lunes, 11 de agosto de 2014

Cuestión de actitud

Del libro ¡Yo pienso, yo soy!, de Louise L. Hay.

Queridos padres y profesores:
Me llamo Louise L. Hay, y he dedicado gran parte de mi vida a enseñar a las personas que sus pensamientos pueden cambiar sus vidas. He escrito muchos libros que han ayudado a la gente a descubrir su propia valía; es más, siempre he creído que si los niños pudieran aprender a una edad temprana al potencial que tienen sus pensamientos, su viaje a través de la vida sería más feliz y gratificante.
Este libro, que he escrito junto con mi amiga Kristina Tracy, puede ayudaros a enseñar a vuestros hijos el poder de las afirmaciones. Llamamos "afirmaciones" a los pensamientos y las palabras que utilizamos a diario. Las palabras de preocupación, enfado y miedo son afirmaciones negativas, mientras que las palabras optimistas de esperanza, felicidad y amor son afirmaciones positivas.
Dentro de ¡Yo pienso, yo soy! leeremos ejemplos de niños que han transformado pensamientos negativos en acciones y palabras positivas. Podéis practicar esto en casa con vuestros hijos; a mí me gusta que aprendan mirándose al espejo mientras dicen sus afirmaciones positivas. El espejo es una herramienta muy poderosa que te conecta con las palabras que estás diciendo. Una gran afirmación para comenzar sería "me quiero a mí mismo". Repite esta o cualquier otra información positiva, una y otra vez, y notarás la diferencia.

Afirmación: palabras que piensas o dices y  que crees que son verdad.

¿Sabías que las cosas que piensas y dices tienen el poder de cambiar tu vida? Cuando repites algo una y otra vez empiezas a pensar que lo que estás diciendo es verdad; y lo que tú crees afecta a lo que haces y lo que te sucede.
Esta clase de pensamientos y palabras se llama afirmación. Aprender a cambiar tus pensamientos tristes (negativos) en afirmaciones puede resultar divertido.

TRUCOS PARA HACER AFIRMACIONES
Tú puedes inventar tus propias afirmaciones para cualquier situación que desees cambiar en tu vida, por ejemplo...
1. Empieza siempre tus afirmaciones con palabras positivas: Yo puedo, yo soy, yo deseo, yo tengo...
2. Repite tus afirmaciones cada vez que te acuerdes.
3.Di una afirmación cuando tengas pensamientos tristes o negativos.
4. Mírate al espejo y di tus afirmaciones positivas en voz alta.
5. Escribe tus afirmaciones en una libreta o diario.
6. Haz carteles con tus pensamientos positivos y cuélgalos donde puedas verlos cada día (en tu espejo, en la nevera o en un corcho en tu habitación).
7. Cierra los ojos e imagina lo que deseas: es lo mismo que una afirmación.

Me parece muy interesante, y muy útil, lo que se explica en este libro.
Con los años, y después de observar a la gente negativa que tengo a mi alrededor, tengo claro y he decidido que lo mejor es tener una actitud positiva hacia la vida.
No discuto que a veces la vida es una mierda, y que da igual lo que hagas que parece que nunca vas ha salir de ese pozo en el que has caído y al que no le ves el fondo, pero chica, para bien o para mal lo malo viene sin que lo busquemos (hay quien no, hay quien parece que se empeña en darse de narices con los problemas, que parece que necesite vivir lamentándose por lo mal que le va la vida, sin hacer nada por cambiarlo. Pero bueno, es su elección.) ¿por qué no utilizar nuestra energía, nuestros pensamientos y nuestro tiempo aquí en intentar que las cosas cambien, en fijar la vista y los sentidos en lo bueno que tenemos en nuestra vida?

