A veces estoy convencida de que no. Si pasa esto quisiéramos lo otro, y cuando pasa nos gustaría que fuera en otro momento; la cuestión es quejarse.
Afortunadamente no pienso siempre así, pero hay momentos en los que no puedo evitar ser una quejica descontenta, aunque se me pase pronto.
Hasta hace bien poquito Rodrigo ha sido bastante despegado. Tanto que nunca ha tenido problemas en quedarse con mis padres o mis suegros, a veces incluso era él quien pedía quedarse; así yo podía ir a la peluquería, hacer recados, o incluso salir alguna noche a cenar con mi marido. Porque esa era otra, si íbamos a cenar a casa de los abuelos muchas veces quería quedarse a dormir con ellos.
Yo me preocupaba y pensaba "¿será que mi hijo no me quiere?". Pero bueno, si estaba conmigo estaba bien, y si estaba con los abuelos también, así que desde bien pequeño tuve que asumir que mi hijo era "independiente y despegado", tanto que incluso se destetó el sólo a los ocho meses.
Todo esto ha cambiado desde que estoy embarazada, y es que su apego hacia mí crece a la vez que mi tripa. Ahora se ha vuelto a despegar un poquito, pero desde este verano más o menos que no quiere quedarse a dormir con los abuelos, ni durante el día tampoco. Si alguna vez lo he tenido que dejar con ellos porque tenía algo que hacer a lo que no me lo podía llevar había que explicarle porqué se quedaba con ellos y que ha dormir estaría conmigo. Y aunque hace poco se quedó otra vez a dormir en casa de mis padres porque él quiso, ya no es lo mismo que antes.
En casa hay días que puede resultar agotador (sobre todo cuando está cansado o tiene sueño), porque puede pasarse un buen rato diciendo "mama, mama, mama, mama, maaaamaaaa,...) y así sin parar, y da igual que yo le responda, le pregunte que quiere, que le pasa o lo coja en brazos, no sale de ahí.
Y claro, acostumbrada al Rodrigo de antes ahora hay ocasiones en las que me siento un poco agobiada, pero en el fondo me gusta que me prefiera a mí.
Así que ya ves, primero me preocupa que se quede bien con los demás, y ahora me agobia que no me quiera perder de vista.
Estos últimos días está volviendo a cambiar su comportamiento, no sé si por cansancio, porque se está poniendo enfermo o porque por mi tripa ya no puedo hacer todo lo que hacía antes de igual manera. El caso es que cuando está conmigo está muy pegado y mimoso, pero cuando está mi madre siempre quiere irse a casa de la yaya, y después del cole me dice que no quiere venir a casa con la mama.
Supongo que será otra etapa, y estoy segura de que hay un motivo, sino varios, para su comportamiento.
Intento no dar nada por hecho para no llevarme sorpresas. No siempre funciona.
miércoles, 24 de noviembre de 2010
miércoles, 17 de noviembre de 2010
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Desde hace unos días que Rodrigo no comparte. Supongo que es una etapa, que todavía tiene que aprender, pero el caso es que últimamente comparte sus cosas menos que nunca.
Lo llevo y lo recojo del colegio con su triciclo, y cuando salimos a las cinco, una amiga con su hijo, Rodrigo y yo, llevamos a otra niña con su madre.
Cuando Rodrigo se baja del triciclo y alguno de los otros dos aprovecha para subirse se enfada y se pone a llorar, y a veces intenta bajar al otro niño a la fuerza. Antes me ponía más de la parte del otro que de la de mi hijo, y le decía a Rodrigo que tiene que compartir, que un ratito él, un ratito el otro... y así.
Ahora pienso que lo que estaba haciendo no era enseñarle a compartir, sino obligarle, porque en cuanto se bajaba y se subía otro yo le decía que sino quería que se lo quitaran que no se bajara.
Conforme pasan los días he ido viendo la situación de otra manera, y poniéndome más en el lugar de Rodrigo.
El triciclo es de él, con lo que lo llevo y lo traigo del colegio. Si me pongo en su lugar, quizás a mí tampoco me apeteciera dejarlo porque vengan otros niños conmigo, "que se traigan el suyo" podría llegar a pensar. Y ¿por qué no puedo bajarme y subirme cuando quiera si es mío? ¿Acaso yo dejo mi coche a todo el mundo o me bajo con miedo por si alguna de mis amigas se sube a él y se lo lleva?
Sigo afinando mi opinión respecto al tema de compartir. Por que si lo que quiero es que aprenda, creo que no está mal que no se suban al triciclo si él no quiere, aunque no lo utilice en ese momento, es suyo y tienen que respetar su decisión. Como él tendrá que respetar a los demás cuando traigan algo y no se lo quieran dejar. Le costará una rabieta y unos lloros, seguro, pero aprenderá a base de experimentar cómo te sientes cuando no te dejan algo, y no porque yo le diga que si él no deja nada, tampoco le dejarán a él.
Porque, claro, ¿qué piensa el niño que se sube al triciclo en cuanto Rodrigo se baja aún sabiendo que no quiere dejarlo, y después todavía se molesta cuando le hacen bajar?
