domingo, 23 de marzo de 2014

Vivir otras vidas

Nunca dejo de leer, siempre tengo un libro empezado (a veces varios), pero estos días es una necesidad, tengo ansia de leer, y me viene a menudo a la mente la canción "La del pirata cojo".
¿Por qué? Pues no lo se, pero hay una parte de la letra de la canción que no deja de rondar por mi cabeza:
"y como además sale gratis soñar
y no creo en la reencarnación,
con un poco de imaginación
partiré de viaje enseguida
a vivir otras vidas,
a probarme otros nombres,
a colarme en el traje y la piel
de todos los hombres
que nunca seré"

Pues ya lo he descubierto: necesito vivir otras vidas, que con la mía no tengo suficiente. Aunque resulta paradójico teniendo en cuenta que No puedo con la vida de los demás. En fin...

Me gusta leer historias, sumergirme en ellas, sentir que formo parte de ellas. Evadirme, el tiempo que dura la lectura, y transportarme hasta donde me lleve la narración. Y, sobre todo, me gusta la resaca literaria.



Recuerdo las dos últimas resacas literarias, y ya estoy a la búsqueda y captura de la tercera, aunque me está costando encontrar el libro que me diga: "no busques más, soy yo" ;-)

La primera de mis dos últimas resacas literarias fue con los libros "Los hijos de la tierra", de Jean M. Auel. Y es que la historia de la vida de Ayla, la protagonista, me cautivó desde el principio del primero de los seis libros que forman la saga.
Y puedo asegurar, y jurar si hace falta, que nunca pensé que me gustaría tanto. De hecho, había oído hablar muchas veces del primer libro, "El clan del oso cavernario", pero nunca había llamado mi atención lo suficiente como para animarme a comprarlo. Hasta que quiso la casualidad, la suerte o el destino que cayera en mis manos en forma de regalo y lo demás viniera rodado: leer el primero, quedar enganchada con la historia, descubrir que podría disfrutar de ella durante cinco libros más, y leerlos todos, fue cuestión de meses.
Tal fue mi "enganche" que llegaron a advertirme de que si no hacía un descanso, que si me los leía todos de tirón, podría aburrirme y cansarme de la historia. No fue así, y he de decir que cuando terminé casi me quedé con ganas de más, me hubiera gustado saber cómo hubiera seguido la vida de Ayla, y en ningún momento llegué a aburrirme o cansarme.

La segunda resaca fue con "La ladrona de libros", de Markus Zusak. Esta historia cuenta con una narradora poco habitual, La Muerte, lo que hace que, desde la primera página, puedas imaginarte el desenlace.
He leído el libro y visto la película (un consejo: leer siempre primero el libro), y como siempre, no hay actor, paisaje, maquillaje, ni efectos especiales que superen la imaginación del lector. Me gustó mucho más el libro que la película, dónde va a parar, pero también tengo que reconocer que hubo un detalle, una representación, que superó mi imaginación: la del sótano que Hans Hubermann acondicionó para que Liesel Meminger pudiera escribir todas las palabras que no conocía. Yo había imaginado algo más sucio y desordenado, por eso me gustaron tanto las paredes pintadas de negro, con las letras del abecedario escritas en blanco indicando cómo ordenar las palabras que la niña quisiera escribir.
Es posible que si no me hubiera leído el libro la película me hubiera gustado más, porque además de no tener que superar ninguna expectativa ya creada, no hubiera sabido que hay un par de cosas que en la película no es que las hayan adaptado de una forma diferente, sino que las han cambiado totalmente. Pero bueno, mi valoración final es que el libro me encantó, y la película estuvo bien.