El libro me lo dejó una amiga, y lo traje a casa pensando en mi hijo mayor. Tiene 6 años y a veces tiende a ser más negativo de lo que a mí me gustaría, aunque también está claro que es pequeño para darse cuenta de la diferencia que puede suponer en al vida el cómo te tomes las cosas. El caso es que una noche leímos el cuento y no le hizo demasiada gracia. Yo pensé que al estar dirigido a niños podría hacerle entender mejor lo que yo he intentado explicarle en muchas ocasiones. Durante unos días, he insistiendo un poquito, conseguí que cada noche pensara en algo positivo que le hubiera pasado durante el día, y cada mañana visualizábamos algo positivo que hacer o conseguir.
No funcionó.
Aunque el libro es para niños, yo creo que no hay nada como que lo vean, que puedan vivir con alguien que tenga esa actitud. De nada valdría leer el libro e intentar hacer lo que dice si los adultos que tiene a su alrededor lo ven todo negro.

domingo, 10 de agosto de 2014

Finales felices

Algunos libros me parecen más fáciles de leer, se me hacen más ligeros, y aunque sus finales no sean perfectos, sí que son felices.
En esta categoría incluyo,"El club de los viernes se reúne de nuevo", de Kate Jacobs, y que es la continuación de "El club de los viernes". Lo he encontrado más ligero que el primero, que además de gustarme mucho, me dejó una sensación tremenda de historia inacabada, por lo triste e inesperado del final de la protagonista principal. Y si tengo que decir cual me gustó más, me quedo con el primero, aunque me dejara un mal sabor de boca, aunque haya sido el segundo el que ha cerrado la historia con un final feliz.

Lo que más me gusta de los libros que he leído de Kate Jacobs (a los arriba citados tengo que añadir el de "Amigas entre fogones") es como consigue crear siempre ese ambiente de lealtad, apego, cariño, de tribu, al fin y al cabo.
En estos tres libros la autora habla de equivocaciones, de descubrir en lo que nos hemos equivocado e intentar enmendar nuestros errores, de aprovechar las oportunidades y el tiempo que pasamos con la gente que queremos, de la amistad, del amor, del apoyo incondicional.

De este último, además, he tomado nota de algunas frases, algunas reflexiones que expresan perfectamente lo que yo a veces no acierto a explicar.

"Lo más duro era saber que parte de lo que Mitch decía era cierto. Rosie empezaba a verse superada por las cosas. No podía mantener el ritmo que llevaba antes ni hacer las tareas ella sola. "Es demasiado." Esto es lo que dice la gente. Es demasiado. Sin embargo, el momento en el que por fin admites que es demasiado, probablemente llegue mucho, mucho después de lo que debería haberlo hecho." A mí me suele pasar, y es que lo intentas hasta el último segundo, hasta el último aliento, para a veces descubrir que con eso no puedes tú sola, que necesitas ayuda. Pero sigo siendo del pensamiento de intentarlo hasta el último momento, y no por no pedir ayuda, o por orgullo, sino porque siempre he intentado valerme por mí misma. De todas formas, que el momento de admitir que es demasiado llegue más tarde de lo que hubiera sido preferible, no tiene porque significar que ya no se pueda pedir ayuda. A veces, nunca es demasiado tarde.

"Stan parecía un hombre muy fuerte y sensato; tenía respuesta para todo, cosa que al principio la reconfortaba, en años posteriores la divertía y que al fin acabó siendo un poco molesta a veces." Esto me ha hecho gracia, y he visto que en algunos aspectos es verdad. La vida en pareja puede "hacerse" muy larga, y nosotros podemos cambiar mucho durante esa vida juntos. El caso es saber acoplarse, y en vez de estancarse en los detalles que no nos gustan, tener siempre presente los baches superados y la experiencia adquirida. Admirarse de cómo hemos ido cambiando para poder acompañarnos durante todo el tiempo que dure la travesía.

"En ocasiones, dar un solo paso en una dirección, en cualquier dirección, bastaba para hacer que pareciera que la vida estaba volviendo a encarrilarse." Por supuesto que es dar el paso, pero lo primero es tomar la decisión, y ya con el primer paso, parece que todo se encarrila.

