viernes, 25 de marzo de 2011

Sin chupete y con un cuento

Anoche fue la cuarta que Rodrigo se durmió sin chupete, y lo hizo mientras le leía un cuento.

No recuerdo en que momento le dimos el chupete, pero creo que el motivo fue que se chupaba el dedo. Entonces empezaron los consejos bienintencionados sobre lo perjudicial de chuparse el dedo, que mejor un chupete que se lo podría quitar cuando quisiera, que les relaja mucho..., y cosas por el estilo. Así que le pusimos chupete.
Y en algún momento que tampoco recuerdo, el niño se encariñó con un conejito de peluche, por lo que hasta ahora ha estado durmiendo con el "chupe y nino".
La semana pasada, no se como, surgió la conversación y quedamos que a partir de este Lunes ya no utilizaría chupete para dormir. Podría dormir con el conejito pero no con el chupete.
Hay que decir que hace bastante tiempo que el chupete lo cogía exclusivamente para dormir, y como ahora madruga y no duerme siesta, no llegaba a cinco minutos el tiempo que lo usaba, porque en cuanto se lo ponía caía rendido. También han sido más las ocasiones en las que a la hora de la siesta (las pocas veces que la ha dormido desde que va al cole) se ha dormido sin él, porque solo se lo dábamos por la noche.
El caso es que llegó el Lunes y volvió a pedir el chupete como todas las noches. Le dijimos que no, que ya habíamos quedado en que no lo volvería a usar, que se había ido pero que el conejito se había quedado con él para hacerle compañía.
LLoros y más lloros, sofoco, yo ofreciéndole el conejito, besos, abrazos, leerle un cuento, pero nada. Poco a poco se fue calmando, aceptó el peluche, que lo abrazara y lo besara, que lo acunara y le acariciara, y al final se durmió.
El Martes lo volvió a pedir, le recordamos lo que habíamos hablado y no insistió, aunque le costó un poco conciliar el sueño. El Miércoles ni lo pidió, y se durmió mientras su padre le leía un cuento en el sofá. Y ayer tampoco lo nombró, me pidió el conejito, nos fuimos a la cama y se durmió durante la segunda lectura del cuento.

Recordando ahora el Lunes veo que no lloró tanto, y que él sabía que se iba a cumplir lo hablado y no había marcha atrás.
Ha sido fácil, mucho más de lo que me esperaba, pero aún así a Gonzalo no quiero darle chupete. ¿Que se chupa el dedo como hizo Rodrigo? Pues ya veré lo que hago entonces.
De momento las abuelas ya me han preguntado unas cuantas veces cuando pienso darle el chupete a Gonzalo, sobre todo estos días que parece que se ha encontrado el puño y se lo chupa como si fuera a sacar de ahí algo.
Y yo recuerdo lo que comentó una vez Merche, la matrona que había en el taller de lactancia cuando empecé a ir con Rodrigo. Que se chupan el dedo porque es lo que "les llega", son tan pequeñitos y están tan acurrucaditos que la mano les pasa por delante de la boca y se encuentran el puño, lleno de dedos. Y la succión les calma.
Con Rodrigo, cuando se chupaba el dedo y yo creía que no podía ser hambre, pues le daba el chupete. Con Gonzalo, si veo que se chupa el dedo, no voy a pararme a pensar si es hambre o no lo que tiene, le ofreceré el pecho y entonces veremos lo que pasa.
O al menos es la intención que tengo, porque nunca se sabe lo que puede pasar, y no soy de las que dice "de este agua no beberé".

Esta semana ha sido importante tanto para Rodrigo como para mí.
Para él por el avance que supone haber dejado el chupete. Y para mí porque, como gran lectora que soy, siempre he querido leerle un libro a mi hijo antes de dormir.
Esto último podéis pensar que es fácil, o común entre los niños, pero a Rodrigo los libros le interesan los justo, a no ser que traten sobre coches, maquinaria o medios de transporte. Y no hace tanto y tanto que aguanta el tiempo suficiente como para que le leamos un cuento y aún encima se duerma durante la lectura.

Mamás guapas

Miro con cierta envidia a las mamás que van guapas y arregladas.
“Pues es tan fácil como ir guapa y arreglada tú misma”, me he dicho muchas veces. Y aunque lo he intentado algunas, siempre vuelvo a lo que tengo, que al final es lo que soy: zapatillas, vaqueros y sudadera.

Hace poco estaba en el taller de lactancia cuando una amiga me pregunta: ¿De dónde sacarán el tiempo para ir siempre tan guapas y arregladas? Refiriéndose a un grupo de madres.
Nosotras parecía que nos habíamos peinado con prisa y vestido con lo primero que habíamos encontrado. Mientras que las otras madres parecían haber dedicado mucho más tiempo para elegir su aspecto: bien peinadas, maquilladas algunas, y con complementos a juego con su ropa a la moda.
Igual estoy siendo exagerada…
No, en serio. Hay mujeres que siempre se han arreglado más, que no tienen que sacar tiempo de ningún sitio porque siempre les ha costado lo mismo. Y cuando son madres siguen arreglándose.
Después también hay mujeres como yo, que nos dedicamos poco tiempo y vamos con cualquier cosa y claro, el día que te quieres arreglar algo más no sabes de dónde sacar el tiempo.
Mi conclusión es que no es cuestión de tiempo, sino de cómo eres. Si siempre has sido de las que se arregla, lo seguirás haciendo cuando seas madre.

