viernes, 30 de agosto de 2019

Impactante

Me ha quedado el mismo regusto amargo después de ver la serie de televisión surcoreana «Love Alarm» que me quedó cuando terminé de leer el libro «Al final mueren los dos».
La serie trata sobre una aplicación llamada «Love Alarm» que permite saber si en un radio de 10 metros hay alguien enamorado del usuario. 
Con esta aplicación no hay coqueteo, aproximación, miradas, ni incertidumbre. Una alarma suena en cuanto alguien a quien le gustas se encuentra a diez metros de ti, así que todo lo demás sobra, porque si tú haces sonar también la alarma de la otra persona ya está todo dicho. 
Pero ¿qué pasa cuando haces que suene la alarma de alguien y ese alguien no hace sonar la tuya?

Con todos los avances que tenemos al alcance de nuestra mano parece que nos esforzamos en imaginar futuros desoladores, tristes y despersonalizados. Porque al final todo lo que se crea para acercar a las personas y crear relaciones humanas acaba consiguiendo lo contrario, relaciones frías e impersonales, que quizás nunca hubieran surgido sino hubiera sido gracias a internet.
Me impacta lo posibles que son algunas cosas antes impensables. Cuantas tonterías, estupideces y locuras se hacen relacionadas con internet, las redes sociales, los «me gusta» y lo que quiero que vean/crean/piensen de mí.
Es un poco triste pensar que cada vez llegamos a más personas sin salir de casa. Ganamos conocidos y perdemos contacto físico. Filtramos tanto lo que mostramos  que a veces no tiene nada que ver con lo que realmente somos.
Todo tiene su lado bueno y su lado malo, por supuesto, pero tendríamos que tener más presentes a los que podemos tocar con solo alargar la mano, y tocar de verdad, no con un clic. Así todo lo que está ahí fuera sería algo más que añadir a nuestra vida, algo que sumara, y no acabaría siendo la realidad virtual en la que aislarnos.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Me repito

Hay cosas que te acompañan en cada mudanza y que se salvan de todas las limpiezas de armarios que haces a lo largo de tu vida.
En la última limpieza que he hecho estos días he encontrado textos que escribí hace fácilmente más de 25 años.

No puedo decir que escribo desde siempre, porque aunque no recuerdo la época en la que empecé, sí recuerdo la época en la que todavía no lo hacía. Lo que sí recuerdo hacer desde siempre es hablar conmigo misma, que al fin y al cabo es lo que hago también cuando escribo.
Escribí mucho durante la adolescencia, con los primeros amores, cuando empecé a experimentar las posibilidades que ofrecía la libertad con el grupo de amigas. Mis escritos se hicieron más intensos y reales cuando me enamoré del que hoy es mi marido y durante unos años se transformaron en largas cartas que nos mandábamos para sentir más corta la distancia que nos separaba.
Cuando tuve claro que quería ser madre el tema de mis lecturas se centró en el embarazo, la crianza y la educación, en ese orden. Mi mente me pedía saber todo lo posible, encontrar a gente a quien leer y me pudiera guiar. También escribía, pero mucho menos. Sin embargo con el paso de los años he necesitado leer cualquier cosa que no tuviera nada que ver con la crianza, así de empachada he terminado del tema.
Mis hijos han crecido, necesitan menos de mí y yo he ido recuperando tiempo que dedico a la lectura, y otra vez a escribir.
Sigo hablando conmigo misma, quizás más que nunca. Y también escribo, mucho y casi en cualquier sitio. Eso me lleva a sentir que a veces, cuando voy a escribir en el blog, me repito. Lo que pasa realmente es que lo he escrito en algún cuaderno, o que llevo tanto dándole vueltas al tema que ya me parece haber escrito sobre él.