"Quizá hubiera sido mejor elegir un entorno más aislado para abrir su corazón a la anciana que había sido mentora de Georgia, pero a veces lo más importante es lo que se dice y no dónde se dice, ¿no?." Totalmente de acuerdo.

"En ocasiones, el gran alivio de desahogarse sólo sirve para aumentar la carga de otra persona." Lamentablemente. No se escuchar a alguien sin aumentar mi carga.


Hacía mucho tiempo que tenía esta entrada para terminar, y en ese tiempo he podido leer la última entrega del club de los viernes, "Celebración en el club de los viernes". Para mí, con el segundo libro podrían haber terminado la historia, este tercero casi que sobraba. y me reafirmo, el libro que más me ha gustado es el primero.

Si sirviera de algo

Si pudiera huir, huiría.
Si supiera que sirve de algo, lo haría.
Si tuviera la certeza de que cuando volviera todo se hubiera arreglado, lo haría. Porque volvería, eso lo tengo claro.
¿Por qué quiero huir y no tomarme un descanso? Porque huir es no hacer nada, correr sin mirar atrás y dejarlo todo como está, no hacerse responsable de nada y dejar que los demás lo arreglen. Tomarse un descanso es coger fuerzas para seguir adelante, no olvidar nada y volver dispuesto a enfrentarse a los problemas.
Necesito tiempo, soledad, alejarme, pero con la seguridad de que me esperarán. No me planteo la posibilidad de que mi petición sea egoísta, me ha costado demasiado reconocer que lo necesito y que no puedo con todo. Aún así, prefiero no pedir ayuda, porque si lo hago tengo que dar explicaciones.
Quiero dejar constancia de algo, y es que no quiero huir de mis problemas, sino de los de los demás.
Entiendo que todos tenemos problemas, y me hago responsable de mis acciones, e intento ser consecuente con mis actos, pero creo, estoy segura, de que no tengo la obligación de cargar con el peso de los demás.

domingo, 23 de marzo de 2014

Vivir otras vidas

Nunca dejo de leer, siempre tengo un libro empezado (a veces varios), pero estos días es una necesidad, tengo ansia de leer, y me viene a menudo a la mente la canción "La del pirata cojo".
¿Por qué? Pues no lo se, pero hay una parte de la letra de la canción que no deja de rondar por mi cabeza:
"y como además sale gratis soñar
y no creo en la reencarnación,
con un poco de imaginación
partiré de viaje enseguida
a vivir otras vidas,
a probarme otros nombres,
a colarme en el traje y la piel
de todos los hombres
que nunca seré"

Pues ya lo he descubierto: necesito vivir otras vidas, que con la mía no tengo suficiente. Aunque resulta paradójico teniendo en cuenta que No puedo con la vida de los demás. En fin...

Me gusta leer historias, sumergirme en ellas, sentir que formo parte de ellas. Evadirme, el tiempo que dura la lectura, y transportarme hasta donde me lleve la narración. Y, sobre todo, me gusta la resaca literaria.



Recuerdo las dos últimas resacas literarias, y ya estoy a la búsqueda y captura de la tercera, aunque me está costando encontrar el libro que me diga: "no busques más, soy yo" ;-)

La primera de mis dos últimas resacas literarias fue con los libros "Los hijos de la tierra", de Jean M. Auel. Y es que la historia de la vida de Ayla, la protagonista, me cautivó desde el principio del primero de los seis libros que forman la saga.
Y puedo asegurar, y jurar si hace falta, que nunca pensé que me gustaría tanto. De hecho, había oído hablar muchas veces del primer libro, "El clan del oso cavernario", pero nunca había llamado mi atención lo suficiente como para animarme a comprarlo. Hasta que quiso la casualidad, la suerte o el destino que cayera en mis manos en forma de regalo y lo demás viniera rodado: leer el primero, quedar enganchada con la historia, descubrir que podría disfrutar de ella durante cinco libros más, y leerlos todos, fue cuestión de meses.
Tal fue mi "enganche" que llegaron a advertirme de que si no hacía un descanso, que si me los leía todos de tirón, podría aburrirme y cansarme de la historia. No fue así, y he de decir que cuando terminé casi me quedé con ganas de más, me hubiera gustado saber cómo hubiera seguido la vida de Ayla, y en ningún momento llegué a aburrirme o cansarme.