Aquí me quedo, a la búsqueda de mi próxima resaca literaria, mientras sigo con las dos lecturas que tengo empezadas: "Carta blanca", de Lorenzo Silva, y "Dispara, yo ya estoy muerto", de Julia Navarro.









jueves, 13 de marzo de 2014

Mi cuerpo no es mío

Hoy, ahora mismo, tengo uno de esos momentos en los que siento que mi cuerpo no es mío.
Hoy no estoy bien. He dormido mal y aunque no recuerdo lo que he soñado, sé que han sido malos sueños. Hace días que ando inquieta, que siento que me falta o he perdido algo. Siento que tengo un asunto pendiente, aunque no se cual. Y hoy, hoy es uno de esos días en los que no puedo con todo lo que me piden.
No me gusta sentirme así, no poder con todo, no me gusta tener que pedirle a los niños una tregua porque no lo entienden, y me eso me hace sentir peor todavía. 
Todo a la vez no se puede hacer, lo se, pero hoy da igual. Me llama uno, estoy con el otro, ninguno sabe esperar, los dos lo quieren todo al instante y yo... yo hoy no puedo.

No me acuerdo de mí, de lo mío, de mi cuerpo, de mis cosas, de mis ratos, de mis momentos; es lo habitual. Normalmente no recuerdo esto, pero hoy sí. Hoy vuelvo a tener presente que me falta mi espacio, mi tiempo, mis cosas, mi silencio, que  me falto yo...
Siempre no es así, pero hoy no tengo un buen día.

lunes, 3 de marzo de 2014

Reunión con la profesora

En la puerta del colegio, en el parque, en corrillos, en confianza, con cualquiera, con razón, sin ella, por costumbre... las mamás (y algunos papás) de los niños de la clase de mi chico el mayor comentamos que no estamos de acuerdo con la forma de proceder de la profesora de los niños.
Está claro que todos no podemos pensar igual, y que cada uno tiene una manera de expresar su forma de pensar, pero todavía me sorprenden y cada vez me molestan más las personas que cuando no tienen delante a la persona de la que hablan mal son muy valientes, y que cuando se les da la oportunidad de dar la cara, no lo hacen.Y eso es lo que está pasando.
Visto que casi todas tenemos algo de qué quejarnos y con lo que no estamos de acuerdo con la manera de actuar de la profesora, unas cuantas madres nos hemos puesto de acuerdo para pedirle una tutoría y explicarle nuestro malestar, además de darle la oportunidad de explicarse porque, vete tú a saber, igual los argumentos y las razones de la mujer para actuar como actúa nos convencen de que no puede hacer las cosas de otra manera...
Pues bueno, como las pocas que nos hemos decidido a pedir la tutoría  oímos a menudo comentarios de otras madres mucho menos contentas que nosotras, hemos decidido avisarlas de que vamos a hablar con la profesora, por si alguien más se quiere apuntar. ¿Y qué ha pasado? Pues que las que más hablaban, las más radicales y tajantes en sus comentarios (comentarios tipo "como yo hable se va a enterar", "pues no me conoce esta bien", "que me siga calentando, que como me canse", "si sigue así, yo soy capaz de cambiar al niño de colegio") son las que ahora no dicen nada, porque dicen que no tienen nada que decir (no me extraña, ya se quedan la mar de desahogadas a la puerta del colegio), que no es para tanto.
Que sí, que tienen derecho a no querer hablar, que nadie les puede obligar ¿pero es entonces necesario ponerse como se ponen y quemar a la profesora  en la hoguera (aquí estoy exagerando, aviso) cada vez que se habla del tema?
Me da igual, considero que hay que ser consecuente con lo que se dice y se hace, y si te dedicas a poner a caer de un burro a la profesora porque no te gustan sus métodos, y a decir lo que eres capaz de hacer si tienes la oportunidad, hazlo, sobre todo si la oportunidad te llega.
Pero bueno, bien pensado, la gente que actúa así se desahoga más que las que nos limitamos a comentar nuestro malestar en confianza y grupos reducidos. Supongo que hablar en alto y ante público contando las guerras a las que irías por lo valiente que eres sirve para descargar la frustración acumulada de vete a saber qué. Por eso el resto, antes de llegar a ese extremo, le pedimos cita a la profesora para comentarle que estamos preocupadas por los niños y que nos gustaría que nos aclarase las dudas que tenemos.