jueves, 31 de octubre de 2013

Discursos

Lo he leído, me lo han explicado y también lo he comprobado: a los niños no hay que "echarles" discursos o sermones. Si te extiendes en una explicación o una regañina se pierden pronto.
Pero aún así, aún sabiéndolo, y sobre todo cuando estoy enfadada, echo unos discursos de mucho cuidado.

Me pasa sobre todo con el mayor. Cuando tiene curiosidad por algo y me pregunta, y sobre todo si sé la respuesta, me lío a explicarle cosas sobre el tema, a darle opciones, a preguntarle si quiere que busquemos más información... y de pronto me doy cuenta de que en algún momento ha dejado de prestarme atención y yo ni me he enterado. Normal.
También me pasa cuando me enfado y quiero dominarme para no perder los nervios. Entonces parece que sustituyo los gritos o las malas maneras por una explicación detallada y prolongada de por que me siento así, por que creo que no está bien lo que ha hecho, por que... y bla, bla, bla...

miércoles, 23 de octubre de 2013

Totalmente de acuerdo, pero...


Estoy totalmente de acuerdo con esta reflexión, pero a veces es frustrante ver que nuestros esfuerzos no tienen frutos. Pero no es cierto, se por experiencia propia que todo esfuerzo tiene su recompensa, mi hijo mayor es la prueba y me lo demuestra todos los días, y aún así no puedo evitar sentirme triste y desilusionada.
Hay días en los que la paciencia y la comprensión brillan por su ausencia, en los que no consigo ponerme en su lugar y entender por qué actúa así. Hay que aceptarlos como son, no intentar cambiarlos, pulirles, en todo caso. Y no deja de ser un niño de casi 6 años, impulsivo, que actúa como siente y no se para a pensar antes.
Yo soy la que me tengo que parar a pensar y reconocer que en el fondo se parece a mí. No hace tanto que yo dejé las malas formas, de hecho todavía las utilizo, y siempre me arrepiento. A mi edad, mi modo de actuar lo veo como una forma de protegerme de las desilusiones, del daño que te pueda hacer la gente, pero a la suya...
No puedo pensar que a él le va a pasar lo mismo, somos parecidos, pero no iguales. No puedo dejar que mis miedos le marquen el camino, le coarten y le digan cómo no actuar. En cambio, dejaré que mi juicio le guíe y le muestre las consecuencias de sus actos, cómo repercuten en los demás y cómo eso puede influir en sus relaciones con el resto de la gente.

martes, 22 de octubre de 2013

A mí me ha gustado

Hace días leí esto y me gustó mucho.
Normalmente no suelo hacer comentarios ni leer los que los demás dejan en los blogs que leo, aunque me gusten mucho, pero en esta ocasión si lo hice. Y me gustó tanto lo que leí y me sentí tan identificada con algunas palabras que la verdad es que me sorprendió mucho que todo el mundo no pensara lo mismo.
Y aquí viene cuando tengo que recordar que todos no pensamos igual, y que lo que yo puedo ver de color blanco, otros lo pueden ver negro, o gris. Que igual que yo pienso, creo y estoy segura de que los demás están equivocados, ellos pueden pensar lo mismo respecto a mí.

Lo que más me gustó de todo fue la última parte: "Tan solo te pido un favor, si has de volver a mirar a mis hijos despectivamente mientras piensas que los tuyos son mejores, procura que yo no esté cerca, porque esa mirada me ha partido el corazón, y es que yo no lo haría, ya ves, esta madre, aunque imperfecta gasta algo de dignidad, y sobretodo... no escupas hacia arriba, no vayas a calcular mal la trayectoria y te caiga encima..."
¿Y por qué me gustó tanto esta parte? Pues porque siempre que vamos al parque hay alguna de esas, de las que te miran por encima del hombro, de las que miran con desprecio a los hijos de los demás. A algunas las conoces, a otras no, pero cada vez que coincides con ellas, desearías no haberlo hecho.






sábado, 5 de octubre de 2013

No son buenos tiempos para el amor

Hay días en los que la vida es estupenda, maravillosa, perfecta, hasta, para a quien le guste, de color de rosa.
Hace unos días que mi vida no es estupenda ni maravillosa, se aleja mucho de ser perfecta y tiene más de gris que de cualquier otro color. Y no se si es por casualidad, el tiempo, la edad, por solidaridad o decir tonterías, que hay muchas amigas a mi alrededor que estos días se sienten como yo, e incluso peor. He tenido épocas peores, pero eso no me consuela. No es la primera vez que estamos así, y el motivo es el mismo, cosa que me entristece y preocupa a partes iguales.
Me entristece porque cuando no estamos bien  nada me sale bien, no disfruto de mi vida en familia y todas las situaciones son forzadas. Me preocupa porque si con todos los años que llevamos juntos todavía no hemos conseguido superarlo querrá decir algo ¿que tenemos que seguir intentándolo o que no tiene solución y no vale la pena seguir? Deseo con todas mis fuerzas que sea lo primero.
Cuando estamos bien le quiero con toda mi alma, daría mi vida por él y no me la imagino ni un día sin estar a su lado, pero cuando estamos así... me pasan mil cosas por la cabeza que me hacen plantearme si los días buenos no son un espejismo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

¿Por qué no puedo?

