Mi hijo mayor no ha ido al instituto porque está enfermo: hay un virus intestinal rondando por clase y hoy le ha tocado a él. Así que hoy he sido enfermera.
En nuestra casa cuando uno de los niños enferma no tenemos los inconvenientes de otras familias en las que trabajan los dos progenitores. Nadie tiene que llamar al jefe para decirle que no puede ir a trabajar, no hace falta dejar al niño en casa de los abuelos o de algún conocido porque no podemos faltar al trabajo, es innecesario mandar al niño al colegio medicado porque tenemos que ir a trabajar o no tenemos quien lo cuide.
No hace falta nada de todo eso porque yo estoy en casa, porque desde que me dieron la baja laboral en el trabajo cuando me quedé embarazada por primera vez me dedico a ser ama de casa. Y como todo, tiene sus pros y sus contras.
Quedarme en casa y ocuparme de todo lo que ello conlleva fue una decisión meditada y consensuada. Nunca me he arrepentido de haberla tomado, pero hay días y momentos en los que siento que mi trabajo no es trabajo y tengo que justificar lo que hago. Uno de esos momentos es cuando me preguntan: «¿Trabajas?».
Está claro que esa pregunta me la hace gente que no sabe realmente de mí, con la que no trato cada día, pero aun así creo que hay preguntas más adecuadas: «¿cómo estás?, ¿qué es de tu vida?» Por ejemplo.
Sentir que tengo que justificarme es algo que depende de mí, nadie me pide explicaciones, así que tengo claro que es responsabilidad mía cómo me afecte dicha pregunta.
Tengo varios escritos en los que en momentos puntuales de agobio hablo sobre el tema, me desahogo o maldigo según la ocasión. Normalmente escribo sin pensar, así que a veces simplemente escupo lo que tengo dentro en ese momento.
No los comparto aquí porque no hay manera de que no suenen a reproche porque solo veo los inconvenientes de mi situación y no pienso en los que puedan sufrir otros.
En todo caso me sirven de alivio y me quitan un peso de encima, además de confirmarme que tomamos la decisión correcta para nosotros.