Después de tantos años hay días en los que todavía me frustro y me enfado cuando hacer planes no sirve de nada. Planes basados en horarios, ocupaciones y aficiones principalmente del resto de los miembros de la casa. Me ayudo de un gran calendario y una agenda, aunque últimamente voy incorporando también las alarmas del móvil.
Hay semanas muy tranquilas que se componen de lo de siempre: trabajo, clases, estudio, una extraescolar y algún recado extra como mucho. Y según los horarios de los demás planifico los días de los cuatro. Pero otras semanas son como un reto de adaptación e improvisación que ponen a prueba mi capacidad de organización.
Aunque mi reacción a los imprevistos y a los cambios de última hora no sea siempre la adecuada, hace tiempo que acepté que es lo que hay, que mi vida (ahora mismo) es esta y que durante un tiempo que a veces se me hace demasiado largo mis planes entran con calzador y dependen de los planes de mi familia.
Pero algunos días... algunos días son una mierda, en serio.
Siento que no hay manera de aprovechar el tiempo, que si no llegamos a todo y más es solo culpa mía. Algunos días son una lucha entre la necesidad de tiempo para mí, saber y estar segura de que lo merezco y la obligación de hacer mi trabajo y sentir la culpa de que los ratos que me dedico son a costa de robarle tiempo a mi familia.
Pero algunos días... algunos días son una mierda, en serio.
Siento que no hay manera de aprovechar el tiempo, que si no llegamos a todo y más es solo culpa mía. Algunos días son una lucha entre la necesidad de tiempo para mí, saber y estar segura de que lo merezco y la obligación de hacer mi trabajo y sentir la culpa de que los ratos que me dedico son a costa de robarle tiempo a mi familia.