Desde que cambiaron la hora cuando salgo por las mañanas a correr todo lo que veo es oscuridad. Antes, justo antes de llegar a casa, me daba tiempo de ver un poco el amanecer, y es una visión que se agradece, incluso cuando amanece nublado.
Pero lo cierto es que no todo es oscuridad, aunque me costó un tiempo darme cuenta.
Miraba siempre al frente, al suelo, a las casas y los hoteles por los que pasaba, porque ¿para qué mirar el mar si está todo oscuro?
Pero no, no está todo oscuro.
Es una imagen simple, sencilla, y por eso sorprendente y bonita. En esa negrura espesa que hay entre la luz del faro verde de mi ciudad y la luz blanca del faro de la ciudad vecina, podría dibujar con un lápiz la línea del horizonte siguiendo las luces blancas de los barcos que están pescando. A diferentes distancias, unas más intensas que otras, las luces dejan seguir una línea recta que marca el límite entre lo que puedo ver y lo que tengo que imaginar.