sábado, 27 de abril de 2019

Cambio ventajas por derechos

Los hombres y las mujeres somos diferentes, y siempre lo seremos, pero esa diferencia no tiene que significar desventajas para las mujeres.
Nos complementamos.
Así debería de ser.

En la ciudad donde vivo hay un gimnasio solo para mujeres; me parece bien.
Hace tiempo fue noticia una barbería de Palma porque solo podían entrar hombres y perros, mujeres y niños no; son las normas del dueño y me parecen bien.
También veo bien las medidas que se han tomado respecto a las líneas de autobuses: cada una con sus diferencias, algunas ciudades facilitan que las mujeres que viajen solas puedan parar más cerca de su casa.
Siempre hay comentarios respecto a este tipo de cosas, de ventajas para unos o para otros, de privilegios llegaría incluso a decir alguien.
Y todos no somos iguales, ya lo sé.
Todos los hombres no te miran y te desnudan a la vez mientras haces sentadillas. Todas las mujeres no protestan porque tienen prohibida la entrada en un establecimiento donde igualmente no iban a entrar, y dicen sentirse discriminadas. Todas las mujeres no se van a aprovechar de la ventaja de ser mujer para bajar del autobús más cerca de su casa.
Es triste, porque lo que nos lleva a merecer o necesitar esta ventaja es la desventaja de ser mujer.
Es triste saber que por ser mujer, entre otras muchas mierdas, está la de que a lo mejor no llegas a tu casa viva. Y si llegas, al final acabas deseando no haber llegado.
¿En qué se piensa en los momentos de miedo? ¿Se puede pensar en algo?
"Oye, espera, que me tengo que pensar si resistirme a ti, y a lo mejor evitar que me violes o me mates, pero aguantar que después cuestionen cómo he reaccionado. O por el contrario dejo que hagas lo que quieras conmigo, con mi cuerpo y con mi vida, ser una más en una estadística, y una menos con vida".

Quisiera tener la seguridad de que mis hijos entienden esto, que pueden ponerse en el lugar no de su madre, ni en el de una mujer, sino en el de una persona cualquiera sobre la que no tienes derecho a sentirte superior.
Cambiaría todas esas ventajas, que en realidad son medidas necesarias, pero no suficientes, por el derecho a no tener que necesitarlas.


viernes, 26 de abril de 2019

La letra de una canción

Yo no quiero un amor civilizado,
con recibo y escena del sofá, 
yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado 
con ganas de llorar.

Yo no quiero vecinas con pucheros,
yo no quiero sembrar ni compartir,
yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.

Yo no quiero cargar con tus maletas,
yo no quiero que elijas mi champú,
yo no quiero cortarme la coleta, 
mudarme de planeta, 
brindar a tu salud.

Yo no quiero domingos por la tarde,
yo no quiero columpio en el jardín,
lo que yo quiero, corazón cobarde, 
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas, 
y matarme contigo si te mueres,
porque el amor cuando no muere mata, 
porque amores que matan nunca mueren.

Yo no quiero, juntar para mañana,
nunca supe llegar a fin de mes,
yo no quiero comerme una manzana
dos veces por semana 
sin ganas de comer.

Yo no quiero calor de invernadero,
yo no quiero besar tu cicatriz,
yo no quiero París con aguacero,
ni te Venecia sin ti.

No me esperes a las doce en el juzgado, 
no me digas volvamos a empezar,
yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado, 
ni orgullo ni piedad.

Yo no quiero saber porqué lo hiciste,
yo no quiero contigo ni sin ti,
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, 
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas,
y matarme contigo si te mueres,
porque el amor cuando no muere mata, 
porque amores que matan nunca mueren.


Es la letra de una canción de Joaquín Sabina. Me gustan mucho sus canciones, y sus letras.
Pero hoy la iba escuchando en el coche y me he puesto a pensar... ¿cómo interpretar este párrafo?

Y morirme contigo si te matas,
y matarme contigo si te mueres,
porque el amor cuando no muere mata, 
porque amores que matan nunca mueren.

