domingo, 31 de marzo de 2019

Vida de hotel

Imagino sin prejuicios, sin poder comparar, porque supongo que me gustaría.
Imagino cómo tiene que ser la vida de hotel, aunque no llego a imaginar el motivo. 
Imagino habitaciones bonitas, acogedoras, cómodas, de las que da pena despedirse. Con balcones desde los que disfrutar de vistas preciosas.
Imagino baños espaciosos, cálidos y orinigales, con albornoces blancos de rizo que siempre te quedan bien.
Imagino hoteles grandes, pequeños, lujosos, modestos, pero siempre con recepciones en las que ya puedes adivinar que te vas a sentir como en tu casa.
Imagino que la gente que se hospeda en un hotel es siempre feliz allí, que solo se puede llevar buenos recuerdos y que siempre desea volver.

Imagino.

sábado, 30 de marzo de 2019

"De ti me gusta todo"

Un día cualquiera, en un momento como cualquier otro y en una conversación sin importancia, la respuesta de mi marido a mi pregunta fue: "De ti me gusta todo".
En estas 5 palabras hay 24 años en los que puedo decir muy orgullosa que hemos mejorado como pareja.
Hace años, mi imagen sobre la relación de una pareja era distinta. Pensaba que lo normal eran las peleas, las desconfianzas, hacer evidentes y grandes los detalles que no te gustaban de la otra persona, vivir infeliz y echarlo en cara.
Asumí como natural un tipo de relación que no era sana, y cualquier cosa diferente, mejor, me creaba desconfianza por perfecta. 
Aunque no me gustaba, me sentía más cómoda entre enfados y reproches. Sin embargo, cuando la cosa iba bien, estaba a la espera del momento en el que todo se estropeara, porque estaba segura de que tarde o temprano iba a pasar.
Por eso, de vez en cuando, aparece el miedo a que lo nuestro no sea real, a que no dure para siempre. Entonces pienso que es real porque es lo que estamos viviendo cada día. Y que puede que no dure para siempre, eso lo tengo asumido, pero mientras dure, vamos a disfrutar de ello.


viernes, 29 de marzo de 2019

No pintan tan mal

Hoy I, una de las chicas de la piscina, cumple 50 años. 
Y mirándola a ella y a E, que tiene la misma edad, pues pienso: "oye, no pintan tan mal los 50".
Después de felicitarla era inevitable preguntar al resto cuántos años tenía cada una: 63, 49, 46, 42. Y resulta que la "joven", la de 42, es una servidora.
Cuando tenía 20 años pensaba que los de 40 eran unos viejos y no llegaba a hacerme a la idea de qué tipo de vida se tiene a esa edad. Ahora que lo he descubierto puedo decir que se tiene vida, mucha, y que no se es viejo, quizás mayor.
Cada vez pienso más en el futuro respecto a la edad, a cómo estaré, a qué será de mi vida.
Mi marido y yo, día a día, empezamos a tener cosillas de la edad. Que si nos duele algo que antes no nos dolía, que si tengo que ir al médico por algo que no sabía ni que existía, que si prefiero quedarme en el sofá que salir de fiesta, y un sin fin de que sis.
Y si miras fotos, más vale que sean las de hace un año, porque como sean de hace diez o más, te da un mareo al comprobar lo que hemos crecido.

martes, 26 de marzo de 2019

De cuando te das cuenta que estás metiendo la pata, y aun así no consigues cerrar la boca

La gente que me conoce dice que soy una persona reflexiva, que pienso antes de hablar y no digo nada de más, ni de menos.
Pues no siempre es así.
Ayer metí la pata hasta el fondo, y aunque mientras hablaba me daba cuenta de lo poco afortunadas que eran mis palabras, no conseguía cerrar la bocaza.
Quizás por eso me lo pienso tanto antes de hablar o de dar mi opinión. Quizás por eso a veces se me pasa la oportunidad de decir lo que pienso, porque lo pienso tanto, que después ya ha pasado el momento.
Así que para evitar momentos como el de ayer (y me refiero a lo que pudo sentir mi amigo por mis palabras), seguiré siendo (o intentando ser) reflexiva, me diré mis palabras y contaré hasta 10 antes de hablar.