Me pregunto si la lectura y la escritura van necesariamente de la mano. Pienso, y quizás me equivoco, que todo el que escribe también lee, pero no todo el que lee también escribe.
Creo que en mi caso la escritura y la lectura llegaron a la vez a mi vida, y aunque han habido épocas en las que alguna de las dos facetas la he tenido abandonada, siempre he permanecido ligada a las palabras. Ya sea al escribirlas o al leerlas me dan seguridad, y con ellas puedo aferrarme a la realidad o evadirme de ella por igual.

lunes, 26 de agosto de 2019

Reconocer

Me cuesta hacer cumplidos o halagar a la gente, igual que me cuesta recibirlos. En todo caso creo que es algo en lo que me tengo que esforzar más, aunque me cueste horrores.

Hace un año que sigo en Instagram a un chico y una chica que conocí el año pasado en las fiestas patronales de mi ciudad. Gracias a esta red social he podido estar al día de las creaciones en miniatura de él y de los dibujos de ella.
Para mí tiene mucho de valentía el esforzarte en hacer bien algo que te gusta y mostrárselo a la gente. Trabajar para ser mejor que bueno y poder ganar dinero con ello, ya que al fin y al cabo es un reconocimiento que te paguen por lo que haces, sobre todo si es arte.
Este año he vuelto a verlos en diferentes eventos y me he atrevido a, de una manera u otra, reconocerles su trabajo, decirles que me gusta lo que hacen.
En una exposición de maquetas pude dirigirme a él y su compañera, hacerles algunas preguntas, interesarme por su trabajo, decirles directamente que me gusta mucho lo que hacen y que gracias a Instagram soy consciente de todo el tiempo y dedicación que hay detrás de cada maqueta. 
En otro evento pude acercarme a la caseta en la que la chica de los dibujos los mostraba y vendía a quien los quisiera comprar. También le dije que estaba al día de su trabajo gracias a Instagram, y le compré un par de marca páginas decorados con sus ilustraciones que tuvo el detalle de dedicarme.
Quiero pensar que les gustó mi gesto, que les hizo bien, y después que les hiciera sentir mejor.

Me siento satisfecha por haber hecho algo que me cuesta hacer, que estoy convencida que está bien y que quiero hacer más a menudo. Quisiera que con el tiempo no tuviera que forzarme a hacerlo, que fuera algo natural en mí.
Además me ha servido para sacarme una espinita que tenía clavada y eso, quieras que no, alivia.

sábado, 24 de agosto de 2019

Que lo disfruten

Esta semana son las fiestas patronales de la ciudad donde vivo, como en muchas otras ciudades. Hay damas, actos, eventos y un sinfín de actividades que tienen ocupadas a las damas, a la gente que forma parte de comisiones, a las peñas, a la gente del ayuntamiento y seguramente mucha más gente que ni imagino.
Lo mismo pasa en marzo, con las fallas, aunque hay que decir que tanto para las fiestas de agosto como para las fallas se trabaja todo el año, no solo en los días señalados.
No soy devota de ninguna de estas dos fiestas, aunque disfruto de algunas cosas de las que se organizan, y tengo claro que nunca en la vida (cruzo los dedos, porque dicen que nunca se puede decir nunca) seré dama, fallera o nada que se le parezca. Pero admiro a quien quiera serlo, a quien le guste y pueda sonreír mientras le miran, a quien aguante asistir a eventos vestida de gala y con tacones, además de sesiones de maquillaje y peluquería. Admiro también a quienes dedican su tiempo a que todo esto funcione, y no me refiero precisamente a la gente del ayuntamiento, que esos cobran, sino a voluntarios, peñas, comisiones y todo aquel que lo haga porque vive por y para las fiestas de su pueblo.
Por todo esto, y aunque me toque la moral los cierres de calles y otros inconvenientes, de verdad que espero que lo disfruten.

jueves, 22 de agosto de 2019

No se puede soñar y pensar al mismo tiempo

Ya ni recuerdo las veces que me han dicho que pienso demasiado; o que medito las cosas antes de hacerlas; o que mido mis palabras antes de hablar.
Recuerdo aquel taller-charla sobre constelaciones familiares. Pude experimentar por mí misma lo que es que mi cuerpo hiciera cosas que no me había parado a pensar. Decir cosas que sentía, pero sin haberlas pensado antes. «Yo creo...», decía. «No creas, no pienses, solo siente y haz».