Y no sé si quiero interpretarlo. Porque si nos ponemos a analizarlo, igual habría que vetarlo porque induce a creer que para que un amor no muera hay que matarse...
No es lo que pienso, que quede claro, pero con esto de retirar cuentos populares por inapropiados, si nos ponemos con todo lo demás y analizamos todo lo que está al alcance de nuestra mano, podríamos hacer una hoguera que ardiera hasta el final de los días.
Quizás en vez de tanto prohibir habría que fomentar más una opinión crítica, argumentar y razonar sobre las diferentes opiniones que se puedan tener.
Porque, tengámoslo claro desde el principio, por muy claro que esté, siempre habrá más de una interpretación.


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jueves, 25 de abril de 2019

Estoy para eso

Quiero pensar que estoy para eso.
Que como no trabajo, mi trabajo es ese.
Que es normal y lógico que en la asociación en la que estoy, los trámites que hay que hacer en persona en horario laboral los haga yo, porque no trabajo.
Que en los trabajos escolares en los que ayudamos los padres, tenga que adaptarme al horario y ritmo de los demás, porque no trabajo. Que como mi hijo no tiene repaso (porque no trabajo y puedo dedicarle tiempo y ayuda en los estudios) ni un sin fin de extraescolares, tenemos que estar disponibles para los demás durante su poco tiempo disponible.
Como solo entra un sueldo en casa con el que vamos más que justos, no nos podemos ir de vacaciones, ni siquiera de escapadas de un par de días. Por lo que en época de vacaciones como estas, también tenemos que esperar a que los demás vengan de sus vacaciones (merecidas, seguro) y escapadas para poder quedar y hacer un trabajo escolar.
No soy la única que no trabaja, lo sé.
Comparto tareas de la asociación que hay que hacer en horario laboral con una amiga que tampoco trabaja.
Colaboro con madres que además de trabajar hacen un auténtico esfuerzo para ayudar y muchas veces están más disponibles que otras que no trabajan. También colaboro con otras que trabajan, después se dedican a su familia y su casa, y arañan de donde pueden tiempo para ayudar.
Y que sí, que peor lo tienen las que trabajan, me lo imagino.
¿Tengo derecho a quejarme? Creo que sí.
Ni se lo reprocho a los demás ni dejo de hacer cosas que sí puedo porque los demás no pueden. Ya he dicho que es mi trabajo.
También oigo quejarse a los que trabajan y cobran por ello. Por lo que además tienen dinero para en su tiempo libre irse de vacaciones o hacer lo que les de la gana, con lo que tienen menos tiempo todavía disponible para otras cosas.

Al final va a ser que las que no trabajamos sí que hacemos algo.

miércoles, 24 de abril de 2019

Los que tienen las cosas claras

Admiro y envidio a las personas que tienen las cosas claras.
Me parece gente segura y decidida, que no se deja convencer fácilmente y llega hasta el final en sus propósitos.
Pero bueno, no deja de ser lo que me parece a mí, claro. 
Cómo explicarlo... a veces tengo la sensación de que cuanto más seguro parece alguien,  más crece mi inseguridad.
Ni me creo ni me dejo de creer las cosas, simplemente no me las cuestiono, ni para bien ni para mal. Yo te escucho hablar y punto. Pero cuando oigo a alguien muy seguro de sí mismo, no puedo dejar de sentirme insegura.
El problema es mío, por supuesto, y con los años va disminuyendo. No me creo todo lo que me cuentan, y ya no pienso de buenas a primeras que el otro tiene toda la razón. Si considero que tengo que dar mi opinión, la doy. A veces incluso estoy convencida de que la razón la tengo yo.