No se por que me cuesta tanto mostrar afecto. Desde siempre. Me cuesta horrores el contacto físico con cualquiera que no sean mis hijos y mi marido.
Soy capaz de sufrir por los demás más que cualquiera que se prodigue en besos y abrazos, pero soy incapaz de demostrarlo, ni con palabras ni con gestos.
No es nuevo, siempre me ha pasado, pero nunca me ha preocupado. Ahora no es que me preocupe, pero me pregunto el por qué.
Y después de todo soy afortunada porque siempre ha habido en mi vida alguien dispuesto a darme lo que yo no puedo dar en ese aspecto. Siempre he tenido un beso, un abrazo o unas palabras de afecto cerca... y eso me hace pensar que yo pueda ser egoísta, aunque no me sienta así. Y no me siento así porque no es que no quiera, es que no puedo.

martes, 1 de octubre de 2013

Pedir perdón no es suficiente


Antes de tener hijos no concebía la posibilidad de pedirles perdón.
Un día descubrí que se puede pedir perdón a los hijos. No solo que se puede, sino que se debe. Que como con cualquier persona hay que disculparse cuando se les ofende, se les falta al respeto o se les agrede física o verbalmente.
Yo no recuerdo que mis padres me hayan pedido perdón alguna vez, ni de niña ni de adulta.
Pero pedir perdón no es la solución, aunque me tranquiliza, me reconforta y estoy segura de que hago bien, lo que quisiera es conseguir dejar de hacer lo que hago, que es lo que me lleva a tener que pedirles perdón.
Quisiera tener la paciencia suficiente para no hacer algo de lo que después me pueda arrepentir, por que está muy bien saber pedir perdón, pero mejor estaría no necesitar pedirlo.

Ayer me porté muy mal con mi chico el pequeño. Ya por la tarde, a la hora de volver a casa después de haber comido en casa de mis padres, el camino fue estresante. Por el mayor no hay problema porque aunque iba con la bicicleta no cruza las calles sin mirar y se para cuando se lo digo. Pero el pequeño es otro cantar: además de que parece que vuela con la moto no se para cuando se lo pido y nunca sabes si va a cruzar la calle o no. Así que la vuelta fue una carrera constante (por mi parte), cargada de bolsas y gritando su nombre a casi cada esquina. Al final, como ya le había avisado, le quité la moto y lo dejé andando un rato por no pararse cuando yo lo llamaba. La reacción era de esperar: llantos y gritos pidiendo la moto.
En esos momentos mi nivel de tolerancia estaba bajo cero y lo único que quería hacer era llegar a casa, aunque sabía, y no me equivoqué, que eso no quería decir que la situación se arreglara. Nada más entrar al portal se puso a gritar, costumbre muy desagradable que tiene y que no hay manera que deje. Le pedí varias veces y de buenas maneras que no lo hiciera, que era muy molesto, que no se grita, patatín y patatán. Pero decidió hacerlo una vez más, y más fuerte, y ahí yo perdí los nervios.
Me arrepiento de mi reacción, de lo que hice, y la culpa fue sólo mía. Primero porque ni recordé ni tuve en cuenta en ningún momento que el niño ese día no había dormido la siesta, y ya sabemos los que pasa cuando los niños tienen sueño. Y segundo por todo lo demás: porque es un niño, porque yo había pasado casi dos horas sentada en el sillón del dentista mientras me reconstruían una muela y no me sentía bien, porque para él todo es juego, porque es pequeño y no tiene conciencia del peligro que supone cruzar una calle sin mirar, porque la sensación de libertad que da correr calle a bajo con una moto teniendo dos años y medio no da para pensar en nada más.
Le pedí perdón ¿pero de qué sirve?
Tengo claro que crecerá, que todo será más fácil, que "hará más caso", que entenderá mejor las cosas. Lo tengo claro porque tengo la prueba, porque tengo otro hijo mayor con el que también pasé momentos que creí no mejorarían y el tiempo me ha hecho ver que todo pasa, que crecen.


En mi contra a veces pienso que mi chico el pequeño me puede, que hace cosas que el mayor no hizo, que protesta más, que "hace menos caso", que me desafía. En mi favor pienso que estoy más cansada, que tengo que repartir mi atención entre los dos niños, que llevo muchas más cosas sobre mi espalda.
No es cuestión de buscar excusas, ni cosas a favor o en contra. No quiero tener que pedirles perdón porque no actúo bien. No quiero que me tengan miedo, que teman mis reacciones porque no puedo controlar la situación. No quiero sentirme así y no quiero que ellos se sientan mal por mi culpa.
Quiero poder pararme a pensar, tomarme el tiempo suficiente, el que ellos necesiten, y que la situación se solucione sin gritos, lloros, nervios, sentimientos de culpabilidad y, como siempre, pidiendo perdón.

lunes, 30 de septiembre de 2013

De lo que somos capaces

Estos días, el caso de Asunta Basterra me ha hecho recordar otros nombres: el de las niñas de Alcácer, Mari Luz Cortés, Rocio Wanninkhof, Marta del Castillo, Ruth y José Bretón... por decir algunos.
El caso de las niñas de Alcácer es el primero que recuerdo, hace ya más de veinte años. Yo tenía 15, y me acuerdo de ver a mi madre llorar cuando vimos en la televisión la noticia de que habían encontrado los cuerpos, y cómo se descomponía cada vez que se descubrían detalles de lo que habían padecido las niñas. En esos momentos, yo tenía más o menos la misma edad que ellas.
Supongo que antes habría otros, pero no los recuerdo. Para mí, aquello marcó un antes y un después, fue como despertar y descubrir las barbaridades de las que es capaz el ser humano.
Y desde entonces, es como si cada cierto tiempo tuviera que pasar algo que nos recordara eso, que somos salvajes. Aunque también se cometen barbaridades en las guerras, todos los días, y tampoco está justificado.

