Los balcones vuelven a estar vacíos y los que siempre habíamos disfrutado de ellos hemos recuperado nuestra intimidad.
Las ocho de la tarde ya no es la hora de cerrar las ventanas y correr las cortinas.
Los que parecía que habían vivido siempre en sus balcones no han vuelto a aparecer desde que ya no hace falta mostrar agradecimiento.
Esos vecinos que parecían amigos de toda la vida pero que no se conocían ya no hacen planes de futuro de ventana a ventana. Me pregunto si cumplirán algunos de esos planes.
Las sirenas vuelven a indicar urgencia, gravedad y preocupación.
Me alegra no tener que enterarme de los cumpleaños de mis vecinos.
Siempre he estado bien en mi casa y nunca me he sentido encerrada hasta que lo han tenido que estar también los demás. Ver balcones llenos que nunca antes habían tenido vida, terrazas ocupadas con gente de paseo y escuchar ruidos de convivencia de otras familias, me han hecho sentirme invadida en mi propia casa.