Cuando conocí al que hoy es mi marido una de las cosas que más me gustó de él es su seguridad. Lo seguro que hablaba, lo convencido que estaba de todo lo que decía... y así sigue siendo. Sigue hablando con esa seguridad en sí mismo, aunque ya no es una de las cosas que más me gustan de él 😁
Nadie tuvo que convencerme de nada, yo solita decidí creer que si hablaba tan seguro de sí mismo quería decir que lo que decía era verdad. Y no es que me mintiera, ni mucho menos, simplemente pensaba que alguien con tanto aplomo no podía equivocarse.
Y resulta que los equivocados éramos los dos.

martes, 23 de abril de 2019

Los hijos son de las madres


Los hijos, la casa, los médicos de los niños, los papeleos, la compra... Bueno, quizás no tanto, ni en todas las casas, pero sí en la mayoría.
Se suele decir que todos los hombres (y las mujeres) son iguales, y después, como para arreglarlo, que no se puede generalizar. Quizás si cambiamos el "todos" por "casi todos" suene mejor. Aún así una cosa es cómo suena y otra muy diferente lo que es en realidad.

Hablando con amigas siempre he podido comprobar que nuestros novios/maridos/parejas son muy parecidos, tienen muchas cosas en común (me imagino que ellos llegan a la misma conclusión cuando hablan de nosotras). El caso es que cuando se convierten en padres la cosa no cambia demasiado y en nuestras conversaciones de terapia/desahogo podemos comprobar que "casi todos cojean del mismo pie".

Hasta cierto punto lo veo normal. Si soy yo la que le doy el pecho al bebé y necesito una recuperación después del parto y el embarazo, normal que él "pueda" seguir saliendo los fines de semana por la mañana temprano a almorzar, a hacer sus rutas con bici, o lo que sea que hiciera antes de convertirse en padre.

No es así en todas las familias, ni mucho menos.
Es normal e inevitable que la vida de quien más cambie sea la de la madre, al menos al principio, sobre todo físicamente.
No hay nada de malo en que sea lo normal, sí que lo hay en que se alargue en el tiempo, en que cuando ya sea otra persona la que se pueda quedar con los hijos lo siga haciendo la madre, porque sí, porque es lo normal, lo que se ha hecho siempre, porque nos toca.
No es normal, ni está bien, que en los casos en los que la madre quiera recuperar su vida (que nunca podrá, porque ya no será la misma, ni ella ni su vida), en los que sea ella la que sale a la calle sola, o con amigas, o en los que haga lo que suele hacer el padre, se critique, se señale y se juzgue, porque eso no lo hacen las (buenas) madres, pero es normal y natural que lo hagan los padres.

domingo, 21 de abril de 2019

No me gustan las mentiras

Las mentiras no traen nada bueno. De hecho, creo que lo único que hacen es posponer el momento de la verdad, además de crear desconfianza y aumentar el enfado de la persona a la que mientes.
Yo, le tengo miedo a las mentiras. 
Pero en honor a la verdad, tengo que decir que como durante tanto tiempo y de tan cerca las he vivido, me ha servido para saber lo que no quiero en mi vida. Eso bueno he sacado.
Y hay que tener cuidado con esas mentirijillas que creemos inocentes, porque a veces se pierde ese límite que nosotros mismos nos ponemos para diferenciar una mentira inocente de una mentira con mayúsculas.
Algunas personas ya no se dan cuenta de que mienten, no les cambia ni el gesto de la cara cuando las descubres, de hecho siguen manteniendo esa mentira a toda costa, aunque ellas mismas vean que están empeorando la situación. Eso es la costumbre.
Una persona que no miente, sin embargo, no puede imaginarse encontrarse en la situación en que la pillen en una mentira y no saber qué decir, cómo reaccionar. Le supone menos esfuerzo enfrentarse a la verdad desde el primer momento a tener que salir de una situación comprometida como puede ser que te pillen mintiendo.

¿Alguna vez te han contado algo que no está bien y te han pedido que ocultes la verdad? ¿Eso es mentir? Supongo que si nunca se descubre, si nunca te llegan a preguntar directamente, no es mentir.
Pero ¿qué favor te está haciendo la persona que te pide que ocultes a una tercera persona algo que le afecta?
Quizás la mentira tiene demasiados matices, demasiados niveles. Por eso mejor no entrar en ella, y sobre todo, no llevarte a nadie contigo.

sábado, 20 de abril de 2019

En algún punto

Ahí, en algún punto, estoy yo.