Pensando en esto (y por muy banal que pueda resultar en comparación), mi boca dibuja una mueca que parece casi una sonrisa al recordar que una amiga me reprochara hace poco que no reciclo, que menudo planeta le estaba dejando a mis hijos...

lunes, 23 de septiembre de 2013

Desvaríos

Estoy sentada frente al ordenador aprovechando los diez minutos justos, y con interrupciones, de los que dispongo ahora mismo. Estoy intentando acabar de escribir alguno de los innumerables post que tengo empezados, esos que empiezo en un momento de inspiración y que tengo que dejar de escribir porque me reclaman desde cualquier rincón de la casa. Esos que retomo después, cuando me regalan otros diez minutos, y no se cómo continuar porque la inspiración se esfumó en la primera interrupción. Y mientas escribo estas líneas, y a través de lo poco que mis sucios cristales me dejan ver, admiro con envidia como mis vecinos, solteros y a estas horas de un lunes en casa, limpian las ventanas y los cristales y que, en mi humilde opinión, no estaban sucios.

Si fuera como esos niños

Si mi hijo fuera como esos niños a los que les gusta el colegio, que disfrutan con las actuaciones escolares, que piden practicar actividades extra escolares, que se aburren en vacaciones y fines de semana esperando que lleguen los días de clase... yo estaría más tranquila.
Me levantaría por las mañanas sin el estómago revuelto, sin la duda de si ese día sería de los buenos o de los malos, sin esa incertidumbre, hasta que entra por la puerta del colegio, de si me va a decir algo que me rompa el corazón... Si es un día de los malos intento contenerme, consolarle, escucharle, animarle o lo que crea que haga falta, lo que sea con tal de aliviarle. Y el nudo del estómago con el que me he levantado va apretando más y más conforme lo veo entrar por la puerta. A partir de ese instante ya estoy pensando en la cara que tendrá al salir. Normalmente los días malos son parecidos: toda va más o menos bien hasta la hora de salir por la puerta de casa (hasta ese momento ha desayunado, se ha vestido y ha visto dibujos contento, sin dar señales de estar enfermo ni nada), entonces o le duele algo, o directamente me dice que no quiere ir al colegio, con los ojos vidriosos y haciendo pucheros. Algunos días incluso hace el camino aguantando las lágrimas, con actitud de sometimiento, de voy porque tengo que ir, no porque quiera, voy por ti, porque tú quieres que vaya.
Y si el día ha sido de los buenos, consigo respirar tranquila y dejar de contenerme cuando ya lo he perdido de vista porque está dentro y no tengo la posibilidad de verle.
Oigo hablar a las madres de los niños a los que les gusta el colegio y no las envidio a ellas, envidio a los niños por mi hijo, porque para él es un mal trago tener que ir al colegio, mientras podría ser otra cosa más y ya está.
¿Qué prefiere mi hijo? No madrugar,estar en casa, jugar, ver la televisión... ¿Qué no le gusta? Que le manden o le impongan lo que hacer, estar sentado y quieto, estar con gente con la que no está a gusto, pintar, escribir, leer...
Oigo hablar de escuelas y escoletas, escuelas libres donde respetan al máximo los ritmos de los niños, de homeschooling y educar a tus hijos en casa, y me siento impotente y cobarde, inútil y no preparada para hacer algo así.
Si él no se pusiera nervioso, yo no me pondría nerviosa, y a la vez no lo podría nervioso a él.

Pero mi chico no es como esos otros niños. Se levanta cinco días a la semana poniendo todo lo que puede de su parte para ir al colegio, cosa que no le gusta. Es un niño que prefiere jugar, ver la televisión y estar conmigo en vez de estar sentado y hacer cosas que de momento no le interesan. Es un niño que necesita moverse y tener espacio, su cuerpo se lo pide.
Es mi niño.

¿Cómo puedo ayudarte?

No me pides ayuda, pero me preguntas qué haría yo en tu situación.
Ni quiero, ni puedo, decirte lo que tienes que hacer. Demasiada responsabilidad.
Sabes que actúas como yo no lo haría, dices cosas que yo no diría ¿de verdad necesitas preguntarme qué pienso?
Te gusta sufrir, es lo que creo.
No concibo que alguien haga algo que sabe le va a hacer daño, que tiene comprobado que no es bueno para su salud y después se sorprenda del resultado.
No me gusta, que además, le eches la culpa a otros. Pueden haber empezado la situación, pero sólo está en tu mano no hacer lo que estás haciendo.
Hemos podido comprobar, tú y yo, que aunque te diga lo que yo haría, que aunque te diga lo que tienes que hacer, al final haces lo que quieres, aún sabiendo que te va a doler.
Siento verte sufrir, más de lo que te imaginas, pero he llegado a la conclusión de que no se puede ayudar a quién no se quiere dejar ayudar.
Con los años me has hecho creer que te gusta vivir así, tener siempre alguien y algo por lo que sufrir, sentirte víctima. Y aunque me desconcierta, también entiendo que sólo una persona tan fuerte como tú puede vivir siempre con tanto sufrimiento. Sólo alguien tan fuerte puede llevar tanto peso sobre sus espaldas. Pero ¿vale la pena?

