Estos días, el caso de Asunta Basterra me ha hecho recordar otros nombres: el de las niñas de Alcácer, Mari Luz Cortés, Rocio Wanninkhof, Marta del Castillo, Ruth y José Bretón... por decir algunos.
El caso de las niñas de Alcácer es el primero que recuerdo, hace ya más de veinte años. Yo tenía 15, y me acuerdo de ver a mi madre llorar cuando vimos en la televisión la noticia de que habían encontrado los cuerpos, y cómo se descomponía cada vez que se descubrían detalles de lo que habían padecido las niñas. En esos momentos, yo tenía más o menos la misma edad que ellas.
Supongo que antes habría otros, pero no los recuerdo. Para mí, aquello marcó un antes y un después, fue como despertar y descubrir las barbaridades de las que es capaz el ser humano.
Y desde entonces, es como si cada cierto tiempo tuviera que pasar algo que nos recordara eso, que somos salvajes. Aunque también se cometen barbaridades en las guerras, todos los días, y tampoco está justificado.
Pensando en esto (y por muy banal que pueda resultar en comparación), mi boca dibuja una mueca que parece casi una sonrisa al recordar que una amiga me reprochara hace poco que no reciclo, que menudo planeta le estaba dejando a mis hijos...
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