La segunda resaca fue con "La ladrona de libros", de Markus Zusak. Esta historia cuenta con una narradora poco habitual, La Muerte, lo que hace que, desde la primera página, puedas imaginarte el desenlace.
He leído el libro y visto la película (un consejo: leer siempre primero el libro), y como siempre, no hay actor, paisaje, maquillaje, ni efectos especiales que superen la imaginación del lector. Me gustó mucho más el libro que la película, dónde va a parar, pero también tengo que reconocer que hubo un detalle, una representación, que superó mi imaginación: la del sótano que Hans Hubermann acondicionó para que Liesel Meminger pudiera escribir todas las palabras que no conocía. Yo había imaginado algo más sucio y desordenado, por eso me gustaron tanto las paredes pintadas de negro, con las letras del abecedario escritas en blanco indicando cómo ordenar las palabras que la niña quisiera escribir.
Es posible que si no me hubiera leído el libro la película me hubiera gustado más, porque además de no tener que superar ninguna expectativa ya creada, no hubiera sabido que hay un par de cosas que en la película no es que las hayan adaptado de una forma diferente, sino que las han cambiado totalmente. Pero bueno, mi valoración final es que el libro me encantó, y la película estuvo bien.

Aquí me quedo, a la búsqueda de mi próxima resaca literaria, mientras sigo con las dos lecturas que tengo empezadas: "Carta blanca", de Lorenzo Silva, y "Dispara, yo ya estoy muerto", de Julia Navarro.









jueves, 13 de marzo de 2014

Mi cuerpo no es mío

Hoy, ahora mismo, tengo uno de esos momentos en los que siento que mi cuerpo no es mío.
Hoy no estoy bien. He dormido mal y aunque no recuerdo lo que he soñado, sé que han sido malos sueños. Hace días que ando inquieta, que siento que me falta o he perdido algo. Siento que tengo un asunto pendiente, aunque no se cual. Y hoy, hoy es uno de esos días en los que no puedo con todo lo que me piden.
No me gusta sentirme así, no poder con todo, no me gusta tener que pedirle a los niños una tregua porque no lo entienden, y me eso me hace sentir peor todavía. 
Todo a la vez no se puede hacer, lo se, pero hoy da igual. Me llama uno, estoy con el otro, ninguno sabe esperar, los dos lo quieren todo al instante y yo... yo hoy no puedo.

No me acuerdo de mí, de lo mío, de mi cuerpo, de mis cosas, de mis ratos, de mis momentos; es lo habitual. Normalmente no recuerdo esto, pero hoy sí. Hoy vuelvo a tener presente que me falta mi espacio, mi tiempo, mis cosas, mi silencio, que  me falto yo...
Siempre no es así, pero hoy no tengo un buen día.