Me doy cuenta que incluso cuando sueño intento que el sueño tenga su parte de realismo, de lógica, de posibilidad. Ni siquiera en sueños me dejo llevar.
Hablo de esos sueños que se tienen mientras se está despierta: de esa casa en la que te imaginas, de ese coche que te gustaría conducir, de esos tres hijos sanos y estupendos, de esa librería-cafetería de la que eres propietaria, de esa escena de sexo propia de película porno, de ese aspecto que nunca tendrás.

Mis sueños son míos, de nadie más. En ellos la única que juzga, ofende y disfruta soy yo. Yo soy mi mayor juez y verdugo. Y me doy cuenta de que no está bien, de que no es sano. Al fin y al cabo no engaño a nadie. Y los sueños son solo de quien los sueña. Esa persona es la única que pone las reglas y los límites. 
Pero, mejor tarde que nunca, hay que descubrir que los sueños, sueños son. Ese mundo al que bajamos, o subimos, cada noche. Y a veces (demasiadas quizás), durante el día. Aunque ¿alguien dijo que solo se pudiera soñar de noche? 
Déjate llevar, te lo digo yo, díselo tú, dítelo tú. Te lo mereces.
¿Límites? ¿Reglas? Ya hay suficientes despierta, no hacen falta en los sueños. Así no son sueños.
Un sueño tendría que ser abandonarse, dejarse llevar, sonreír y dibujar ondas con las manos.

De verdad que me gustaría soñar sin pensar, soñar como si nunca fuera a cumplirse. Soñar imposibles con la seguridad de que nunca voy a esperar en la realidad lo que sueño.

martes, 20 de agosto de 2019

Necesito rutina

Necesito rutina. Orden y concierto. Actividades y tareas que organizar. Obligaciones que cumplir. Menos calor y más manta. Días más cortos y velas que iluminen las noches. Despeinarme por el viento y dejar de sudar. Más días grises con sus cielos encapotados y menos andar buscando la sombra. Sentirme mojada por la lluvia, no por el sudor. Bebidas calientes y bizcocho casero. Madrugar y acostarme antes del día siguiente.

Estamos dejando pasar el verano, sin prisa pero sin pausa. Ya tengo aprendida la lección: no vale la pena planearlo, ningún verano es igual al anterior. 
Hace un par de veranos los niños no querían playa, preferían piscina. Este año ni una cosa ni la otra. Hubo uno en el que se  peleaban tanto que bajábamos casi todas las mañanas a la playa, así entre que te preparabas, estabas allí, volvías y los duchabas, se nos pasaban las mañanas. Otro íbamos casi todos los domingos a una playa cercana tan grande que podíamos montar toldo, mesa, sillas, comer allí y pasar el día.
Los últimos veranos teníamos una rutina de tareas para repasar lo que habían hecho durante el curso y no se les olvidara. En el mes de julio ya tenía borrados y forrados los libros del próximo curso, además de todo el material comprado y marcado con el nombre de cada uno.
Este verano me sobran dedos de las manos para contar cuantas veces hemos ido a la playa y a la piscina. Aunque ya tengo los libros y el material del pequeño todavía no he empezado a prepararlo. Como el mayor empieza la ESO hasta primeros septiembre no tendremos sus libros ni sabremos el material que necesita. Este verano la única rutina de tareas que han tenido es leer un poco cada día, y tampoco se ha acabado el mundo cuando no lo han hecho.
El verano pasado mi marido cogió un resfriado que le duró más de un mes, terminó tan bajo de ánimos que se planteó incluso cambiar de trabajo. Este verano lo está pasando sin ningún problema a nivel de salud, pero de vez en cuando recuerda (y cruza los dedos) lo mal que lo pasó.
Está siendo un verano raro de tan tranquilo, pero no me quejo, porque dicen que «más vale malo conocido que bueno por conocer».