Sólo ellos saben lo que sienten cuando les quitan algo que es suyo, o cuando no pueden conseguir algo que desean. Aunque quizás no es tan diferente de lo que sentiríamos nosotros en su misma situación.
Hay otras maneras de enseñar a compartir, pero esta es la que he elegido yo en esta situación, ¿me estaré equivocando?
Lo llevo y lo recojo del colegio con su triciclo, y cuando salimos a las cinco, una amiga con su hijo, Rodrigo y yo, llevamos a otra niña con su madre.
Cuando Rodrigo se baja del triciclo y alguno de los otros dos aprovecha para subirse se enfada y se pone a llorar, y a veces intenta bajar al otro niño a la fuerza. Antes me ponía más de la parte del otro que de la de mi hijo, y le decía a Rodrigo que tiene que compartir, que un ratito él, un ratito el otro... y así.
Ahora pienso que lo que estaba haciendo no era enseñarle a compartir, sino obligarle, porque en cuanto se bajaba y se subía otro yo le decía que sino quería que se lo quitaran que no se bajara.
Conforme pasan los días he ido viendo la situación de otra manera, y poniéndome más en el lugar de Rodrigo.
El triciclo es de él, con lo que lo llevo y lo traigo del colegio. Si me pongo en su lugar, quizás a mí tampoco me apeteciera dejarlo porque vengan otros niños conmigo, "que se traigan el suyo" podría llegar a pensar. Y ¿por qué no puedo bajarme y subirme cuando quiera si es mío? ¿Acaso yo dejo mi coche a todo el mundo o me bajo con miedo por si alguna de mis amigas se sube a él y se lo lleva?
Sigo afinando mi opinión respecto al tema de compartir. Por que si lo que quiero es que aprenda, creo que no está mal que no se suban al triciclo si él no quiere, aunque no lo utilice en ese momento, es suyo y tienen que respetar su decisión. Como él tendrá que respetar a los demás cuando traigan algo y no se lo quieran dejar. Le costará una rabieta y unos lloros, seguro, pero aprenderá a base de experimentar cómo te sientes cuando no te dejan algo, y no porque yo le diga que si él no deja nada, tampoco le dejarán a él.
Porque, claro, ¿qué piensa el niño que se sube al triciclo en cuanto Rodrigo se baja aún sabiendo que no quiere dejarlo, y después todavía se molesta cuando le hacen bajar?
Sólo ellos saben lo que sienten cuando les quitan algo que es suyo, o cuando no pueden conseguir algo que desean. Aunque quizás no es tan diferente de lo que sentiríamos nosotros en su misma situación.
Hay otras maneras de enseñar a compartir, pero esta es la que he elegido yo en esta situación, ¿me estaré equivocando?
Más momentos
Esta madrugada Rodrigo se ha dado la vuelta dormido, se ha puesta cara a mí, y a la vez que ponía su mano sobre mi cara me ha dado un beso; todo esto dormido.
Estos momentos, estas muestras de cariño, no tienen precio. Son la recompensa a todos los esfuerzos, la cura de todos los males, el agradecimiento a mi dedicación, una declaración de amor...
Estos momentos, estas muestras de cariño, no tienen precio. Son la recompensa a todos los esfuerzos, la cura de todos los males, el agradecimiento a mi dedicación, una declaración de amor...
martes, 16 de noviembre de 2010
Hoy
Hoy quisiera ser depredadora, fiera hambrienta, cruel y sin entrañas que se alimenta de sus iguales y de las crias de éstas.
Hoy quisiera ser salvaje, mamímero sin civilizar al que tienen miedo por sus reacciones desproporcionadas.
Hoy quisiera ser mal educada, persona vulgar con la que no se puede mantener una conversación porque no entra en razones y solo utiliza gritos y palabrotas para expresarse.
No quiero ser otra persona, pero hoy quisiera ser diferente a como soy.
Hoy soy una madre herida y dolida porque no la han atacado a ella directamente, y sin embargo han despreciado lo que más valor tiene para ella.
Hoy soy una madre arrepentida de no tener mal genio, por no perder los nervios delante de mi hijo agrediendo a otro adulto.
Hoy he llorado porque he hecho llorar a mi hijo intentando hacerle entender que los adultos a veces somos crueles con seres indefensos, pensando que lo que hacemos es defender a los nuestros.
Hoy me decepciona ver como los adultos condenamos a los niños con nuestras acciones, cómo les ofrecemos errores y malos comportamientos de los que aprender y ningún dialogo o razón para pensar. Como nos defendemos mordiendo sin pararnos a pensar si hemos pisado nosotros primero.
Hoy estoy enfadada conmigo misma por no saber sacar fuerzas de flaqueza para rugir y sin embargo me debilito ante la maldad humana.
Hoy cambiaría lágrimas por gritos, nervios por rabia, angustia por ceguera.
Hoy vuelvo a desconfiar de la gente, a mirar de reojo a mi alrededor, a sentir que me observan y me juzgan.
Hoy, y siempre, prefiero sufrir yo a que sufra él.
Hoy quisiera ser salvaje, mamímero sin civilizar al que tienen miedo por sus reacciones desproporcionadas.