lunes, 3 de marzo de 2014

Reunión con la profesora

En la puerta del colegio, en el parque, en corrillos, en confianza, con cualquiera, con razón, sin ella, por costumbre... las mamás (y algunos papás) de los niños de la clase de mi chico el mayor comentamos que no estamos de acuerdo con la forma de proceder de la profesora de los niños.
Está claro que todos no podemos pensar igual, y que cada uno tiene una manera de expresar su forma de pensar, pero todavía me sorprenden y cada vez me molestan más las personas que cuando no tienen delante a la persona de la que hablan mal son muy valientes, y que cuando se les da la oportunidad de dar la cara, no lo hacen.Y eso es lo que está pasando.
Visto que casi todas tenemos algo de qué quejarnos y con lo que no estamos de acuerdo con la manera de actuar de la profesora, unas cuantas madres nos hemos puesto de acuerdo para pedirle una tutoría y explicarle nuestro malestar, además de darle la oportunidad de explicarse porque, vete tú a saber, igual los argumentos y las razones de la mujer para actuar como actúa nos convencen de que no puede hacer las cosas de otra manera...
Pues bueno, como las pocas que nos hemos decidido a pedir la tutoría  oímos a menudo comentarios de otras madres mucho menos contentas que nosotras, hemos decidido avisarlas de que vamos a hablar con la profesora, por si alguien más se quiere apuntar. ¿Y qué ha pasado? Pues que las que más hablaban, las más radicales y tajantes en sus comentarios (comentarios tipo "como yo hable se va a enterar", "pues no me conoce esta bien", "que me siga calentando, que como me canse", "si sigue así, yo soy capaz de cambiar al niño de colegio") son las que ahora no dicen nada, porque dicen que no tienen nada que decir (no me extraña, ya se quedan la mar de desahogadas a la puerta del colegio), que no es para tanto.
Que sí, que tienen derecho a no querer hablar, que nadie les puede obligar ¿pero es entonces necesario ponerse como se ponen y quemar a la profesora  en la hoguera (aquí estoy exagerando, aviso) cada vez que se habla del tema?
Me da igual, considero que hay que ser consecuente con lo que se dice y se hace, y si te dedicas a poner a caer de un burro a la profesora porque no te gustan sus métodos, y a decir lo que eres capaz de hacer si tienes la oportunidad, hazlo, sobre todo si la oportunidad te llega.
Pero bueno, bien pensado, la gente que actúa así se desahoga más que las que nos limitamos a comentar nuestro malestar en confianza y grupos reducidos. Supongo que hablar en alto y ante público contando las guerras a las que irías por lo valiente que eres sirve para descargar la frustración acumulada de vete a saber qué. Por eso el resto, antes de llegar a ese extremo, le pedimos cita a la profesora para comentarle que estamos preocupadas por los niños y que nos gustaría que nos aclarase las dudas que tenemos.

domingo, 16 de febrero de 2014

No puedo con la vida de los demás

No puedo con la vida de los demás, en serio.
Hoy no estoy harta, pero sí muy cansada, tanto, que ni fuerzas de enfadarme tengo. Y aunque he llegado a la conclusión de que no puedo, aunque así lo he decidido por mi bien, me siento mal y culpable. Me siento mal por no llegar, me siento culpable por no hacer más.
Que crean que yo puedo ayudarles no quiere decir que así sea.
Me da miedo pensar que un día pueda ser yo la que necesite ayuda, y no encuentre quien me ayude. Tengo miedo de que me paguen con la misma moneda.
Y los que nunca fallan, siempre están ahí y no me abandonan, son el miedo y la culpa.
No creo que alguien de mis características sea la persona más adecuada para ayudar a los demás, para dar consejos o decir lo que tienen que hacer.
Y por otra parte, ¿alguien me ha preguntado si puedo, si quiero? Puedo no ser capaz, tengo mis limitaciones. Y también tengo poder de decisión, tengo derecho a negarme.
Además, que ya tengo bastante con lo mío, que también estoy para que me ayuden... ¿que no lo sabías? Normal, no suelo compartir mis malos momentos. Puedes llamarlo egoísmo, vergüenza, soberbia, orgullo, miedo, culpa, como quieras. Y no vayas a creer que no lo he intentado, pero no ha funcionado.