lunes, 25 de marzo de 2019

La vida en un clic

Hace unos días hubo problemas con internet. Todo lo que normalmente se puede conseguir en un clic, durante unas horas costaba algo más de tiempo. Seguía siendo suficiente apretar una vez el botón del ratón, pero como no tenemos paciencia y estamos mal acostumbrados, pensamos que haciendo más clics por segundo la orden se ejecutará antes.
Es que, además, esa espera de unos segundos genera silencios muy incómodos.
Cuando fui a la librería a que me imprimieran unos documentos y el clic de siempre se tomaba más tiempo del que nos tiene acostumbrados ¿qué hacemos en esos segundos? ¿hablamos del tiempo? ¿nos miramos a la cara? No: hacemos más clics. 
Y es que todo lo queremos ya, para ayer. Ni que nosotros fuéramos tan eficientes...
Mis hijos, por ejemplo, cuando hablamos de una película que no han visto, o anuncian un estreno que les interesa, se creen que lo único que hay que hacer es sentarse en el ordenador y ya está, que haciendo clic es suficiente.
Ellos han nacido en la era del clic.
Pero yo no, y parece que ya no me acuerdo de cuando iba a la biblioteca y tenía que consultar yo misma en las fichas de registro si estaba el libro que me interesaba. O cuando no teníamos teléfonos móviles y quedabas desde casa, por teléfono, y si alguien llegaba tarde, o no llegaba, no tenías forma de saber qué le había pasado hasta que llegabas a casa y podías volverle a llamar. Cuando tener un ordenador era un lujo. Cuando no conocías más que a los que podías hablar cara a cara.
Con internet y las nuevas tecnologías podemos llegar más lejos, desde casa, conocer a más gente, desde casa, visitar más sitios, desde casa, vivir experiencias que nunca podremos disfrutar en persona, desde casa. Saber de la vida de los demás sin ni siquiera conocerlos, desde casa.
Más nos vale estar a gusto en casa.

domingo, 24 de marzo de 2019

Disfrutar de tu hija la mitad del tiempo

He coincido en la puerta del colegio con una mamá de la clase de mi hijo pequeño que está separada hace un par de años. Esta tarde le toca la niña, y para que no se le haga tan corto el tiempo que puede estar con ella, hoy ha preferido que no se quede en el comedor.
Le he dicho que tiene que ser duro no poder estar siempre juntas, y me ha dicho que sí, que "cuando tienes una hija nadie te dice que solo podrás disfrutar de ella la mitad del tiempo".
Los términos de la separación no han sido muy amistosos, y en esta relación la más perjudicada  de los progenitores ha sido la madre.
Conozco otras parejas separadas, y menos en una, en el resto son las madres las que más sufren estar separadas de sus hijos.
Cada familia, cada separación, cada persona es un mundo. Y por mucho que tenga historias cercanas para hacerme una idea, no me puedo imaginar lejos de mis hijos, sin saber de su día a día, sin poder darles las buenas noches y los buenos días todos los días de su vida.

sábado, 23 de marzo de 2019

El poder del miedo

Cinco años tienen estas líneas:

"El miedo es efectivo, mucho.

He de reconocer que a veces me gustaría tener el poder que otorga el miedo. Tener la autoridad que veo algunos padres ejercen sobre sus hijos, conseguir que con un "chisssst" y un de índice en alto, el niño haga caso en el acto y no rechiste. Pero alguna vez he visto miedo en los ojos de mis hijos ante una de mis reacciones y no me ha gustado, ha sido suficiente para decidir que no quiero que me tengan miedo.

Un niño con miedo no comparte lo que piensa ni lo que siente, no confía, no tiene seguridad. No establece un vínculo y tampoco respeta, simplemente evita y pasa por tu lado de puntillas, sin hacer ruido, para no molestar. Lo sé; unos necesitan más y otros necesitamos menos para tener miedo.
El miedo no es la solución, ni el camino, ni la forma, ni el método. El miedo sirve para reprimir, para ahogar, para controlar, para dominar. No quiero el miedo ni lo que me ofrece.

