo, pero nunca me cree.
El agua ha dejado de caer. Los sonidos que llegan me hacen pensar que está recogiendo la ducha. Ni en una situación como esta deja nada donde no deba de estar. No sé que usa para secarse, pero en mi imaginación utiliza una toalla para recogerse el pelo y otra para secarse el cuerpo, que deja envuelto cuando termina, quedando sus hombros y sus piernas al descubierto.
—¿Sigues ahí? Ya he terminado. —me dice.
Estaba tan concentrado fantaseando que su voz me sorprende y siento como si me hubiera pillado haciendo algo que no debiera.
—Aquí estoy. ¿Qué tal? No ha sido para tanto ¿no?
—La verdad es que no, pero me he sentido un poco incómoda. —lo sabía—. Todo el tiempo he tenido la sensación de que tenía que darme prisa para no hacerte esperar.
—Tranquila, no tengo prisa. Además, he disfrutado de tu ducha. Hubiera preferido compartirla contigo, pero bueno, qué le vamos a hacer. No se puede tener todo. —no necesito tenerlo todo, contigo me conformo. Lo pienso, pero no se lo digo. ¿Y por qué no se lo digo? Porque soy un cobarde, tan simple como eso y cuando las cosas se ponen serias se me da mejor huir que dar la cara.
—Escucha, me acaba de llegar un WhatsApp de un amigo diciéndome que viene a mi casa —mentira, pero no se me ocurre otra excusa—. ¿Te importa si hablamos en otro momento? Ya sé que he sido yo el que ha insistido en seguir con la conversación, pero es que ya está de camino y no le puedo decir que no.
—Ah... bueno. —me responde descolocada—. ¿Está todo bien? ¿Pasa algo?
—No pasa nada, de verdad, pero es que debe de estar al caer y no quiero hacerle esperar porque me ha dicho que tiene algo importante que contarme.
—Lo entiendo. Hablamos en otro momento.
—Mañana te llamo. Que descanses. Besos.
—Besos.
Necesito colgar porque no está todo bien y sí pasa algo. Le he dicho que no iba a hacer nada mientras la escuchaba, me hubiera parecido una falta de respeto lo contrario, pero no puedo aguantar más. En el mismo lugar desde el que la he acompañado mientras se duchaba cierro los ojos e intento reproducir en mi mente los sonidos y silencios que he escuchado. Trato de imaginar que las manos que repartían el jabón por su cuerpo eran las mías, no las suyas. Y que las manos con las que ahora me alivio son las suyas, no las mías.
Porque sí, ahora me arrepiento. Lo que en su día me parecieron razones lógicas para no arriesgarme ahora me parecen excusas ridículas propias de alguien que le tiene más miedo a lo que siente que a la posibilidad de que no funcione. Por eso cada vez que nos encontramos en una situación en la que además de haberla provocado yo, siento que ser solo amigos me sabe a poco, me bloqueo.
Mañana, cuando la llame, se lo confieso. De esta vez no pasa. Seguro.
Mi Otra Yo