viernes, 14 de febrero de 2014

El banquero borde

A veces, te haces una idea de como es alguien por algo en concreto, un encuentro, una coincidencia, un  momento, y te quedas con que ese alguien es así, a no ser que tengas la posibilidad de conocerlo mejor en otro ambiente y otras circunstancias.
Esto es lo que me ha pasado a mí hace poco.
Hay un señor serio y con cara agria que trabaja en un banco, y cada vez que he ido con alguna de mis amigas y nuestros hijos nos mira mal. Y no sólo a nosotras. Si en alguna ocasión he ido sola pero había en el banco alguna madre con niños, en cuanto los pequeños se hacen notar él pone mala cara, incluso se permite algún comentario. Me parece serio y antipático. Borde.
Un detalle: tiene una sección fija de opinión en una publicación local.
Aún con todo me parece un hombre culto, por eso no me extrañó coincidir con él en la presentación de un libro. Lo que si me sorprendió fue verlo aparecer en el club de lectura hace un par de meses. Y más todavía me está sorprendiendo durante las reuniones. ¿Por qué? Porque es agradable, participativo y sus opiniones me parecen muy interesantes.
Así que ¿será que tendré que cambiar mi opinión respecto a él? Pues de momento creo que no, porque una cosa no quita la otra. Puede ser todo lo simpático que quiera en el club, pero eso no quita que en su puesto de trabajo es una persona desagradable.
De todas formas tengo que reconocer que escucho sus opiniones con un interés especial, y creo que este puede ser el comienzo de una inesperada amistad.

jueves, 9 de enero de 2014

Otra vez

Es la segunda vez que toma una decisión para la que no estoy preparada. Esta vez no ha sido tan grave, ni mucho menos, pero no estaba preparada. Otra vez.
La primera fue el destete, antes de los ocho meses, y aunque hace tiempo que decidí que fue culpa mía, cada vez que lo recuerdo me escuece la herida. 
Ha pasado el tiempo y la herida escuece menos, pero el peso de la culpa sigue siendo grande.
La segunda ha sido pedir que le montáramos la cama en su habitación porque quería dormir solo. Así que el 2 de enero de 2014 ponemos fin a cinco años de colecho.