lunes, 2 de septiembre de 2013

Con los deberes sin hacer

Tres veranos he estado indecisa, y tres veranos he hecho lo mismo: nada.
En estos tres años, cada vez que mi chico el mayor ha terminado el colegio, he tenido el mismo dilema: ¿hacemos deberes en verano? Y quien dice deberes dice tareas, actividades, manualidades, ejercicios, repaso... cualquier cosa cuyo objetivo sea no olvidar lo que ha aprendido durante el curso.
Y cada año me surgen las mismas preguntas: ¿lo aprendido se olvida? ¿tan pequeño le hace falta repasar?, si no disfruta ahora del verano y de lo que esto significa ¿cuándo lo hará?, si no hace deberes ¿irá más retrasado el próximo curso?, ¿no se supone que están aprendiendo constantemente, incluso mientras juegan, que son como esponjas que todo lo absorben?, ¿le estoy haciendo más mal que bien?
Y claro, siempre (o casi siempre) que se toma una decisión te queda la duda de si será la adecuada, de qué hubiera pasado si hubiéramos ido por el otro camino, de si al final me arrepentiré... sí, soy una indecisa., y lo único que puedo hacer es reconocerlo.
El caso es que estos años no hemos hecho deberes en verano y ha terminado los cursos dentro de la media, teniendo en cuenta que con 3, 4 y 5 años no tendría que haber media. Cada año ha ido adquiriendo conocimientos, avanzando, aprendiendo cosas, y entonces pienso que falta no le ha hecho, que por lo menos el niño ha disfrutado del verano, y yo del niño.
También pienso que ya llegará cuando tenga deberes y no haya más remedio que hacerlos, que dedicarle tiempo a los estudios. Y para no variar, ya me anticipo a los acontecimientos y me preocupo por el tema. Todavía no hemos empezado el nuevo curso y ya estoy pensando en cómo podré ayudarle con los deberes, cómo llevará él empezar primaria, cambiar de maestra, hacerse mayor... y pensando, pensando, y siendo sincera conmigo misma, la pregunta es ¿cómo lo voy a llevar yo? Pues quiero pensar que no demasiado mal pero  sobre todo lo que no quiero es pasarle a él mis miedos y dudas en este tema.


viernes, 9 de agosto de 2013

15 años

Hace 15 años, la frase de mi marido para pedirme salir fue "quiero que seas la madre de mis hijos". No iba nada desencaminado...

Ayer fue nuestro aniversario y casi se me olvida.
Entre que me levanta el pequeño y vamos por la casa intentando no hacer mucho ruido hasta que se levanta el mayor, hasta que se levanta el mayor y el pequeño te pregunta "¿ya puedo hacer ruido?. Desayunar, jugar, ver la tele, hacer algo de provecho, preparar la comida, comer, aprovechar que mi marido viene a comer para ir a comprar mientras se queda con los niños, quedarme sola con ellos otra vez mientras él se va a trabajar... y entonces mirar la agenda para algo que ahora mismo no recuerdo y descubrir que era 8 de agosto...
15 años. Ahora mismo firmo por otros 15, con todo lo bueno y lo malo que hemos tenido. Aumentando la familia si fuera posible.

Hace 5 años, un 8 de agosto también, se destetó Rodrigo.

miércoles, 31 de julio de 2013

Otro más





Estaba a la espera de ser leído, como otros tantos, pero no encontraba el momento de darle el privilegio de salir del rincón de los "libros pendientes". He tardado siete meses en fijarme en él, y sólo diez páginas en decidir que la espera había valido la pena. Así que puedo decir que Las horas distantes, de Kate Morton, ha pasado a ser otro de los libros en mi lista de favoritos, otro título a recomendar.

Aparecen muchas cosas en este libro, y todas me han gustado: los paisajes, el castillo, la familia, el ambiente de libros y letras...
Me han gustado, y me han hecho pensar, las relaciones familiares que describe la historia. Por un lado la relación de la protagonista con su familia: el descubrimiento de que sus padres son personas además de sus padres. Un hombre y una mujer con una historia, con un pasado y unas acciones que les llevaron a estar donde están y a ser como son. Que tuvieron pasiones y esperanzas, y que vivieron tristezas y desengaños.
La otra relación familiar descrita es la de la familia que vive en el castillo. Una relación de lealtad infinita, de dedicación a los demás pasando por encima de las necesidades de uno mismo.
Me ha gustado todo, incluido el final, que iba cambiando a la vez que me acercaba a él  y no he sabido adivinar en ningún momento: no me ha decepcionado. Normalmente cuando termino un libro que me está gustando mucho me queda un sabor amargo por haberlo terminado, me queda un punto de tristeza al acabarse algo con lo que disfrutaba... no ha sido así en este caso.