La reacción de dos niños ante la misma situación puede mostrarnos cual es el que tiene miedo y cual no.
A veces es muy fácil saber si un niño tiene miedo, sólo hay que observar su reacción ante
De pequeños nos inculcan muchos miedos por nuestro bien: miedo al médico, a la policía"

Y me alegra saber que mis hijos no me tienen el miedo sobre el que escribí.

viernes, 22 de marzo de 2019

Cerrar las cortinas




Llega el final del día, cerramos las cortinas, y todo lo que sobra se queda fuera.
Es un gesto como podría serlo otro cualquiera, pero no lo es. 
Como cerrar la puerta de casa cuando estamos todos dentro, lo demás queda en el exterior.
Sensación de protección y unión. Todos juntos. Así estamos bien.


jueves, 21 de marzo de 2019

A veces me alejo

A  veces me alejo de todos, lo máximo que puedo. Estos días son una de esas veces.
No tengo muy claro el por qué, solo que no tengo ganas de nadie. Necesito encogerme sobre mí misma y lamentarme. También que me busquen, aunque me agobie, que me digan que me echan en falta, aunque lo dude, que se preocupen por mí, aunque tenga miedo de la necesidad de esa demostración.
Si me paro a pensar, prefiero llegar a la conclusión de que es una actitud provocada por mi inseguridad, y no por egoísmo.
No soy persona a la que le guste tener gente revoloteando a su alrededor, alabando y contemplando todo lo que hace. Pero sí que necesito, de vez en cuando, que me hagan saber que me aprecian.
Y bueno, pensándolo bien, sí que hay un punto de egoísmo. Teniendo en cuenta lo poco dada que soy a los cumplidos y muestras de cariño nunca me ha faltado ni lo uno ni lo otro. Los abrazos, ese contacto físico que tanto me cuesta y al que no le encuentro todas las propiedades que los demás predican, siempre han estado ahí.
Es fácil valorar poco algo que nunca nos ha faltado.
¿Por qué lo hago? Pues no lo sé, pero no me gusta: ni hacerlo, ni sentir lo que siento y que es lo que me lleva a esta situación.
Igual tiene una explicación más sencilla y menos profunda, tipo: las hormonas, la primavera, que estamos a mitad de mes...
Son esas cosas que no me gusta reconocer de mí misma. ¿Y qué cosas son esas? Inseguridad, necesidad, debilidad. A veces, lo único que saco en claro es que he perdido el tiempo. Otras, que es algo necesario por lo que tengo que pasar de vez en cuando.

A menudo necesito la soledad, y aun así tengo miedo a quedarme sola, a no tener a nadie a quien decir que me deje espacio, que me de tiempo. Y me siento como una niña pequeña que no sabe lo quiere, que patalea pidiendo algo y que, cuando lo consigue, sigue pataleando, aunque no sabe el por qué.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Al final no fue para tanto

Al final no fue para tanto, para lo que yo me había montado, claro.
Después del mal rato de ese día, estaba atenta al próximo día en el que le tocara deporte.
Fue a la extraescolar sin hacer ningún comentario, y llegó de igual modo. Fui yo la que le preguntó que tal había ido todo intentado que no se notara que aguantaba la respiración (soy consciente de que suena exagerado).
-"Ha ido bien", me dijo. 
-"¿Ningún problema?", insistí yo.
-"Ningún problema", sentenció.

martes, 19 de marzo de 2019

Títulos que prometen

Aunque quizás después no cumplan mis expectativas.
No fue el título lo que me llevó a este libro, pero la verdad es que me gustó mucho (el título). "Nadie se muere de esto" me parece contundente y sugerente. Afirma de forma tajante que nadie se muere de esto, y es una sugerencia a leer el libro si quieres saber a qué ser refiere.

Lo que tiene de especial este libro para mí no es su título, sino  su escritora.
Hace mucho tiempo leía el blog "Una mamá española en Alemania", hasta que dejó de ser un blog y se convirtió en un libro. El tiempo fue pasando y me olvidé de él y de su escritora, de quien ni siquiera intenté averiguar el nombre.
Hace un par de semanas empecé a ver en Facebook publicidad de un libro del cual me llamaba la atención el color de su portada primero, y el título después.