Hoy quisiera ser mal educada, persona vulgar con la que no se puede mantener una conversación porque no entra en razones y solo utiliza gritos y palabrotas para expresarse.
No quiero ser otra persona, pero hoy quisiera ser diferente a como soy.
Hoy soy una madre herida y dolida porque no la han atacado a ella directamente, y sin embargo han despreciado lo que más valor tiene para ella.
Hoy soy una madre arrepentida de no tener mal genio, por no perder los nervios delante de mi hijo agrediendo a otro adulto.
Hoy he llorado porque he hecho llorar a mi hijo intentando hacerle entender que los adultos a veces somos crueles con seres indefensos, pensando que lo que hacemos es defender a los nuestros.
Hoy me decepciona ver como los adultos condenamos a los niños con nuestras acciones, cómo les ofrecemos errores y malos comportamientos de los que aprender y ningún dialogo o razón para pensar. Como nos defendemos mordiendo sin pararnos a pensar si hemos pisado nosotros primero.
Hoy estoy enfadada conmigo misma por no saber sacar fuerzas de flaqueza para rugir y sin embargo me debilito ante la maldad humana.
Hoy cambiaría lágrimas por gritos, nervios por rabia, angustia por ceguera.
Hoy vuelvo a desconfiar de la gente, a mirar de reojo a mi alrededor, a sentir que me observan y me juzgan.
Hoy, y siempre, prefiero sufrir yo a que sufra él.
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sábado, 13 de noviembre de 2010
El llanto de un bebé
Esta semana una de mis vecinas a dado a luz una niña, y aunque todavía no la he oído llorar, reconozco que tengo ganas. Y no por el placer de oírla llorar y punto, sino porque me recuerda a cuando Rodrigo era bebé.
Recuerdo hace año y medio, cuando la vecina de abajo tuvo un niño, que me dormía oyéndolo llorar y se me dibujaba una sonrisa en los labios.
Me venían a la memoria esas días en los que llegamos a casa del hospital, siendo padres recientes, y nos daba miedo que el bebé llorara. Miedo por no saber lo que le pasaba, por no saber consolarle, por si molestaba a los vecinos, jajaja. Ahora me río.
Casi tres años después lo veo todo diferente, tengo ganas de volver a encontrame en esa situación, creo que la disfrutaré más, seré más consciente.
Y soy consciente de que eso lo digo ahora que no estoy recién parida, que no tengo sueño acumulado, y que sólo tengo que ocuparme de un niño de casi tres años. Pero bueno, ahora se lo que me espera, aunque después sea diferente a como fué con Rodrigo.
No recuerdo durante cuanto tiempo tuvo Rodigo ese llanto de bebé, porque además no ha sido demasiado llorón, pero no puedo evitar recordar esos primeros meses cada vez que oigo ese llanto pontente y a la vez indefenso, intenso y angustioso en ocasiones.
El llanto de un bebé consigue que mi instinto maternal tiemble, que mis brazos añoren mecer a esas criaturas pequeñas e indefensas que poco piden pero todo necesitan.
Recuerdo hace año y medio, cuando la vecina de abajo tuvo un niño, que me dormía oyéndolo llorar y se me dibujaba una sonrisa en los labios.
Me venían a la memoria esas días en los que llegamos a casa del hospital, siendo padres recientes, y nos daba miedo que el bebé llorara. Miedo por no saber lo que le pasaba, por no saber consolarle, por si molestaba a los vecinos, jajaja. Ahora me río.
Casi tres años después lo veo todo diferente, tengo ganas de volver a encontrame en esa situación, creo que la disfrutaré más, seré más consciente.
Y soy consciente de que eso lo digo ahora que no estoy recién parida, que no tengo sueño acumulado, y que sólo tengo que ocuparme de un niño de casi tres años. Pero bueno, ahora se lo que me espera, aunque después sea diferente a como fué con Rodrigo.
No recuerdo durante cuanto tiempo tuvo Rodigo ese llanto de bebé, porque además no ha sido demasiado llorón, pero no puedo evitar recordar esos primeros meses cada vez que oigo ese llanto pontente y a la vez indefenso, intenso y angustioso en ocasiones.
El llanto de un bebé consigue que mi instinto maternal tiemble, que mis brazos añoren mecer a esas criaturas pequeñas e indefensas que poco piden pero todo necesitan.
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viernes, 12 de noviembre de 2010
¿Cómo son?
Pues no sé como enfocarlo, ni siquiera como titularlo.
No es que esperara que Rodrigo fuera igual que yo, de hecho, hay cosas que no me gustan de mí que preferiría que él no heredara. Y tiene otras que yo no tengo y que estoy encantada de verlas en él: es sociable y cariñoso como yo no soy.
Pero ¿puedo yo ser objetiva con mi hijo?
Observo a otras madres, a sus hijos, y me gusta pensar que los quieren tanto como yo al mío. Pero no basta con querer a tu hijo, también hay que respetar cómo es y cómo no es. Y supongo que todas sabemos como son nuestros hijos, algunas no lo respetan del todo, y muchas no reconocen lo que no les gusta.
¿Y acaso nos gusta como somos nosotras mismas? ¿O queremos que ellos sean lo que nosotras no somos, lo que quisiéramos ser?