martes, 30 de julio de 2013

Cuerpo de madre

Me miro en el espejo y veo mi cuerpo; un cuerpo de madre.
Una madre como tantas, pero única al fin y al cabo.
No es el cuerpo con el que había "soñado" (aunque tener un buen cuerpo nunca me ha quitado el sueño): es infinitamente mejor.
Es ancho, para poder cobijar a mis dos hijos a la vez.
Es cálido, para poder darles calor en invierno, y en verano, que el calor de madre se agradece en cualquier estación.
Es tierno, blandito y mullido para lo que quieran y necesiten en cada momento.
También es duro y fuerte, bien para jugar a cosas de chicos o para protegerles de cualquier cosa que les pueda dañar.
Es valiente, y siempre va por delante inspeccionando el terreno para anticiparse a posibles peligros.
Es sanador, y cuando se hacen daño o necesitan consuelo saben que siempre pueden contar con él. Muchas veces, precisamente porque saben que siempre pueden contar con él, no lo necesitan, aunque yo siempre se los ofrezco.
Es juguetón, y cada vez que juego con ellos, gana vida.
Es milagroso, porque crea vida.
Tiene mariposas que se reúnen en mi estómago para jugar cada vez que alguno de mis chicos se abraza a mí rodeándome el cuello con sus brazos y la cintura con sus piernas.
Es libre, porque ellos lo son. Corre, juega, ríe y es feliz cuando lo son ellos. Con ellos.

miércoles, 3 de julio de 2013

Muchas cosas... demasiadas quizás

Son muchas cosas, todas pequeñas quiero pensar, pero no por su tamaño insignificantes, al contrario... Porque quizás si fueran más grandes intentaría solucionarlas antes, no dejaría que se acumularan hasta este punto.  
Estoy en un punto en el que no puedo hablar las cosas, solo echarlas en cara, no puedo pedir ayuda, sólo enfadarme porque no saben interpretar mis señales de socorro.
¿De quién es la culpa? ¿Alguien la tiene?
Nadie me ha dicho que no tenga que pedir ayuda, pero nadie me ha enseñado a pedirla...
Estos días estoy aprendiendo de mi hijo mayor mucho más de lo que yo le he enseñado.
Estos días mi hijo pequeño está llevando mi paciencia hasta límites insospechados, de hecho, creo que ya no me queda ni una pizca, y que todo lo que creí haber aprendido con el primero no me está sirviendo de nada con el segundo.
Todo lo que me pasa por la cabeza son incoherencias y contradicciones.
La razón más poderosa por la que no quiero hablar: se que todo pasará, que esto es un momento puntual en el que han coincidido muchas cosas, y que no me ha cogido en mi mejor momento.
¿Y cómo en momentos como este de agobio, agotamiento y fastidio sigo con la estúpida esperanza de tener alguna vez otro hijo...? 

martes, 26 de marzo de 2013

Mucho nivel

No recuerdo cuándo ni cómo descubrí los blogs. Los blogs de madres, más concretamente; y los de padres, de maternidad, de crianza, de educación, de juegos para niños, de manualidades,... y de todo lo que he ido encontrando y que pasan de gustarme a encantarme, sin término medio.
El caso es que aunque me costó, me decidí a escribir también mi propio blog. Incluso, ingenua de mí, creí que podría hacer algo mínimamente comparable a algunos de los blogs que más me gustan... ¡que ilusa!
He desistido de intentarlo. Hay mucho nivel: madres periodistas, madres no periodistas que escriben estupendamente bien, con diferentes estilos, todos personales... Hay blogs muy elaborados, otros muy sencillos, gente que escribe entradas muy largas, otras muy cortas, divertidas, serias, interesantes, con un punto de humor negro...
Y sigo encontrando blogs de madres que encuentran las palabras que yo no tengo para contar lo que siento.
De momento me conformo con escribir, con encontrar tiempo para ello, con hacerlo bien (en mi opinión). Tengo claro, y ya me lo he demostrado, que es cuestión de práctica, que cuanto más tardo en escribir más me cuesta la próxima vez. Que, como todo, es cuestión de ponerse y de organizarse. De proponérselo y tenerlo en la lista de prioridades.
Anotación: empezar una lista de prioridades, de mis prioridades.

Y es que el mundo de internet es infinito. No hay día que no descubra algo nuevo: un blog, una página, un foro... hay veces en las que me pierdo, que he pasado de enlace a enlace y ya no recuerdo dónde empecé. 
Hay veces que no leo, sólo contemplo, porque hay cosas, imágenes preciosas.
Internet puede ser muy malo, pero también muy bueno, o simplemente eso, internet. Todo depende del uso que se haga de él.

domingo, 24 de marzo de 2013

Son mejores

Aunque ahora no puedo leerla tan a menudo como quisiera, estos días he leído un post de Ileana Medina que me ha encantado: Los bebés no son como nos lo contaron.

Realmente a mí no me contaron que los bebés fueran de otra forma, en este aspecto yo más que mal informada llegué poco informada. Y no es que esperara otra cosa, simplemente no sabía lo que me esperaba. Así que desde que fui madre por primera vez hace más de cinco años, no hay día en el que no me sorprenda del rumbo que ha tomado mi vida y que ni en mis más irreales fantasías me podía imaginar.
Creí que había leído mucho, y que había leído lo adecuado, pero me equivoqué... Creía que llegaba preparada, y llegaba sin saber nada.