Lo que hizo que me decidiera a leer el libro fue que su escritora era la misma que la del blog que os he comentado antes, Fátima Casaseca. El libro me gustó, así que si a esto le añadimos que el título de su otro libro me atrajo desde el principio, aquí estoy, hablando de él.
Pero de él lo único que tengo que decir es que lo que más me ha gustado es el título (me repito, ya lo sé), y creo que se merece una historia más intensa y con más drama.
"Afectos secundarios" sin embargo me sorprendió: lo encontré más real e intenso, con más cosas que enseñar. Y seguramente fue eso lo que hizo que mis expectativas con el siguiente no se cumplieran. 
Y bueno, no deja de ser mi opinión, que ni tiene que ser compartida ni entendida, pero me apetecía escribirla.

lunes, 18 de marzo de 2019

El tiempo dirá si alguna vez dejo de recordar estos nombres

Rafa, Elisabet, Rosana, Andrea, Nicole, Hassna, Leila, Jose, Jorge y Jose Enrique.
Son los nombres de las personas con las que compartí cuatro mañanas de mi vida durante un curso de inteligencia emocional.
Hay cursos y experiencias que te hacen creer cosas que no son, que te hacen sentir que lo que estás viviendo en esos momentos va a ser para siempre, y que la gente que los está compartiendo contigo lo siente igual, y que una vez han entrado, nunca saldrán de tu vida.
Es como un espejismo visual y sensorial que te hace creer que a partir de entonces tu vida va a cambiar y todo va a ser como lo que estás viviendo con esos desconocidos que no habías visto nunca en tu vida y que, probablemente, nunca volverás a ver. 
Pero por muchos cursos que hagas, por muchos libros que leas y muchas charlas que escuches, no van a servir de nada si TÚ no haces nada. 
No es suficiente ese clic que sientes, esa iluminación momentánea en la que piensas "está todo claro, así quiero que sea mi vida". No. Si todo fuera tan fácil nos pasaríamos el día cambiando de vida siguiendo esas sensaciones, esos estallidos de emociones que nos ciegan por un instante haciéndonos sentir que hemos descubierto el secreto de nuestra felicidad. 

Me sigue sorprendiendo cómo, a veces, nos es más fácil abrirnos ante extraños, en un ambiente ajeno a nuestro día a día, ¿será porque realmente no nos conocen?, ¿porque en esas situaciones queremos dar lo mejor de nosotros mismos?, ¿por qué con alguien a quien no conocemos, y no con quien nos sufre cada día?

Me gustó el curso. Fue uno más de los que voy acumulando, otro clic que, no sé por qué, no es el que me acaba de impulsar a cambiar... No. tengo que cambiar esta forma de pensar, no puede ser un curso, ni ninguna formación la que haga el trabajo por mí. Tengo que ser yo.

jueves, 14 de marzo de 2019

No es lo mismo que te lo cuenten, que verlo

Cuando mis hijos salen del colegio sus caras reflejan si les ha ido bien, mal o regular el día.
Me lo cuentan todo allí mismo, y la mayoría de veces antes de llegar a casa ya se les ha pasado el disgusto o el enfado, o por lo menos se han calmado.
Ayer mi hijo mayor llegó disgustado de la extraescolar, hasta tal punto que no podía contener las lágrimas cuando me lo contaba: había tenido un enfrentamiento con un compañero y creo que la situación le había superado. No suele encontrarse en situaciones como la que me explicó.
Lo vi tan pequeño y tan grande a la vez. Con once años y tan alto como yo, me rompía el alma ver cómo intentaba contener las lágrimas y me pedía que lo dejara solo un momento.
Me contuve, e intenté recordar todo lo que había leído en libros de crianza, lo que había escuchado en esas charlas que a veces me daba la sensación saber de memoria: escucha, entiende, empatiza, presta atención, no opines ni aconsejes, simplemente hazle ver que estás ahí y que no lo juzgas, que lo acompañas.
No es tan fácil recordar todo eso que cuando no hace falta siempre lo tienes tan presente.
Le di su espacio. No dije nada hasta que no terminó de hablar. Le hablé sin emitir juicios. Le pregunté si necesitaba algo o podía ayudarle. Me dijo que no.
Al cabo del rato, más calmado pero todavía enfadado, me dijo que no volvería a apuntarse nunca a más a deporte (que era la clase en la que había tenido el problema). Le dije que al siguiente año estaría en el instituto y no coincidiría con el niño que había tenido el problema. Me dijo que le daba igual, que no se apuntaría. No dije nada más.
Más tarde, cuando ya parecía que no venía a cuento, dice: "espero que a M se le haya pasado el enfado el próximo día de deporte".
El próximo día de deporte es mañana, veremos qué pasa.