Yo misma me sorprendo cuando Rodrigo hace algo que yo no haría. Y me cuesta pararme a pensar que él todavía no sabe, que tiene que tropezar, caer y levantarse. Que seguramente su forma de afrontar las cosas sea diferente a la mía. Que aunque yo huya de las multitudes, los problemas y los enfrentamientos, a él le puede gustar tener gente alrededor, no importarle meterse en líos y ser valiente y enfrentarse a lo que no le gusta.
Que si yo sufro cuando un niño le rechaza o le pega puede que lo que el siente en esa situación no sea lo mismo, o que no le afecte tanto como a mí, o quizás lo pase incluso peor que yo, que para eso es el que lo sufre. Pero la vida es larga, y va a tener que sufrir y sentir muchas cosas, tanto malas como buenas.
Ahora que los niños entran sin llorar a clase las madres (también hay padres, claro) estamos más tranquilas, más simpáticas diría yo, y hablamos más entre nosotras.
En los dos meses escasos que llevamos de colegio se van formando grupos entre los niños, y creo que su equivalente entre las madres; no sé si me explico.
Pero claro, las razones por las que un niño se hace amigo de otro pueden ser bastante diferentes a las de los adultos, o quizás no tanto. El caso es que sino pasa nada grave, yo creo que no habría que intervenir demasiado en los asuntos de los niños. Y mucho menos ser las madres las que juzgan a otro niño que no es "tan amigo de su hijo".
Yo sé como es Rodrigo, y sé como actúa en su casa, con su familia y su entorno más cercano, pero también veo que crece, aprende y cambia.
Desde que va al colegio ha aprendido a decir malo, tonto, pegar, escupir y dar alguna que otra patada, entre otras cosas buenas y útiles, por supuesto. Y no es que antes fuera un santo, pero estas son algunas de las cosas que sólo hace desde que va al colegio. Mi hijo es fuerte, muy fuerte y grande para su edad; y a veces eso es una desventaja, si puede llamarse así.
Supongo que para las madres de algunos compañeros de Rodrigo lo que mi hijo será es bruto, pero bueno, yo me guardo mi opinión sobre sus hijos.
Y me pregunto, ¿puede afectarles a los niños, puede afectar a la relación entre ellos lo que cada madre piense de cada compañero de su hijo? Está claro que si la madre le va diciendo al hijo que Fulanito es malo, Menganito un pegón, Perico tonto y Antón un llorón, es lo que ellos van a pensar de los compañeros. Pero si no dicen/hacen nada explícito, ¿son los niños capaces de ver las miradas de sus madres hacia sus compañeros, hacia las madres de esos compañeros?
Seguramente me estoy liando, pero necesitaba decirlo, escribirlo. Supongo que cuando ordene lo que pienso y analice lo que veo podré explicarme mejor.
No es que esperara que Rodrigo fuera igual que yo, de hecho, hay cosas que no me gustan de mí que preferiría que él no heredara. Y tiene otras que yo no tengo y que estoy encantada de verlas en él: es sociable y cariñoso como yo no soy.
Pero ¿puedo yo ser objetiva con mi hijo?
Observo a otras madres, a sus hijos, y me gusta pensar que los quieren tanto como yo al mío. Pero no basta con querer a tu hijo, también hay que respetar cómo es y cómo no es. Y supongo que todas sabemos como son nuestros hijos, algunas no lo respetan del todo, y muchas no reconocen lo que no les gusta.
¿Y acaso nos gusta como somos nosotras mismas? ¿O queremos que ellos sean lo que nosotras no somos, lo que quisiéramos ser?
Yo misma me sorprendo cuando Rodrigo hace algo que yo no haría. Y me cuesta pararme a pensar que él todavía no sabe, que tiene que tropezar, caer y levantarse. Que seguramente su forma de afrontar las cosas sea diferente a la mía. Que aunque yo huya de las multitudes, los problemas y los enfrentamientos, a él le puede gustar tener gente alrededor, no importarle meterse en líos y ser valiente y enfrentarse a lo que no le gusta.
Que si yo sufro cuando un niño le rechaza o le pega puede que lo que el siente en esa situación no sea lo mismo, o que no le afecte tanto como a mí, o quizás lo pase incluso peor que yo, que para eso es el que lo sufre. Pero la vida es larga, y va a tener que sufrir y sentir muchas cosas, tanto malas como buenas.
Ahora que los niños entran sin llorar a clase las madres (también hay padres, claro) estamos más tranquilas, más simpáticas diría yo, y hablamos más entre nosotras.
En los dos meses escasos que llevamos de colegio se van formando grupos entre los niños, y creo que su equivalente entre las madres; no sé si me explico.
Pero claro, las razones por las que un niño se hace amigo de otro pueden ser bastante diferentes a las de los adultos, o quizás no tanto. El caso es que sino pasa nada grave, yo creo que no habría que intervenir demasiado en los asuntos de los niños. Y mucho menos ser las madres las que juzgan a otro niño que no es "tan amigo de su hijo".
Yo sé como es Rodrigo, y sé como actúa en su casa, con su familia y su entorno más cercano, pero también veo que crece, aprende y cambia.