Volviendo a Ileana, me quedo con unas palabras muy concretas de su post: "No. Los bebés no son alto-demandantes. Somos nosotros los bajo-tolerantes, los bajo-pacientes, los bajo-disponibles, los bajo-respondedores. No. Los bebés no quieren que los dejes. Quieren ir contigo a todas partes, eres su ejemplo, su seguridad, su referente, su único universo.
Te guste o no te guste, así son los bebés humanos, primates, mamíferos. Si quieres comprobarlo, tan solo ten uno. Ninguna otra especie desconoce y putea tanto a sus propias crías. Si queremos un mundo un poquito más humano, bien haríamos en comprenderlo.
No son como nos lo contaron. Son infinitamente mejores y más inteligentes. Cualquiera que ve a estas crías diría: ¡qué especie tan avanzada! ¿Y cómo se convirtieron en lo que hay?"

Y es que si te paras a pensar, da miedo ser el ejemplo de alguien. Descubrir cómo eres cuando te miras en el espejo en el que se han convertido tus hijos, ver cosas que hacen, que no te gustan, y que no son más que reflejo de lo que ven. Ahí no puedes culpar a nadie, no les puedes culpar a ellos de no copiar sólo lo bueno (lo que a nosotros nos parece bueno, por supuesto).
Ellos, afortunadamente, están preparados para sobrevivir con gente tan poco preparada como nosotros. Y claro que son mejores y más inteligentes, sino, no se entiende que crezcan, maduren, y sepan andar por los caminos que les llevarán a ser mejores personas de lo que fuimos nosotros, de lo que les enseñamos nosotros.
En algún momento, en el camino, perdimos el instinto, el sexto sentido, lo que sea que hace falta para confiar en uno mismo y no dejarse llevar por la corriente, por la mayoría.
Nos defendemos del amor, de las caricias y del apego como si fueran algo malo, como si la compañía y la comprensión nos hicieran más débiles. Y sin embargo los (nos) entrenamos como si en cualquier momento tuviéramos que entrar en guerra, sufrir y desconfiar de todos nuestros semejantes.
Y aunque así fuera, aunque lo que nos espera sea la soledad, el sufrimiento y la incomprensión, ¿no es mejor enfrentarse a ello después de haber sido querido, nutrido, aceptado y comprendido?






miércoles, 27 de febrero de 2013

Liberación y pena

Mi chico pequeño ya tiene dos años y sigue tomando teta. Por eso desde que nació siempre hemos dormido juntos y hasta hace poquito no nos habíamos separado durante mucho tiempo. De todas formas, hasta ahora, aunque no estuviéramos juntos siempre estábamos cerca, por lo que si me necesitaba no tardaría más de 10 minutos en estar con él.
La situación ahora es esta: si estoy yo, me prefiere a mí y a la teta antes que a todo lo demás. Si no estoy, se  divierte con quién esté, come de lo que le den y no pregunta por mí (ni por la teta). Pero claro, nunca habíamos estado separados todo el día, desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche, ni tan lejos el uno del otro, ya que estábamos a dos horas de distancia...
Y he de decir que hemos superado la prueba, y he de confesar que he sentido liberación y pena ¿a partes iguales?
Ha sido tranquilizador descubrir que puedo ausentarme durante un tiempo relativamente largo sin sentir el nerviosismo y la preocupación de si llegaré a tiempo para darle el pecho o de si estará bien porque me necesite o no. Seguramente podría haber probado antes a separarnos tanto tiempo, pero ni ha sido necesario ni he querido.
Y siento pena y lástima porque esto es una señal más de que mi chico pequeño está creciendo...
Y como la sensación es agridulce, intentaré disfrutar de las dos cosas: aprovecharé esta libertad con la que me he encontrado, y seguiré disfrutando de nuestros momentos de teta.

martes, 26 de febrero de 2013

Aficiones

Siempre me ha gustado leer, y de todo lo que recuerdo que siempre me haya gustado, es lo único que sigo haciendo, aún con el poco tiempo que tengo para mí desde que soy madre. También me gusta pintar, escribir y ver películas, pero de momento, son aficiones aparcadas a la espera de tener más tiempo.
Desde que soy madre me gustan cosas que antes no me llamaban la atención, y que para mi sorpresa no se me dan del todo mal, como la cocina o el punto de gancho. Y ahora intento hacer mis pinitos con las manualidades que encuentro apropiadas para la edad de mi chico el mayor, y para mi satisfacción descubro que soy más creativa e imaginativa de lo que creía.
No recuerdo ningún libro de los leídos en el colegio pero sí de los de instituto, como "El Camino", "La Venganza de Don Mendo" o "La Celestina".
Del libro que no me olvidaré nunca es del que me hizo darme cuenta (y esto fue en el año 95) realmente de lo que me apasiona leer, del que me hizo descubrir el ansia por seguir con la lectura, y la dulce decepción que se siente al terminar un libro que te gusta, porque independientemente de que el final nos guste o no, el libro tiene un fin. Ese libro fue "El mundo de Sofía", de Jostein Gaarder.