Imagen extraída de internet



Y quizás también tú.
Pero si te alejas más y más y más y más...

Imagen extraída de internet

Produce vértigo ver lo insignificantes que somos.
Y a la vez es fascinante, si piensas que realmente hay tantos mundos como personas en él, unos 7500 millones más o menos.
Cuantas vidas viviendo en su propio mundo a la vez, sin encontrarse, sin que sus mundos lleguen a coincidir nunca. Y cuantos otros están conectados, unidos aunque sea por un fino hilo.
Piensa en tu mundo, el tuyo y el de nadie más. Ahora hazlo un poquito más grande pensando en tu familia, tus amigos, compañeros de trabajo o estudios; sigue ampliando la imagen e imagina tu calle, tu barrio, tu ciudad, tu comunidad, tu país...
Parece grande ¿verdad? Pero todavía puede serlo más.
Cuando hago esto, cuando imagino mi mundo y lo voy incluyendo en el resto, me siento grande y a la vez pequeña, siento que soy mucho, y a la vez que soy poco. De la misma manera que podemos no significar nada, o simplemente no existir para miles de millones de personas, para unas cuantas podemos significarlo todo, ser su mundo.

viernes, 19 de abril de 2019

Por más vecinas como ella

Me gusta La Vecina Rubia.
Y aunque al principio solo veía de ella el color rosa y el brilli brilli, cosas que en un principio me tiran un poco para atrás, poco a poco han calado en mí los consejos del conejito ortográfico, los arcoíris y ese pelazo que sirve tanto para esconder cerebro debajo como para donarlo a personas que lo necesitan.
Porque, con todo lo que corre por internet, con esas influencias que no siempre son buenas y tenemos al alcance de un clic y sin salir de casa, me parece estupendo que alguien utilice la redes sociales para fomentar la buena escritura, la solidaridad y visibilizar lo que se siente cuando perdemos a alguien querido.
Y aquí están otra vez esas diferencias en las que tanto pienso, y esas cosas en común a las que prefiero prestar atención.
Me quedo con lo que me gusta de La Vecina Rubia. Lo que no me gusta, de lo poco que conozco de ella, no es lo suficientemente molesto como para no apreciar lo que compartimos. 

jueves, 18 de abril de 2019

De blog en blog

Hay días en los que voy de un blog a otro sin saber cómo he llegado al último.
Descubro textos estupendos que disfruto leyendo y que me hacen sentir placer y admiración por lo que la gente puede llegar a escribir.
A veces es como leerme a mí misma, porque alguien ha utilizado las palabras exactas para describir lo que siento o me pasa.
Otras veces es como cuando conoces a alguien muy diferente a ti y admiras porque tiene cualidades que tú no tienes y te gustaría poseer. Admiras que escriban de una manera que para ti es imposible, porque no eres así.
Me gusta ir saltando de un blog a otro, leer a diferentes personas, diferentes estilos. Es emocionante saber que no acabará nunca, que puedes pasarte el día de clic en clic, nadando en las palabras de otros. Si no te gusta, al siguiente, y así, sin compromisos ni ataduras. 

miércoles, 17 de abril de 2019

Una película bonita

He visto una de esas películas bonitas, de las que te hacen sentir bien. De las que no analizas el argumento, ni la interpretación, ni la escenografía. De las que te transportan al momento y la época en la que son contadas. De las que te hacen creer que la vida allí sería perfecta, en ese lugar, en esas circunstancias, entre esas personas. De las que te hacen creer en el amor, y consiguen que necesites ser querida.
Y si ya todo lo anterior es poco, resulta que la película es la adaptación de una novela que ya me gustó cuando la leí hace mucho mucho tiempo: "La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guersnsey".
Ver la película ha hecho que quiera volver a leer el libro, por placer, y para comprobar si lo que mi memoria echa en falta en la película de verdad lo leí o estoy confundida, después de tanto tiempo.

martes, 16 de abril de 2019

¿Hay que temer la adolescencia de nuestros hijos?