Desde que va al colegio ha aprendido a decir malo, tonto, pegar, escupir y dar alguna que otra patada, entre otras cosas buenas y útiles, por supuesto. Y no es que antes fuera un santo, pero estas son algunas de las cosas que sólo hace desde que va al colegio. Mi hijo es fuerte, muy fuerte y grande para su edad; y a veces eso es una desventaja, si puede llamarse así.
Supongo que para las madres de algunos compañeros de Rodrigo lo que mi hijo será es bruto, pero bueno, yo me guardo mi opinión sobre sus hijos.
Y me pregunto, ¿puede afectarles a los niños, puede afectar a la relación entre ellos lo que cada madre piense de cada compañero de su hijo? Está claro que si la madre le va diciendo al hijo que Fulanito es malo, Menganito un pegón, Perico tonto y Antón un llorón, es lo que ellos van a pensar de los compañeros. Pero si no dicen/hacen nada explícito, ¿son los niños capaces de ver las miradas de sus madres hacia sus compañeros, hacia las madres de esos compañeros?
Seguramente me estoy liando, pero necesitaba decirlo, escribirlo. Supongo que cuando ordene lo que pienso y analice lo que veo podré explicarme mejor.
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Me gustaría, pero no lo cambio.
Hay cosas que no puedo hacer con Rodrigo, o mejor dicho, que no puedo hacer como yo quisiera, o como estaba acostumbrada a hacerlo.
Ahora ya no voy a un restaurante y disfruto tranquilamente y sin levantarme de la mesa más que para ir al baño; ahora me como el plato frío o se lo come él si hace falta.
Cuando voy a comprar con él tengo presente la posibilidad de hacerlo entre carreras por los pasillos del supermercado, dejándome lo menos importante o llevándome algo que no está en la lista de la compra.
Si vamos al parque lo hago mentalizada de que cuando yo diga "nos vamos" hay un 99% de posibilidades de que no lo hagamos a la primera, ni a la segunda,...
Ahora los paseos, los recados, el camino hacia el colegio y cualquier salida de casa son a su ritmo.
Si me encuentro por la calle a alguien y me entretengo hablando la conversación dura el tiempo que Rodrigo encuentre otra cosa más interesante que hacer.
Hace tiempo que no veo películas, no me queda tiempo ni ganas.
Ya no tengo la casa todo lo limpia y ordenada que quisiera.
¿Y porqué siempre vemos lo que no tenemos o no podemos hacer? Hay un momento para cada cosa; aceptemos y disfrutemos de lo que tenemos ahora, es nuestra recompensa. Lo que tenga que llegar, ya llegará.
Si me apetece salir a un restaurante y comer tranquila lo hago cuando Rodrigo se queda con mis padres o mis suegros. Y sino surge la oportunidad, pues no pasa nada, ya surgirá.
Si voy a comprar con él ya se lo que hay, así que no me enfado con el niño porque no me deja concentrarme en la lista de la compra.
Lo mismo cuando vamos al parque. Si me pongo en su situación hay que reconocer que toca mucho las narices tener que irte de un sitio en el que te lo estás pasando estupendamente cuando alguien te lo diga, y no cuando a tí te apetezca. Por eso lo hacemos poco a poco y con tiempo. Unos minutos antes de la hora que me quiero ir se lo voy avisando y le voy explicando lo que vamos a hacer; y aunque, como es normal, el siempre quiere quedarse más, con el tiempo voy comprobando que el método funciona, y que cada vez cuesta menos iniciar el camino de vuelta.
Es increíble la de cosas que se pueden mirar, tocar, saltar, pisar, rodear, subir y bajar en el tayecto que hay de casa a cualquier lugar. Sino fuera por Rodrigo, no me hubiera dado cuenta.
Más de una vez he ido de paseo con alguien que se ha encontrado a otro alguien y se han parado a hablar. Alguna vez no me ha interesado la conversación, o simplemente no me apetecía pararme, pero por eso que llamamos educación he esperado con mala gana e impacientemente que terminaran de hablar para poder seguir disfrutando del paseo y la compañía de mi acompañante. Y lo que realmente me hubiera gustado decir es "ya hablarás en otro momento, ahora estás conmigo" (suena a egoismo y mala educación ¿no?)
Si alguna vez intento ver una película mientras el duerme, la dejo a medias y sin problemas cuando me llama porque se ha despertado. Muchas veces me quedo dormida con él, sin acordarme siquiera de que lo que estaba viendo.
Desde que ni me obsesiona, ni me quita el sueño (antes me lo quitaba, os lo aseguro) la limpieza de la casa, soy más feliz, disfruto más de las visitas y de los niños que vienen a casa. Quiero aclarar que limpio, y aunque sea muestra de poca modestia, tengo una casa limpia y ordenada que ya quisieran algunas. Pero antes no conseguía concentrarme en disfrutar porque centraba toda mi atención en todo lo que se podía manchar, y he descubierto que cuanto menos te obsesionas, menos se mancha. Ahora tengo marcas de dedos por todos lo muebles de la casa, también de algún golpe con los juguetes, manchas de esas que sólo los que tienen hijos saben cómo es posible que hayan llegado hasta ahí, y juguetes en cada rincón de la casa.