Rodrigo empezó a dormir en nuestra cama cuando cumplió el año. 
¿Y por qué no durmió con nosotros desde el primer momento? Pues porque fui tonta, porque no me dejé guiar por mi instinto, porque dentro de mi cabeza sonaban más fuerte las voces de los demás que la de mi conciencia... y por otras estupideces de las que ahora me río.
En mi primer parto acabé muy dolorida y estaba muy incómoda dando el pecho tumbada. El niño nació con fiebre y estuvo casi una semana en observación, y aunque durante todo ese tiempo tuvimos habitación y estuvimos juntos, me avisaron de que durante esos días se esperaban muchos partos, y teniendo en cuenta que yo estaba bien, igual a mi me daban el alta y el niño se quedaba en el hospital. Así que entre los dolores y la posibilidad de quedarme sin cama, aprendí a darle el pecho sentada, y después, ya en casa, aunque lo intenté, no conseguí darle de mamar tumbada.
Hasta los tres meses durmió en nuestra habitación, en el cuco. Recuerdo muchas noches, muchos momentos, muchas horas de sueño que me podría haber evitado si mi chico hubiera dormido conmigo desde el primer día.
Recuerdo noches en las que se quedaba dormido estando los tres en el comedor, y como ya estaba metido en el cuco, no me atrevía a moverlo por no despertarlo, así que me iba a la cama para dormir un par de horas, hasta que se volviera a despertar para tomar teta y tuviera que levantarme otra vez. Recuerdo que algunas noches, ya dormido, lo metía en la cama conmigo, y acercaba mucho mi cara a su carita, para notar su respiración, su olor y su calor, pero no acercaba el resto del cuerpo por si al dormirme lo aplastaba. Esas noches, mi marido antes de acostarse lo pasaba al cuco otra vez, no fuera a acostumbrarse a dormir con nosotros, porque no era bueno. ¡Que pérdida de tiempo, de abrazos, de estar juntos!
Las noches de los dos primeros meses, hasta que empezó a dormir más horas seguidas, fueron un ir y venir. En cuanto oía al niño moverse inquieto por el hambre me lo llevaba a la habitación de al lado, intentando no hacer ruido para no despertar a mi marido, y allí le daba de mamar en unas tomas eternas, en las que me podía pasar perfectamente dos horas sentada dándole de una teta, de otra, cambiando el pañal, durmiendolo e intentando volverlo a dejar en el cuco sin que se despertara.
Sobre los tres meses, cuando empezó a dormir más horas seguidas, lo pasamos a su habitación, con su super cuna, una cuna de esas que ocupa medio cuarto porque lleva el cambiador y un mueble con cajones incorporado, y que después de transforma en una cama, con otra cama nido debajo, un escritorio, una estantería, una mesita... Y claro, yo continué levantándome todas las noches cada vez que el niño pedía teta o simplemente cuando oía un ruido. Le daba de mamar con la habitación en penumbra, sentada en el sofá, esperando a que se durmiera y rogando porque no me costara más de dos intentos dejarlo dormido en la cuna. Poco a poco, por las noches pasaba más tiempo en el sofá de su habitación que en mi cama, sobre todo cuando se destetó y dejó de dormirse a la teta, ya que le costaba más conciliar el sueño.
Como mi marido tiene a la familia fuera, cada vez que su trabajo nos lo permitía íbamos a visitarlos para que pudieran ver al niño. Allí, cuando se despertaba por la noche, le costaba tranquilizarse y volverse a dormir, así que para no molestar lo metía en la cama con nosotros y se dormía antes. Después de haber estado unos días durmiendo con nosotros, una vez ya en casa a Rodrigo le costaba más volver a dormir en su cuna y a mí me costaba más dormir sin él. Así que después de otro viaje en el que el niño durmió ya con nosotros desde el primer día y que a la vuelta ya ninguno se sentía cómodo dejándolo otra vez en su habitación tomamos una decisión: dormiríamos los tres juntos.
Ahora, después de haber pasado tantos años, de haber tenido un segundo hijo, y de hacer lo que sinceramente creemos correcto respecto al tema del sueño, lo veo todo como una tontería, pero recuerdo que en aquellos momentos estábamos seriamente preocupados por si le haríamos más mal que bien al niño por dormir con nosotros. Nos preocupada no darle el uso pensado inicialmente a una cuna que a mi madre le costó un dineral. Nos inquietaba saber que familiares cercanos pensaban que lo que habíamos no estaba bien. Pero afortunadamente, y estamos seguros, tomamos la decisión correcta. Y también lamentamos el año perdido.
Después todo fue más cómodo, más natural, más tranquilo. Dormíamos juntos, abrazados. Disfrutábamos de la noche. Nadie tenía que levantarse mil veces, nadie se despertaba y se encontraba solo.
Y es que, aún con las patadas o los empujones que te puedes llevar mientras duermes, el colecho es muy cómodo. Si el niño se despierta porque quiere o necesita algo, antes incluso de que lo pida tú ya estás despierta. Y si está enfermo... recuerdo noches en las que Rodrigo estaba enfermo y solo por el ritmo de su respiración ya sabía si le subía la fiebre o si se encontraba mejor.

El caso es que ahora ya no está a mi lado mientras duermo. Miro a mi izquierda y todo vuelve a estar como antes, es como si nunca hubiéramos cambiado la habitación para poder acoplar su cama al lado de la nuestra. Ahora, si con los ojos cerrados alargo la mano durante la noche, solo hay vacío. Antes solo tenía que girarme para arroparle si se destapaba. Ahora vuelvo a levantarme para ir a su habitación en medio de la noche, para ver si se ha destapado, para arroparlo si hace falta. Y lo encuentro en su habitación, porque él lo ha elegido, durmiendo tranquilo.
En esta semana que lleva durmiendo solo me pide que me acueste con él mientras se duerme, pero prefiere que lo haga en la cama de al lado, porque dice que si me acuesto en la suya, ocupo mucho sitio.

Ah, por cierto, no es verdad eso de que si metes a tus hijos en la cama no querrán irse nunca (para mi pesar).