domingo, 18 de agosto de 2019

Reuniones de vecinos

Es cierto que a las reuniones de vecinos siempre acudimos los mismos, pero ¿qué sacamos protestando por ello?
Una vez al año se celebra una reunión de comunidad de propietarios, en la que se nos convoca a los vecinos de dos escaleras y unas cuantas plantas bajas. Para poder acudir el mayor número de vecinos se han celebrado en invierno (y entonces no vienen los que tienen un piso como segunda residencia, que son bastantes), en verano (y entonces no vienen los que viven aquí todo el año, porque se van de vacaciones), en viernes por la tarde (los que trabajan no vienen), en domingo por la tarde (los que trabajan descansan en fin de semana).
Bueno, yo creo que no podemos culpar al gestor de no haberlo intentado. Y al final, sea en la estación que sea, el día que sea, y a la hora que sea, no somos más de 10, incluido el gestor, y de ellos creo que no llegamos a 5 los incondicionales que no nos hemos perdido más de una reunión.
Los que vamos, se supone que es porque queremos y nos interesa, así que el oír todos los años de boca de la misma persona que siempre vamos los mismos... pues como que ya cansa. 
Como con el paso de los años nos vamos conociendo y sabiendo de qué pie cojeamos cada vecino simplemente depende de las ganas que tengas de discutir para hacerlo o no, porque siempre hay motivos.
De momento la reunión de este año la hemos superado sin discusiones. Veremos qué pasa en la próxima.

miércoles, 14 de agosto de 2019

En agosto y de largo

No entiendo por qué hay profesionales que tienen que ir de largo en verano.
Hay pantalones y camisas de manga corta elegantes y de vestir que causan mejor impresión que alguien con pantalón y camisa de manga larga, aunque sea de un tejido fresco, todo sudado.
Habrá trabajos en los que no se podrá elegir cómo vestir por motivos de seguridad, o porque se lleva uniforme, pero creo que hay otros a los que les beneficiaría más, al menos en su imagen y su comodidad, adaptarse a las temperaturas.
Es lo que yo pienso cada vez que me cruzo a algún representante o comercial en verano, con maletín en una mano, móvil en la otra, y una espalda mojada que seguro que a él no es al único que le molesta.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Representados por unos pocos

Viendo Terrace House es fácil pensar que todos los japoneses son como los protagonistas del reality. Tengo claro que no, aunque está claro que es un reflejo de la mentalidad japonesa.
Sin poder evitarlo me viene a la cabeza Gran Hermano, y aunque las condiciones no son las mismas, al fin y al cabo se trata de convivencia, aunque con diferencias importantes. En el reality japonés se trata de compartir casa sin dejar de lado tu vida, sigues manteniendo contacto con familia y amigos, y no dejas de trabajar. En la versión española se trata de aislarte y competir por un premio.
Mientras que los japoneses son educados y respetuosos, esforzándose por no incomodar, parece que los españoles son elegidos en base a la capacidad que tienen de ofender y crear mal ambiente. Los primeros lo arreglan todo hablando, los segundos todo a gritos.

Si yo me he hecho una imagen de la sociedad japonesa en base a lo que he viso en su programa, quiere decir que ellos hacen lo mismo, que seguramente piensen que todos los españoles somos como lo que ven en Gran Hermano.
Y la verdad, no me hace ninguna gracia ser representada por según qué elementos.

lunes, 5 de agosto de 2019

Nunca pensé que fuera posible

Nunca pensé que fuera posible sangrar sin dolor.
Estoy hablando de la regla, de la menstruación, de esa tortura mensual que pintan de azul en la televisión y quieren que huela a limpio, a no-natural.
Si tuviera una hija intentaría hacérselo lo más fácil posible. Que dentro de todo lo que no le vaya a poder evitar no le añada yo más inconvenientes. Pero no le escondería el fastidio que para mí supone.

Dicen que las mujeres maduran antes que los hombres, y sinceramente creo que es normal, teniendo en cuenta que a la edad a la que puedes tener la menstruación puede incluso que todavía juegues con muñecas. Teniendo en cuenta que hay niñas que pasan de jugar a mamás a serlo, y no por elección propia precisamente.