A raíz de este artículo de Madre reciente me he dado cuenta de que es verdad, tememos la adolescencia de nuestros hijos como si fuera seguro que va a ser mala.

Habría que preguntar a mis padres, pero yo no recuerdo que mi adolescencia fuera tan conflictiva como para tenerle miedo. Claro que hice cosas y me comporté de manera más rebelde, pero nada comparado con mi hermano, por ejemplo, o con algunas de mis amigas. También tengo que decir que como siempre me habían dicho que yo era buena, así me comportaba.

Es como si todo lo que estamos haciendo para crear una relación sana y de confianza ya lo estuviéramos dando por inútil, por perdido. ¿Para qué entonces tanto esfuerzo? podríamos pensar. Porque sin darnos cuenta damos por hecho que nuestros hijos nos van a dejar de querer, se van a convertir en extraños en nuestra propia casa, vamos a dejar de existir para ellos y mil malos augurios más.
Es una profecía autocumplida de la que nosotros somos los únicos responsables.
Demasiadas son las veces que puedo recordar en las que hablo con mis amigas de nuestros hijos preadolescentes delante de ellos, como si ellos no estuvieran presentes, utilizando frases que ya dan por hecho los problemas que se nos avecinan.
Ni una sola vez la conversación ha sido para expresar la emoción de con el paso de los años puedan entender lo que hacemos por ellos, el porqué hemos tomado decisiones que de jóvenes no pueden entender. Sin embargo, sí que predecimos entre bromas que cuando sean mayores nos dejarán en un asilo para no entorpecer sus vidas, o que seremos quienes nos ocupemos de cuidar a sus hijos para que ellos se pasen el día trabajando.
No, no es cierto. Nuestras conversaciones con ellos delante no son estas, pero sí que dejan un regusto amargo por lo que está por venir. Por eso, desde hoy, quiero dejar de tener miedo a la adolescencia de mis hijos. Quiero pensar que será una etapa más que viviremos juntos, como la de "los terribles dos años", que la superaremos y que el efecto que tendrá en nosotros será la de fortalecer nuestra relación.

lunes, 15 de abril de 2019

"¿Quién llama a su jefe?"

"-Me parece que hasta ahora no me he dado cuenta de lo complicada que es tu situación. Cuando Linda era pequeña, Mona siempre estaba con ella. Creo que ni una sola vez he tenido que dejar de ir al trabajo cuando era pequeña."

"-¿Cómo están los niños? - inquirió, amable.
-Bueno, los niños siempre se ponen enfermos en el momento menos oportuno - repuso Ann-Britt -. Es algo así como la regla número uno de los Höglund.
Wallander tomó asiento frente a ella, que lo observaba desde su silla.
-Espero que me perdones, pero no me gustaría tener el mismo aspecto que tienes tú hoy... -bromeó la agente-. ¿Has dormido algo esta noche?
-Unas horas.
-Mi marido se marcha a Dubai dentro de cuatro días. ¿Crees que, para entonces, habremos puesto fin a este infierno?
-No.
Ella abrió los brazos, impotente.
-Entonces, no sé cómo vamos a arreglárnoslas.
-Pues, por lo que a ti respecta, trabajarás lo que puedas. Así de sencillo.
-No -rechazó ella-. No es tan sencillo. Pero, claro, los hombres sois incapaces de entender por qué.
Wallander, que en ese momento prefería no hablar de los problemas que Ann-Britt tenía para conseguir que alguien cuidase de los niños mientras ella trabajaba, desvió la conversación hacia lo que había sucedido aquella noche."