Un día, hace algo más de tres años y medio, descubrí que en la biblioteca de la ciudad donde vivo había formado un Club de Lectura y me apunté. Me vino muy bien porque era una época en la que desde hacía ya unos meses sólo leía sobre embarazo, maternidad, crianza, educación... y, aunque lo hacía muy a gusto, empezaba a cansarme. Tenía en casa libros sobre otros temas, pero parecía que me hacía falta "una obligación" para leerlos, ya que sino siempre terminaba leyendo los que aunque me interesaban, también empezaban a saturarme.
El Club de Lectura consiste en reunirnos una vez al mes para comentar la lectura de un libro que nos han dado previamente en la biblioteca. Y es emocionante, y muy gratificante, poder hablar de un libro con varias personas a las que les gusta leer tanto como a tí. También es curioso descubrir cómo a veces todos coincidimos en la opinión sobre una lectura, y otras las opiniones son tan diferentes y dispares como asistentes ese día a la reunión.

Estoy contenta por haberme apuntado al Club de Lectura. Con el paso de los años, si miro atrás, veo todas las cosas buenas que me ha portado: la lectura de libros buenísimos que a mí nunca se me hubiera ocurrido leer, conocer a personas con las que nunca hubiera coincidido por la diferencia de edad y los diferentes ambientes en los que nos movemos, tener ese ratito para mí una vez al mes, que nada tiene que ver con mi vida diaria, ese momento de desconexión.
Como detalle, decir que yo soy la más joven del Club, y para qué mentir, me gusta ser "la xiqueta, la joveneta" de la reunión ;-)

jueves, 21 de febrero de 2013

Su primera decepción

Mi chico mayor está en tercero de infantil, curso que, menos unos poquitos, todos terminarán con seis años.
Cuando es el cumpleaños de alguno de los niños de la clase es un día muy especial por varias razones: el cumpleañero lleva el almuerzo (que siempre suele ser dulce), le hacen una corona con el número de los años que cumple y se la firman, y lo más importante y lo que más le gusta a mi chico, ese día no hacen ficha. Lo que si que hacen es dedicarle cada uno un dibujo libre, después los grapan todos juntos y se lo entregan como regalo.

Ayer por la tarde mi hijo salió del cole con la cara congestionada y los ojos hinchados y rojos de llorar... pero no me quería explicar lo que le había pasado.
Fue D, el niño que ayer cumplió los años (y uno de los mejores amigos de mi hijo), quién me explicó lo que había pasado. Resulta que cuando D tenía que elegir quien le diera el regalo, eligió a otro en vez de a mi chico...
Son cosas de niños, pero no son una tontería, para ellos es su vida, su forma de sentir y de entender las cosas, con los derechos y obligaciones que creen tener en cada momento sobre cada uno de sus amigos. Viven en otro mundo, en el suyo, y es inútil entrometerse cuando están en el parque y deciden que uno de ellos no juega porque en ese momento no les gusta, o cuando se enfadan porque no les han guardado el sitio en la fila... Se hacen daño, sin querer, y tienen que aprender cómo no hacerlo, cómo ponerse en el lugar del otro...
Ayer me tuve que contener para no decirle lo primero que desde mi condición de adulto me pasaba por la cabeza: que no pasaba nada, que había elegido a otro y ya está, que S también es amigo de D y por eso lo había elegido, y así un millón de tiritas más que no hubieran conseguido consolarle.
Entre lo que me contó el otro niño, lo poco que me quiso contar mi hijo (que estaba triste y se sentía mal porque D no lo había elegido a él. Tan sencillo como eso) y lo que oí hablaban entre ellos me ha quedado claro que para mi chico lo de ayer fue importante (en estos tres años nunca había llorado por eso): él estaba seguro de que lo elegiría para darle el regalo por su relación, porque en su día había elegido a D para que le diera el suyo, porque juegan siempre juntos, en el colegio y en el parque, porque a veces el uno va a casa del otro para jugar un rato.
Su amigo D lo vio tan triste que sólo alcanzaba a decirle que cuando tuvo que elegir no lo vio, que no se enfadara.
Como madre, me lo imagino esperando el momento, seguro de que lo iba a elegir a él y viendo como elegía a otro. Me lo imagino haciendo pucheros, llenándosele los ojos de lágrimas, sentado en su silla, escondiendo la cabeza entre los brazos y echándose a la mesa para llorar. Pues qué voy a decir, que se me parte el corazón, sin más.
También tengo en cuenta que pudo haber sido de otra forma, pero viendo la cara que tenía al salir, no me la imagino.
No será lo peor que le pase en la vida, pero para él sin duda fue lo peor del día.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Lo mejor de cada día: la noche

Normalmente soy yo la que arropa a los niños cuando se destapan mientras duermen. Mi chico mayor recibe bien el calor, y cuando lo tapas en medio de la noche sonríe agradecido y se acurruca debajo del nórdico. Mi chico pequeño es otra historia; si no está bien dormido lo más probable es que se despierte y aún encima se enfade...
Pero esta noche me han arropado a mí, y ha sido como una caricia.Como el pequeño había tomado de la teta derecha me había quedado dormida sobre ese lado. En un momento, noto que me tapan el hombro izquierdo y ajustan la ropa de la cama para dejarme bien tapada: era mi chico mayor, que dormía a mi espalda, tapándome, como hago yo con él... y entonces he sonreído, como hace él cuando yo lo arropo. No hace falta explicar cómo me he sentido.