¿Cómo me sentí mientras veía a mi hijo así? Mal, muy mal. Aunque seguro que no tanto como él.
Si no me hubiera contenido intentando hacer todo lo que había aprendido creo que hubiera hecho todo lo contrario.
¿Sirve de algo todo lo que he leído y he escuchado en charlas? Sí, estoy convencida.
No es como cuando no escuchas e intentas dar tu opinión a toda costa y decirle lo que tendría que haber hecho, o lo que harías tú. En esas ocasiones se pone a la defensiva y no me cuenta nada. Se encierra en sí mismo y arrastra durante más tiempo la preocupación y el enfado.
Aquí yo me quedo en segundo plano. No intento solucionarle el problema a toda cosa. Él solo llega a sus conclusiones y toma la decisión que cree correcta, la que le hace sentir bien.

Hace unos meses mi marido cambió de horario y durante un tiempo iba él a recogerlos al colegio. Los niños llegaban a casa habladores, acelerados, protestando porque no les apetecía lo que había para comer o con prisas porque después tenían extraescolar.
Mientas ellos iban arriba y abajo mi marido me comentaba cómo habían salido del colegio, lo que le habían contado, y de muchas de esas emociones no me llegaba la intensidad con la que te lo cuentan nada más verte. Los papeles estaban invertidos, era él quien "sufría" ahora sus desengaños o enfados. Y aunque según lo que me contara yo también me preocupaba, no era lo mismo que cuando te lo cuentan los niños por primera vez, cuando las emociones están a flor de piel.

martes, 12 de marzo de 2019

Silencios de biblioteca




Me gustan los silencios de biblioteca.
Silencios llenos de sonidos, murmullos, susurros y rumores que solo se pueden apreciar y disfrutar entre esas paredes forradas de estanterías repletas de libros.
Hay sonidos de todos los días, como el arrastrar una silla, la cremallera de la mochila y el rebuscar dentro, como con el estuche, el clic de un bolígrafo, o algún carraspeo para aclarar la garganta. ¿Y el sonido que produce el pasar de las páginas? Ese va y ven que te mece, que marca un ritmo que sirve para hipnotizarte, pero también para tenerte atento.
Estos sonidos son los de por las mañanas, cuando los usuarios van de verdad a aprovechar el tiempo y disfrutar del silencio.
Fuera del horario escolar ya no son sonidos, son ruidos, más alegres pero también más molestos, y sube el nivel del ruido en proporción a lo que baja el nivel de edad. 
Grititos, algún golpe seguido de un lloro o una riña por parte de un adulto, también risas, charla y desafío adolescente. Este alboroto hace que pase desapercibido el teclear en el ordenador de la bibliotecaria y de los que llevan sus portátiles. Los sonidos que pueden llegar a ser molestos cuando hay silencio dejan de oírse, han sido absorbidos por la clientela de tarde de la biblioteca y sus costumbres.
Hay otros propios de la época del año, como el sonarse la nariz, los estornudos o esa tos que hace que los demás te miren preguntándote que por qué no te has quedado en casa, que haces demasiado ruido.
Da igual de mañana o de tarde, con más o menos ruido, yo siempre prefiero estar en una biblioteca, y disfrutar de sus silencios.

Corriendo detrás del tiempo

Días, semanas, meses, años... pasan demasiado rápido.
Vivimos siempre por delante del día en el que despertamos. Estamos pendientes de la próxima reunión, del próximo examen, las próximas vacaciones... 
En cuanto abrimos nuestra agenda y vemos lo que tenemos para el día de hoy, nuestro cuerpo ejecuta automáticamente lo que tenemos que hacer ese día, pero después de localizar la siguiente página con algo anotado que hacer, nuestra mente se traslada hasta allí. 
Y así siempre.
Echar la vista atrás solo sirve para darnos cuenta de que pasamos sobre las cosas sin disfrutarlas, sin ser conscientes del momento de ese viaje porque siempre tenemos puesta la vista en la próxima estación.
¿Y se puede ser consciente en exceso? ¿No puede ser eso también perjudicial? Intentar retener, controlar la situación, que nada escape a nuestra atención.
El truco está en andar despacio: ni correr ni ir más lento de lo necesario. Solo andar a un ritmo constante que nos permita oír y sentir lo que nos rodea.