«En el hueco del centro cabrían dos coches», pienso yo.
«Justo en el medio, para que nadie me roce», debió de pensar quien aparcó.
Solo espero que quien aparque así sea igual de centrado en todos los aspectos de su vida.
Intento no dar nada por hecho para no llevarme sorpresas. No siempre funciona.
«Se acercó despacio hasta quedar junto a la cama articulada de hospital, con el cabecero un poco alzado para evitar la disnea que padecía el anciano; observó la decrepitud de aquel ser humano, siempre fuerte y vigoroso, de apariencia tan abatida ahora, irremediablemente doblegado por el peso de los años y ya rendido al presagiado final. Escuchaba atenta la cadencia ingrata del ronroneo de su respiración forzada a través de la mascarilla que le abarcaba la nariz y la boca, exhalando el aire una y otra vez, aferrado a la vida. Los párpados cerrados sobre sus ojos acuosos, la frente despejada y lisa moteada de manchas parduscas, el pelo blanco y abundante todavía, los carrillos arrugados por la cinta de sujeción de la máscara transparente, que dejaba entrever sus labios abiertos ligeramente, inertes y desvaídos. Los brazos dispuestos a lo largo del cuerpo encima de la sábana blanca, las manos huesudas, las uñas limpias aunque ya quebradas, la piel macilenta surcada por las venas como cánulas serpenteantes».
Cada vez que gracias a algo que no depende de mí, como en este caso es el Club de Lectura, leo una novela que me gusta tanto como esta, me emociono al pensar en cuántas otras buenas historias habrá por ahí a la espera de que las descubra así, sin querer y sin buscarlas.
«Él se sentía mal por su hija, pero no podía más que reconocer que durante los últimos meses no había pensado en ella en absoluto. En realidad, su conducta respecto a la niña fue siempre la misma, aun cuando vivían juntos. No era que no la quisiera, simplemente que siempre tenía mucho trabajo en el hospital y al regresar a casa solía caer muerto en la cama sin tiempo ni ganas de pasar un rato con su hija. Incluso viviendo en la misma casa, solía verla cada dos o tres días y jugar con ella solo de vez en cuando».
«Sí. El primer recuerdo que tengo desde mi nacimiento es aquel pataleo por el dolor agudo que sentía, debajo de la almohada con la que mi madre me aplastaba. Te imaginarás cómo ha sido mi vida desde entonces, ¿no?».
«Una hija se contagia de todo el sufrimiento y la desesperación de su madre. Y por mucho que la hubiera empujado y le hubiese roto la pierna, veía la situación desde la perspectiva de su madre, a quien consideraba más débil».
«Nadie nace porque quiere, pero vivir o dejar de hacerlo es algo que depende de la voluntad de cada uno».
A finales de septiembre estuve en Madrid con mi familia. No había ido nunca y me preocupaba especialmente el tema de la zona donde alojarnos y cómo desplazarnos en metro. Para lo primero le pregunté a Marian y para lo segundo a Chema.