Dicen que el momento de irse a dormir debería de ser siempre relajado, a la misma hora y temprano, a ser posible. En nuestro caso siempre es divertido, unas veces entre juegos y otras entre cuentos, siempre a partir de la misma hora y muy a mi pesar, nunca temprano. Quiero decir que para mí temprano son las nueve de la noche, y nosotros no conseguimos acostarnos nunca antes de las diez. Y además, hay que puntualizar que acostarse no quiere decir precisamente dormir, por lo que aunque una noche consigamos acostarnos a las diez (o incluso antes), es seguro que no nos dormiremos en cinco minutos.
Los días en los que nos acostamos "antes" (más cerca que lejos de las diez) los niños juegan un rato con su padre en la cama a hacerse cosquillas, saltar, esconderse entre las sábanas, escapar de la araña,... y cuando voy yo a dormirlos me encuentro con que la cama está peor a la hora de acostarme que a la de levantarme ;-), y que los niños además necesitan unos minutos de reposo para poder calmarse y dejar de reírse.
El día que se ha hecho tarde no hay juegos, pero sí el cuento que ellos elijan. El pequeño se duerme con la teta, no con el cuento, así que es el mayor el que marca el momento de apagar la luz.

Tengo conocidas para las que la hora de irse a dormir es una tortura porque ya saben que habrá gritos y lágrimas, que se tendrán que levantar las cuatro o cinco veces que se despierte el niño durante la noche, y que a la mañana siguiente arrastrarán sueño y mal humor. Pero bueno, supongo que les merece la pena, porque después presumen (literalmente) de que ellas están tranquilas a partir de las nueve y pueden hacer, o no hacer, lo que les da la gana.
Ellas han hecho su elección, y yo la mía.
Hace mucho tiempo que los niños no se duermen a la vez o lo suficientemente pronto como para que a mí me queden ganas de ponerme a ver la tele. No me importa, prefiero el ajetreo y la alegría de la que disfrutamos para irnos a dormir, la tranquilidad que tengo porque si el pequeño se despierta para pedir teta me tiene al lado, y si el mayor tiene una pesadilla o ganas de ir al baño yo me he dado cuenta incluso antes de que él abra los ojos.
Me gusta cuando estoy leyendo un cuento y el mayor pasa de preguntarme mil veces la misma cosa a quedarse dormido antes de pasar la página. O cuando apagamos la luz y todavía está despierto. Entonces tengo al pequeño cogido de la teta, con su cabeza apoyada en el brazo, y veo a Rodrigo a mi lado, mirando la oscuridad, tranquilo, y cómo cada vez que parpadea le cuesta más abrir los ojos, hasta que el final ya no los abre porque se ha quedado dormido, a mi lado. Es muy probable que a esas alturas el pequeño también esté dormido. Entonces oigo sus respiraciones, reposadas, serenas, y no me quiero levantar, prefiero disfrutar de la noche, mi noche.

jueves, 7 de febrero de 2013

Para siempre

En los últimos años he podido vivir de cerca varias rupturas sentimentales. Alguna de esas rupturas no me han sorprendido, es más, era cuestión de tiempo que antes o después las personas implicadas tomaran esa decisión. Sin embargo otras no solo me han sorprendido, sino que además me han dolido por el vínculo que me une a esas personas.
Aún así, tanto las rupturas esperadas como las no deseadas, me han hecho pensar...
Yo quiero estar siempre con César, toda mi vida, hacerme mayor, y después vieja, a su lado. Pasear cogiditos de la mano, con la lentitud propia de los abuelos, mientras la vida pasa veloz a nuestro alrededor.
Está claro que la vida da muchas vueltas, que nunca se sabe lo que puede pasar, y que igual que ahora estamos bien y ni siquiera puedo llegar a imaginar mi vida al lado de otra persona, todo es posible. Pero por eso mismo, porque todo es posible, yo pido pasa el resto de mi vida con él.

Ya antes de tener hijos oía la frase: "A mis hijos los parí, mientras que a mi marido lo encontré en la calle". Pues sí, eso es verdad, pero no le doy ni el mismo valor ni el mismo significado que le dieron en su día las que me lo dijeron.
Sin mi marido yo no tendría los hijos tan maravillosos que tengo, y alguno más que espero tener. Nadie me entiende y me aguanta como él, ni tampoco he conocido a la persona que se complemente tanto conmigo. Lo quiero más que a nadie, y también le odio más que a nadie cuando me enfado con él....
Y creo que no hay que comparar, que no es comparable el amor hacia tu pareja del amor hacia tus hijos...

Quiero que el día de mañana nuestros hijos tengan sus vidas, sean felices, con familias o sin ellas, que puedan tener su vida y ser independientes, además de tener la seguridad de que a sus padres los van a tener siempre. Que tengan la tranquilidad de poder volver a casa y encontrar a sus padres que se apoyan mutuamente, y que se quieren y comprenden como siempre han visto.


Hace días, semanas, que empecé a escribir esta entrada. No me falta la inspiración, pero sí el tiempo y cumplir (después de hacer) una lista de prioridades que nunca llega.
En estos días ha pasado algo que recordaré toda la vida, como un mal recuerdo, además, pero que ha servido para demostrarme una vez más que César es la persona que quiero a mi lado durante toda mi vida, ya sea larga o corta.