Cosas tan dispares como el atentado a las Torres Gemelas y la primera edición de Operación Triunfo son las que siempre me recuerdan a una compañera de trabajo que tuve hace 20 años, y al contrario. Cuando pienso en ella es inevitable que vengan dos momentos muy concretos a mi mente.
Gracias a ella el duro trabajo del astillero se hizo más llevadero mientras fuimos compañeras.
Recuerdo el día que el señor de mantenimiento asoma la cabeza en el puente y mirando hacia arriba hasta encontrarnos nos dice que «se han caído las Torres Gemelas».
Ahí estábamos nosotras, subidas en el andamio armadas con rodillos poniendo fibra mientras nos miramos con cara de «este hombre no sabe lo que dice». Y sí, cuando pudimos salir del puente y hablar con el resto nos contaron lo que había pasado.
El otro recuerdo es mucho más agradable y de los mejores que guardo con ella. Las dos con nuestros monos blancos sucios de resina laminando los muebles del puente mientras cantamos a «grito pelao» la canción que no dejaba de sonar en esos días, Mi música es tu voz, de Operación Triunfo.
Me gusta pensar que de no haber vuelto a su ciudad hubiéramos seguido siendo compañeras de trabajo y quizás buenas amigas, pero con el tiempo y la distancia perdimos el contacto y ahora lo único que guardo de ella son recuerdos. Todos buenos, eso sí.