No podría decir en qué momento ha pasado, pero ya tengo que mirar hacia arriba cuando hablo con mi hijo mayor.
Cuando nos abrazamos soy yo la que se acurruca en su pecho, cuando hasta hace poco era lo contrario.
De paseo, ya le es más cómodo pasarme el brazo sobre los hombros que cogerse a mi cintura.
Cuando no llego a lo alto de algún armario acudo a él antes de ir a buscar la escalera.
Si jugamos a las peleas ya no gano yo siempre.
Ha pasado de no tener interés en conversaciones de adultos a querer opinar siempre.
Ya no sirve hablar en «clave» porque pilla al vuelo indirectas, segundas y terceras intenciones.
A veces, mientras miro hacia arriba, me pregunto cuándo fue que me quedé abajo y empezó esta sensación de que además de protegerlo yo también me puede proteger él.
Cuando nos abrazamos soy yo la que se acurruca en su pecho, cuando hasta hace poco era lo contrario.
De paseo, ya le es más cómodo pasarme el brazo sobre los hombros que cogerse a mi cintura.
Cuando no llego a lo alto de algún armario acudo a él antes de ir a buscar la escalera.
Si jugamos a las peleas ya no gano yo siempre.
Ha pasado de no tener interés en conversaciones de adultos a querer opinar siempre.
Ya no sirve hablar en «clave» porque pilla al vuelo indirectas, segundas y terceras intenciones.
A veces, mientras miro hacia arriba, me pregunto cuándo fue que me quedé abajo y empezó esta sensación de que además de protegerlo yo también me puede proteger él.