Ya hablé anteriormente de mi menstruación, de que la asociaba a dolor, de que después de bastante tiempo sin tenerla por el tipo de píldora que tomaba había decidido dejar de tomarme esa pastilla milagrosa para volver a sangrar, y sentir dolor.
Pues me alegra poder decir que de momento no me duele. Cierto es que todavía no soy regular, que son demasiados años tomando hormonas para haberme «limpiado» en apenas cuatro meses. Pero he sangrado sin sentir dolor.

Lo de la copa menstrual es otro cantar. Todavía tengo que acostumbrarme y le encuentro un par de inconvenientes sin importancia que desaparecerán con la práctica, pero no dudo en que la decisión de cambiar tampones y compresas por la copa es la adecuada.
Es novedoso ver la sangre tal cual, recogida en un recipiente que no disfraza el olor, en vez de empapada en un tejido perfumado con el que parece que te estás curando una herida. ¿Y el color? Ese rojo intenso, vivo, tal y como es la sangre. Quien haya ido a donar sangre y viera después la bolsa llena me entiende. Se nota que ese color desprende incluso calor.
Por cierto, desde que utilizo la copa la menstruación no huele. Al menos no a ese olor que recordaba, mezcla de perfume y días de dolor e incomodidad.

Otro cambio del abandono de la píldora lo siento en mis partes más íntimas. Poco a poco el deseo y la lubricación van siendo compañeros habituales de mi día a día. Lo que conlleva que mi marido y yo busquemos más a menudo quedarnos solos, y la sonrisilla tonta que se nos dibuja en la cara cuando pensamos en qué hacer estando a solas.

sábado, 3 de agosto de 2019

Un alivio

A veces lees algo que no te gusta demasiado, que te impresiona o te deja sensación de malestar, y resulta que lo que lees después es justo lo que necesitabas para quitarte esa sensación.
Ya me pasó en su día con la película Monster, que después de verla con mi marido fuimos a ver una comedia romántica de Jennifer Aniston con unos amigos. La comedia no era nada del otro mundo, de hecho el protagonista masculino no me gustaba nada, pero era justo lo necesario para quitarme la mala sensación que me había dejado la primera película.
Es lo que me ha pasado con Perdón y el libro que acabo de terminar.


Ni que decir tiene que lo que me llamó la atención fue el título.
¿Qué es lo único que importa? Seguro que hay tantas respuestas para esta pregunta como personas a las que se la hagamos.
Incluso si el título fuera otro, Lo más importante, por ejemplo, no sería tan contundente.
Esta historia, incluso con su drama, tiene final feliz. No es tan complicada y absorbente como la historia de Perdón. Sin duda, es el tipo de lectura que necesitaba en este momento.
Con estos dos libros en concreto no entro a valorar si me parecen buenos o malos, si están mal escritos o no, solo puedo explicar la sensación que me han dejado sus historias en este momento en concreto. 
Quizás si el primero lo hubiera leído en otro momento mi valoración fuera distinta, probablemente. Y también puede ser que si no hubiera leído el segundo a continuación no hubiera supuesto para mí un alivio.

jueves, 1 de agosto de 2019

Cuantos más libros mejor

No hace mucho que he descubierto que con el carnet de la biblioteca de mi ciudad puedo sacar libros también en otras bibliotecas de la misma comunidad. Así que de vez en cuando hago una escapada con mis hijos a la biblioteca de alguna de las otras dos ciudades que más cerca tenemos.
Resulta que en nuestra biblioteca se pueden tomar en préstamo tres libros a la vez como máximo, y habíamos dado por hecho que en el resto también. Pero hoy, estando en otra biblioteca he visto que un niño devolvía 6 libros, y lo primero que he pensado es que seguramente devolvía sus libros y los de alguien más. Aun así he preguntado, por si acaso, cuantos libros a la vez podíamos llevarnos por persona.
¡¡6 libros!!
Mis hijos y yo hemos abierto unos ojos como platos y la sonrisa nos llegaba hasta las orejas. 
La felicidad puede ser eso, nada más y nada menos que volver a casa con 18 libros entre los tres.