Hoy mi hijo mayor no irá al colegio: ayer por la tarde empezó a encontrarse mal y ha tenido fiebre durante la noche. Pero no hay problema, porque como yo estoy en casa no hay que hacer malabares para ver con quien lo dejamos y poder ir a trabajar. O decidir quien de los dos llama a su jefe para decirle que hoy no irá a trabajar. O mandarlo al colegio enfermo con su dosis correspondiente de jarabe porque tenemos que ir a trabajar.
Esta es una de las cosas buenas de que uno de los dos se quede en casa para criarlos.

domingo, 14 de abril de 2019

Me preocupa no preocuparme

Por ciertas cosas.
A veces consigo un tremendo dolor de cabeza por preocuparme por otras que podrían parecer insignificantes.
En otras ocasiones lo que consigo es producirme una gran sensación de ansiedad porque no me preocupo todo lo que debiera por cosas por las que creo que debiera preocuparme.
No sé dónde está el problema, ya que si comparo esas cosas es evidente cual de ellas es más importante, pero no me preocupan de manera proporcional al problema que pueden ser.
Pienso que quizás la diferencia entre la enfermedad de alguien cercano, y el que mi hijo mayor haya olvidado la fecha de entrega de un trabajo, es que en la primera yo no tengo a mi alcance los medios para evitarle esa enfermedad, pero en la segunda puedo ser parte activa del remedio (si lo tiene) de ese olvido. O de la reprimenda para que no le vuelva a pasar.
Como excusa a mi "sin sentir" me digo que al ver el efecto que produce el sufrir por todo sin necesidad, he intentado alejarme tanto de ese modelo que he perdido la objetividad.
Y el caso es que al final me preocupo, con razón o no, por cosas importantes o no.

¿Se puede necesitar vivir sufriendo?
Suena demasiado angustioso, lo cambio por: ¿se puede necesitar vivir preocupado?
Sí, he sido testigo. Y sí, no es bueno para la salud.

viernes, 12 de abril de 2019

Hay noticias, y noticias...

En casa vemos el telediario por lo menos una vez al día. Bueno, lo ven mi marido y mis hijos, yo lo escucho de fondo y miro si oigo algo que me interesa.
Entre política, corrupción, asesinatos y poco más, la verdad es que más que estar al día de lo que pasa siento que lo mejor sería irse a vivir al monte y aislarse.
Pero bueno, vivimos en una época en la que estamos súper informados de todo y de más, tanto si interesa como si no.
Cuando entro en Google en mi teléfono me aparece siempre una selección de noticias de lo más estúpidas. Que si el escote de fulanita, que si menganito se retira de la música, que si el tanga de... y yo me pregunto ¿pagan a alguien por escribir ese tipo de noticias? Ya sé que sí, pero es una lástima, la verdad.

jueves, 11 de abril de 2019

Una iglesia llena

El domingo fui al entierro del hijo de unos vecinos de mis padres.
Tenía 48 años, y lo recuerdo siempre agradable y educado, aunque mi único trato con él fuera saludarnos cuando nos cruzábamos en el portal.
Fui al entierro porque pude, y porque me sentía mal por él y por su familia. Aunque ya prácticamente no tengo relación con ellos y hace mucho que no los veo, el recuerdo que tengo de él es bueno.
Había muchísima gente: los bancos de la iglesia estaban todos llenos, y los pasillos laterales también.
Tres personas, una de ellas una hermana del fallecido, leyeron tres cartas preciosas y conmovedoras que él nunca llegará a escuchar, esté donde esté.
El consuelo lo necesita el que se queda, no el que se va. Y es que todos los que estábamos allí, incluida yo, necesitábamos algo de consuelo.
A sus padres, mujer, hermanos y más allegados seguro que algo de ánimo les daría ver a tanta gente despidiéndolo. Seguramente no en aquel momento, pero sí cuando recordaran ese adiós.
Pero por otra parte ¿hay consuelo suficiente cuando se pierde a un ser querido?
Supongo que consuelo no hay, pero sí tiempo, todo el del mundo, ese que no tuvo quien se fue.