Vamos, que tengo un niño de casi tres años, y eso se hace notar.
No cambio nada de lo que tengo o no tengo en estos momentos, esta es mi vida y así soy feliz.
Ahora ya no voy a un restaurante y disfruto tranquilamente y sin levantarme de la mesa más que para ir al baño; ahora me como el plato frío o se lo come él si hace falta.
Cuando voy a comprar con él tengo presente la posibilidad de hacerlo entre carreras por los pasillos del supermercado, dejándome lo menos importante o llevándome algo que no está en la lista de la compra.
Si vamos al parque lo hago mentalizada de que cuando yo diga "nos vamos" hay un 99% de posibilidades de que no lo hagamos a la primera, ni a la segunda,...
Ahora los paseos, los recados, el camino hacia el colegio y cualquier salida de casa son a su ritmo.
Si me encuentro por la calle a alguien y me entretengo hablando la conversación dura el tiempo que Rodrigo encuentre otra cosa más interesante que hacer.
Hace tiempo que no veo películas, no me queda tiempo ni ganas.
Ya no tengo la casa todo lo limpia y ordenada que quisiera.
¿Y porqué siempre vemos lo que no tenemos o no podemos hacer? Hay un momento para cada cosa; aceptemos y disfrutemos de lo que tenemos ahora, es nuestra recompensa. Lo que tenga que llegar, ya llegará.
Si me apetece salir a un restaurante y comer tranquila lo hago cuando Rodrigo se queda con mis padres o mis suegros. Y sino surge la oportunidad, pues no pasa nada, ya surgirá.
Si voy a comprar con él ya se lo que hay, así que no me enfado con el niño porque no me deja concentrarme en la lista de la compra.
Lo mismo cuando vamos al parque. Si me pongo en su situación hay que reconocer que toca mucho las narices tener que irte de un sitio en el que te lo estás pasando estupendamente cuando alguien te lo diga, y no cuando a tí te apetezca. Por eso lo hacemos poco a poco y con tiempo. Unos minutos antes de la hora que me quiero ir se lo voy avisando y le voy explicando lo que vamos a hacer; y aunque, como es normal, el siempre quiere quedarse más, con el tiempo voy comprobando que el método funciona, y que cada vez cuesta menos iniciar el camino de vuelta.
Es increíble la de cosas que se pueden mirar, tocar, saltar, pisar, rodear, subir y bajar en el tayecto que hay de casa a cualquier lugar. Sino fuera por Rodrigo, no me hubiera dado cuenta.
Más de una vez he ido de paseo con alguien que se ha encontrado a otro alguien y se han parado a hablar. Alguna vez no me ha interesado la conversación, o simplemente no me apetecía pararme, pero por eso que llamamos educación he esperado con mala gana e impacientemente que terminaran de hablar para poder seguir disfrutando del paseo y la compañía de mi acompañante. Y lo que realmente me hubiera gustado decir es "ya hablarás en otro momento, ahora estás conmigo" (suena a egoismo y mala educación ¿no?)
Si alguna vez intento ver una película mientras el duerme, la dejo a medias y sin problemas cuando me llama porque se ha despertado. Muchas veces me quedo dormida con él, sin acordarme siquiera de que lo que estaba viendo.
Desde que ni me obsesiona, ni me quita el sueño (antes me lo quitaba, os lo aseguro) la limpieza de la casa, soy más feliz, disfruto más de las visitas y de los niños que vienen a casa. Quiero aclarar que limpio, y aunque sea muestra de poca modestia, tengo una casa limpia y ordenada que ya quisieran algunas. Pero antes no conseguía concentrarme en disfrutar porque centraba toda mi atención en todo lo que se podía manchar, y he descubierto que cuanto menos te obsesionas, menos se mancha. Ahora tengo marcas de dedos por todos lo muebles de la casa, también de algún golpe con los juguetes, manchas de esas que sólo los que tienen hijos saben cómo es posible que hayan llegado hasta ahí, y juguetes en cada rincón de la casa.
Vamos, que tengo un niño de casi tres años, y eso se hace notar.
No cambio nada de lo que tengo o no tengo en estos momentos, esta es mi vida y así soy feliz.
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jueves, 11 de noviembre de 2010
"YIYO"
Cuando elegimos el nombre de Rodrigo una de las cosas que nos gustaban es que, como mucho, le podrían llamar Rodri.
Aunque, bueno, hay gente con mucha imaginación, así que nunca se sabe por donde te pueden salir.
El caso es que ha sido el propio Rodrigo el que ha encontrado esa otra forma de llamarse. Claro está que todavía no habla ni demasiado ni bien, y que Rodrigo es algo complicado para decirlo bien a la primera, así que él se llama "Yiyo". Y para que mentir, nos hace muchísima gracia.
Yo le llamo por su nombre, que para eso lo tiene, pero supongo que será Rodrigo el que con el tiempo decida como quiere que le llamen.
¿Será "Yiyo" uno de esos nombres que aparecen durante la infancia y ya se quedan con uno para siempre?