viernes, 5 de abril de 2019

Cuando echamos en falta lo que antes nos molestaba

"Por cierto, ¿qué efecto me producía por entonces la noticia del secuestro de un periodista? ¿Llegaría alguna vez a impactarme? Lo que está claro es que nunca se me ocurrió pensar que pudiese sucederme a mi. ¡La radio! Era indisociable de mis reflejos de conductor. Si por alguna razón no la encendía, me quedaba descolocado media mañana. Pero eso era antes, en tiempos en que lo que ahora me parece esencial era pura rutina. ¿Cómo pude creer que algunas cosas tenían tan poca importancia que ni siquera merecía la pena pensar en ellas?... ¿Qué no daría ahora para volver al más elemental día a día, a los pequeños placeres y preocupaciones que conferían un relieve singular a mi existencia? ¿Qué no daría para reabrir mi buzón, con sus irritantes facturas y todo ese correo que tiraba a la basura sin molestarme en echarle una mirada? Echo de menos las explanadas, las orillas del Meno, el gentío de los bares, el apacible deambular de los transeúntes por los bulevares, las colas para el cine, los vendedores ambulantes en las plazas abarrotadas de turistas, mi consulta, mis pacientes, mi vecino, el perro de mi vecino, cuyos ladridos perturbaban mi lectura; mi sofá en el que reposan tantos recuerdos maravillosos, mi lata de cerveza empapada de frescor, mi correo electrónico sin atender, hasta el recurrente spam que nunca conseguí desterrar del todo; en fin, todos esos fragmentos de vida cuya compleja imbricación hacían de mi existencia una insospechada fiesta... Ahora, amanece por pura formalidad. Cada día es un espacio en blanco en el libro de mi cautiverio, un vacío añadido al de los días anteriores. Las piezas de mi rompecabezas son tan idénticas y anónimas que no hay manera de componerlo. Mi mundo parece una acuarela fallida, emborronada por el enrabietado pintor. Por momentos, me pregunto si no estoy ya muerto, sepultado bajo una tonelada de polvo y con un fragmente de abismo en la cabeza. Ya no espero ni me agarro a nada, las estériles veladas han ido deshilachando mi determinación, no me siento en condicione de cumplir la promesa que me hice, aquella noche, de no ceder".

Es cierto cómo despreciamos los detalles del día a día simplemente por tenerlos. Dejan de tener importancia y encanto porque no estamos contentos con lo que tenemos, tengamos lo que tengamos. Y solo empezamos a valorarlos cuando ya es demasiado tarde, cuando lo que más nos molestaba es por lo que ahora daríamos lo que ya no tenemos.