Pues no lo se, de momento, tiempo al tiempo.
Aunque, bueno, hay gente con mucha imaginación, así que nunca se sabe por donde te pueden salir.
El caso es que ha sido el propio Rodrigo el que ha encontrado esa otra forma de llamarse. Claro está que todavía no habla ni demasiado ni bien, y que Rodrigo es algo complicado para decirlo bien a la primera, así que él se llama "Yiyo". Y para que mentir, nos hace muchísima gracia.
Yo le llamo por su nombre, que para eso lo tiene, pero supongo que será Rodrigo el que con el tiempo decida como quiere que le llamen.
¿Será "Yiyo" uno de esos nombres que aparecen durante la infancia y ya se quedan con uno para siempre?
Pues no lo se, de momento, tiempo al tiempo.
martes, 2 de noviembre de 2010
¿Por si se acostumbran?
"Por si se acostumbran, para que no nos toreen, para que sepan quien manda, ..."
Pues no sé cuál es el motivo de que nos cueste tanto hacer lo que un niño quiere sin tener miedo a estar dominados por sus deseos para el resto de nuestras vidas.
Cada día me doy cuenta de la cantidad de peticiones que no le satisfacemos a un niño porque ..., pues no sé, porque son peticiones tan absurdas que lo más fácil sería complacerlas sin más, porque nos lo piden y punto.
Y es que si te paras a pensar somos más complacientes con cualquier adulto, desconocido incluso, que con un niño que nos pide algo.
Hay miles de ejemplos, tontos y diarios, y aunque todo no sea tan exagerado a como lo explico ahora mismo, sí que es bastante absurdo.
Un adulto te puede vacilar y gastarte una broma haciendo siete veces que te va a dar algo y retirarlo cuando estás a punto de cogerlo, si un niño te lo hace dos veces seguidas piensas que te toma por el pito del sereno.
Te agacharás las veces que sean necesarias (o no, pero se lo dirás de buenas maneras) a recoger lo que se le cae a un adulto, totalmente capaz de agacharse él, pero la etapa en la que los niños experimentan con tirar las cosas y verlas caer está llena de reproches tipo "si lo vuelves a tirar ya no te lo doy", "¿qué te has pensado, que estoy aquí para recoger lo que tú tires?", "¡si vuelves a tirarlo lo tiro a la basura!"
Si vas caminando con alguien por la calle y te pide dar un rodeo casi seguro que le dices que sí, a no ser que tengas prisa. Si te pide el niño que cambies de acera en la calle porque al otro lado hay escaparates, o porque le apetece y ya está, seguro que siempre tienes prisa, que no se puede ir por ahí ¿? o se tiene que ir por aquí ¿?. Hay muchas situaciones de este tipo, también peores, también menos graves. Y no terminaría nunca de nombrarlas todas.
Les reprochamos las cosas en un tono que no nos permitiríamos con alguien de nuestro tamaño, por si se enfada u ofende. ¿Qué pasa, que un niño de dos años no se puede sentir dolido porque le gritemos, no se puede asustar porque un gigante que mide metro y medio más que él le grite desde las alturas con cara de enfado?
Abusamos de nuestra superioridad física en todo momento; cuando jugamos y los cogemos de mil maneras aunque ellos no quieran, cuando los agarramos fuerte de un brazo para evitar que hagan algo (esto vale para evitarles un peligro, aunque a veces el peligro somos nosotros mismos), cuando estrujamos su cara para darles mil besos que ya nos han dicho que no quieren,... Y después nos ponemos como locos si en un intento de soltarse de nosotros una de sus manos chocan con nuestra cara, accidentalmente o no.
A veces creo que los niños somos nosotros, en lo de actuar sin pensar lo que hacemos. Ellos están aprendiendo, experimentando, comprobando el efecto de sus acciones; nosotros ya sabemos todo eso, pero seguimos comportándonos como niños, sin serlo, y no dejándoles ser a ellos lo que son, niños.
Pensamos que si no hacen EXACTAMENTE lo que nosotros queremos, ya están haciendo lo que les da la gana. Hay miles de maneras de andar el camino, no podemos pretender que anden como nosotros, sin enseñarles con el ejemplo, sólo indicándoles lo que "hacen mal".
¿Por qué le exigimos a los niños un comportamiento que ni siquiera nosotros tenemos?
¿La paciencia también se enseña? ¿Será que a nosotros no nos la han enseñado, o que la hemos perdido con los años?
Supongo que hay que decir que a cierta edad hay que dejarles claro blabla, blabla, blabla, pero ¿quién decide esa edad? O mejor dicho, ¿por qué cada vez es más corto el período en el que son niños y pueden actuar y comportarse como tal?
A mí me pasan cosas de estas con mi hijo, más de las que quisiera. Y aunque me voy dando cuenta, lo que quiero es evitarlas, darme cuenta antes de hacerlas.
Quiero disfrutar del niño que es, de las limitadas explicaciones que me puede dar, de los sentimientos y emociones que de momento puede manejar. No quiero exigirle a él algo que sé que todavía no es capaz de hacer sobre todo cuando yo no soy capaz de pedir explicaciones, de exigir comportamientos, a personas de mi tamaño y edad.
No quiero ver en esos ojos oscuros la incomprensión de porqué le digo/hago/pido eso incomprensible para él, para su mente todavía por formar.
Quiero que su vida sea lo que tiene que ser ahora: amor, caricias, abrazos,besos, sentimientos a flor de piel, juegos, descubrimientos, libertad, tonos de voz agradables,...
Porque si un niño no se merece todo lo bueno y todo el tiempo del mundo ¿quién se lo merece?
Pues no sé cuál es el motivo de que nos cueste tanto hacer lo que un niño quiere sin tener miedo a estar dominados por sus deseos para el resto de nuestras vidas.
Cada día me doy cuenta de la cantidad de peticiones que no le satisfacemos a un niño porque ..., pues no sé, porque son peticiones tan absurdas que lo más fácil sería complacerlas sin más, porque nos lo piden y punto.
Y es que si te paras a pensar somos más complacientes con cualquier adulto, desconocido incluso, que con un niño que nos pide algo.
Hay miles de ejemplos, tontos y diarios, y aunque todo no sea tan exagerado a como lo explico ahora mismo, sí que es bastante absurdo.
Un adulto te puede vacilar y gastarte una broma haciendo siete veces que te va a dar algo y retirarlo cuando estás a punto de cogerlo, si un niño te lo hace dos veces seguidas piensas que te toma por el pito del sereno.
Te agacharás las veces que sean necesarias (o no, pero se lo dirás de buenas maneras) a recoger lo que se le cae a un adulto, totalmente capaz de agacharse él, pero la etapa en la que los niños experimentan con tirar las cosas y verlas caer está llena de reproches tipo "si lo vuelves a tirar ya no te lo doy", "¿qué te has pensado, que estoy aquí para recoger lo que tú tires?", "¡si vuelves a tirarlo lo tiro a la basura!"
Si vas caminando con alguien por la calle y te pide dar un rodeo casi seguro que le dices que sí, a no ser que tengas prisa. Si te pide el niño que cambies de acera en la calle porque al otro lado hay escaparates, o porque le apetece y ya está, seguro que siempre tienes prisa, que no se puede ir por ahí ¿? o se tiene que ir por aquí ¿?. Hay muchas situaciones de este tipo, también peores, también menos graves. Y no terminaría nunca de nombrarlas todas.
Les reprochamos las cosas en un tono que no nos permitiríamos con alguien de nuestro tamaño, por si se enfada u ofende. ¿Qué pasa, que un niño de dos años no se puede sentir dolido porque le gritemos, no se puede asustar porque un gigante que mide metro y medio más que él le grite desde las alturas con cara de enfado?
Abusamos de nuestra superioridad física en todo momento; cuando jugamos y los cogemos de mil maneras aunque ellos no quieran, cuando los agarramos fuerte de un brazo para evitar que hagan algo (esto vale para evitarles un peligro, aunque a veces el peligro somos nosotros mismos), cuando estrujamos su cara para darles mil besos que ya nos han dicho que no quieren,... Y después nos ponemos como locos si en un intento de soltarse de nosotros una de sus manos chocan con nuestra cara, accidentalmente o no.
A veces creo que los niños somos nosotros, en lo de actuar sin pensar lo que hacemos. Ellos están aprendiendo, experimentando, comprobando el efecto de sus acciones; nosotros ya sabemos todo eso, pero seguimos comportándonos como niños, sin serlo, y no dejándoles ser a ellos lo que son, niños.
Pensamos que si no hacen EXACTAMENTE lo que nosotros queremos, ya están haciendo lo que les da la gana. Hay miles de maneras de andar el camino, no podemos pretender que anden como nosotros, sin enseñarles con el ejemplo, sólo indicándoles lo que "hacen mal".
¿Por qué le exigimos a los niños un comportamiento que ni siquiera nosotros tenemos?
¿La paciencia también se enseña? ¿Será que a nosotros no nos la han enseñado, o que la hemos perdido con los años?
Supongo que hay que decir que a cierta edad hay que dejarles claro blabla, blabla, blabla, pero ¿quién decide esa edad? O mejor dicho, ¿por qué cada vez es más corto el período en el que son niños y pueden actuar y comportarse como tal?
A mí me pasan cosas de estas con mi hijo, más de las que quisiera. Y aunque me voy dando cuenta, lo que quiero es evitarlas, darme cuenta antes de hacerlas.
Quiero disfrutar del niño que es, de las limitadas explicaciones que me puede dar, de los sentimientos y emociones que de momento puede manejar. No quiero exigirle a él algo que sé que todavía no es capaz de hacer sobre todo cuando yo no soy capaz de pedir explicaciones, de exigir comportamientos, a personas de mi tamaño y edad.
No quiero ver en esos ojos oscuros la incomprensión de porqué le digo/hago/pido eso incomprensible para él, para su mente todavía por formar.
Quiero que su vida sea lo que tiene que ser ahora: amor, caricias, abrazos,besos, sentimientos a flor de piel, juegos, descubrimientos, libertad, tonos de voz agradables,...
Porque si un niño no se merece todo lo bueno y todo el tiempo del mundo ¿quién se lo merece?
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