jueves, 4 de abril de 2019

No me apetece, pero lo necesito

Después de 19 años (o eso creo) tomando la píldora anticonceptiva, he decidido dejarla.
Y no me apetece tener la regla otra vez, sufrir dolores, y notar la molestia de los tampones, pero el cuerpo me lo pide.
Empecé a tomar la píldora cuando empecé a salir con el que hoy es mi marido y el padre de mis hijos. Y la verdad es que no recuerdo por qué me decanté por ese método anticonceptivo y no otro.
Desde entonces solo la he dejado para quedarme embarazada, que además es algo que no me costaba demasiado. Así que si le restamos el tiempo de quedarme, el de estar, y el de después, quitamos dos años y medio, por lo que redondeando he estado tomando una píldora cada mañana, cada día de mi vida, durante 16 años y medio. Ahora mismo eso me parece demasiado tiempo.
Mis reglas siempre han sido dolorosas, largas y abundantes, así que cuando después del primer parto pasé a tomar una píldora anticonceptiva compatible con la lactancia que hacía que no tuviera la regla cada mes pensé que "para esto está la ciencia. No voy a volver a tener la regla en mi vida". Y vi recompensados mis miles de retortijones, mis horas de estar en la cama hecha un ovillo por culpa del dolor.
Pero poco a poco algo dentro de mí, primero en voz baja y después cada vez más alto, me iba diciendo que estaba cansada de la píldora, que aún con todo lo que ello conllevaría (me duele solo de recordarlo), quería volver a tener la regla.
Pero hay un antes y un después, un momento que marcó la diferencia, un clic que hizo que me decidiera a pedir a mi marido que se hiciera la vasectomía, algo que ya hacía mucho tiempo que se había ofrecido a hacerse.
El verano pasado, o el anterior, tuve anemia y el médico me recetó hierro durante unos meses.
Una mañana, como todas, me preparo la bandeja donde desayunamos en la cocina, con el café con leche, la píldora  y la pastilla del hierro. Y en ese momento, ante esa visión de fondo verde con un vaso y dos puntitos blancos sobre ella, mi mente hizo clic. Y juro que pude oírlo.
Incluso me enfadé, en serio, y pensé que no estaba dispuesta a tener que tomarme dos pastillas cada mañana. 
Ya ves, después de tantos años tomándome una pastilla ¿qué más daba que durante unos meses fueran dos? Total, si con la edad seguro que me tengo que tomar pastillas para otras cosas ¿de verdad compensaba dejar de tomar una pastilla que me evitaba sangrar y sufrir durante todos los meses, entre otras cosas?
Da igual, el clic había pasado, y la decisión estaba tomada.
Así que aquí estoy, mi marido con la vasectomía hecha y yo descubriendo cuánto puede una costumbre hacer raíces en nosotros sin darnos cuenta. Ayer, primer día que no me tomé la pastilla, tuve que esforzarme en no prepararla sobre la bandeja verde, al lado del café con leche, porque mi mente la buscaba, le faltaba algo.
Y qué cosas, antes de sangrar ya estoy empezando a "sufrir". Por varias razones no quiero volver a utilizar tampones y me he comprado una copa menstrual que estoy intentando aprender a utilizar antes de tener mi primera regla (no es la primera, lo sé, pero después de tantos años es como si lo fuera). Pero la verdad es que la experiencia no está siendo nada buena.
No me apetece (casi) todo lo que conlleva esta decisión, pero lo necesito.
Necesito olvidarme de tener siempre al día la receta de la píldora, ir a la farmacia, que sea lo primero en lo que piense a la hora de hacer la maleta si nos vamos fuera, que todas las mañanas sea lo que acompañe al desayuno...

He leído testimonios de mujeres que después de tomar la píldora durante muchos años al dejarla han descubierto que "no eran ellas", que ciertos aspectos de su vida estaban condicionados por las hormonas que estaban tomando.
De todos modos, compense o no, ahí voy, de cabeza a un mar de sangre, calor en el vientre y dolor en todo el cuerpo. O al menos eso es lo que yo recuerdo.
Quizás vuelva contando que ahora es diferente. Que ya no me duele tanto, y que he conseguido aprender a utilizar la copa menstrual, que ojalá hubiera dejado el píldora antes.

lunes, 1 de abril de 2019

Podría haber funcionado

Hace unos días fui a la biblioteca a hacer tiempo hasta la hora de recoger a los niños del colegio.
Como no estaba leyendo nada esos días pensé preguntarle a la bibliotecaria si me recomendaba algo, pero entonces vi un libro sobre una mesa y me dije: "Vamos a probar, igual resulta que me gusta y todo".
El libro en cuestión se titula "Los años perdidos", de Santos Fernández Álvarez, y fue finalista del II Premio de Novela Fernando Lara 1997.
Si doy esta información no es para decir que el libro es bueno, que en mi opinión ni fu ni fa, y la verdad es que no lo recomendaría. Digo todo esto porque no me explico que una novela que haya llegado a ser finalista de un premio importante esté impresa con tanta faltas.
Así que la curiosidad me ha llevado a buscar en internet sobre este premio.
El Premio Fernando Lara de Novela se otorgó por primera vez en 1996, siendo presentadas 340 novelas en esta primera edición.
La novela ganadora en el año 1997 fue "La forja de un ladrón", de Francisco Umbral. 
Volviendo al tema de las faltas, que son sobre todo acentos y alguna vocal equivocada que hace que el género de la palabra no sea el correcto. Me molesta y hace que me despiste de la lectura.
Con la primera pensé que puede pasar, un error o un despiste, pero a estas alturas, que son un poco más de la mitad de la novela, me parece un error imperdonable.
Aun así, creo que voy a volver a probar esto de coger un libro que alguien haya dejado en una mesa, igual algún día descubro algo bueno.