He intentado en varias ocasiones dedicar más tiempo a mi aspecto físico: maquillarme, vestirme de una forma más femenina o más arreglada, recordar ponerme los pendientes y pulseras que tengo, hacerme algún peinado diferente a la tan socorrida coleta..., pero de momento siempre ha quedado en un intento.
Quizás con el tiempo.

lunes, 14 de marzo de 2011

La mejor ayuda

Después de unos meses en paro, mi marido volverá a trabajar.
Es la segunda vez que está en casa durante tanto tiempo, y aunque económicamente no es una situación agradable, he de decir que esta vez me ha venido muy bien.
Ha estado conmigo los últimos meses del embarazo de Gonzalo, ayudándome con Rodrigo. Y estará también los dos primeros meses de vida de Gonzalo, ayudándome con los niños y todo lo demás.
Quiero puntualizar que aunque para mí él siempre "podría hacer algo más", está siempre dispuesto a hacer lo que le pidas. Y no es lo mismo estar disponible porque tu tiempo te lo permite, que estar dispuesto a ayudar en lo que te pidan. Y él siempre ha estado ahí, tanto para limpiar, como cocinar, comprar, duchar a los niños, cambiar pañales, llevar al mayor al cole...
Y aunque es lo que tendría que ser, no siempre lo es, y lo sé por experiencia.
Así que tengo que reconocer que cuando me dió la noticia de que volvía a trabajar, además de alegrarme por lo que supone para la economía familiar, también me "molesté" un poco porque pensé "se me termina lo bueno", y me asusté porque pensé también "¿podré con todo?".
Lo de "molestarme" no es algo que me guste reconocer, pero lo sentí y quiero ser sincera.
Siempre me las he apañado yo sola, y no me gusta nada pedir ayuda, pero en cuestiones domésticas pienso que tenemos los mismos derechos y obligaciones, aunque normalmente siempre es la mujer la que carga con la mayoría de tareas. Así que estos meses que mi marido ha estado en casa he sido bastante sargento, y he querido que vea (y experimente en sus carnes) todo el trabajo que comporta llevar una casa, con niños incluídos.
¡¡Ojo!! Esto lo he hecho ahora que está parado; si él trabaja fuera y soy yo la que estoy en casa, el trabajo de casa es mi trabajo, y entonces lo que recibo de él si que es una ayuda, mientras que si ninguno de los dos trabajamos fuera el trabajo de casa se reparte a partes iguales.
Así que llevaba tanto tiempo compartiendo tareas que creo que me había vuelto algo vaga, jejeje.
Y lo de si podré con todo... No soy la primera, ni seré la última que se encuentre en esta situación, y tengo claro que me las arreglaré, de mejor o peor manera.
Cuando Rodrigo también me encontré ante la novedad de la situación, con la duda de si podría atenderlo todo, de cómo me desenvolvería... y aquí estoy, contenta con el resultado.
Además, tengo la suerte de tener a mis padres y mi hermano cerca, y a mis suegros dispuestos a ayudar cuando vienen a vernos.

Gracias a internet conozco a muchas mamás, madres y super madres que se las arreglan con tres niños, una casa, un blog... Leer sus vidas y sus historias me ayuda a reir unas veces y a consolarme otras.
Conozco sin conocer a mujeres estupendas, con vidas lejanas e interesantes con las que comparto una visión de la vida descubierta desde que soy madre. Con ellas puedo hablar sin miedo de mis miedos sobre la maternidad, los hijos, la educación... Ellas no juzgan, escuchan (o leen en este caso), acompañan y aconsejan sólo si tú lo pides.
En sus palabras escritas puedo leer que no soy la única que siente lo que yo siento; que es normal molestarse, asustarse, agobiarse en algunos momentos de esta vida que hemos elegido, pero que a veces nos ofrece resistencia.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Ellos no son rencorosos, pero nosotros les enseñamos

Puedo decir que me encuentro bien de ánimo, aunque hay momentos en los que tengo mis bajones.
En esos momentos no estoy nada orgullosa de mi comportamiento, y acabo actuando como tantas veces le reprocho a otros que lo hagan.

Es habitual que Rodrigo y su padre se peleen. Tienen un carácter tan parecido que chocan muy a menudo.
Esta semana sin ir más lejos se han vuelto a pelear, y se enfadaron mucho los dos. Así que la cosa terminó con que yo me fui a dormir con Rodrigo mientras mi marido se quedaba con Gonzalo. Mientras hablábamos antes de que se durmiera me dice "si guta papá ama mir" (o lo que es lo mismo: me gusta que papá venga a la cama conmigo a dormir). Así que se quedó tan tranquilo cuando yo me levanté y se quedó su padre con él.
Entonces me dí cuenta de lo poco, o mejor dicho, nada, rencorosos que son los niños. Mientras mi marido seguía enfadado con él, el niño ya ni se acordaba de lo que había pasado, sólo quería tener a su padre al lado antes de dormirse.
Esto fue lo que me hizo acordarme de algo que leí en el libro Bésame mucho, de Carlos González.
En la segunda parte del libro habla de que nuestros hijos son buenas personas, desinteresados, generosos, ecuánimes, valientes..., y que saben perdonar.

Su hijo sabe perdonar.
Emilia y su hijo Óscar, de seis años, han tenido una fuerte diferencia de opiniones. Para no perdernos con los detalles, digamos tan sólo que Emilia era partidaria de que Óscar se duchase, mientras que este último se sentía muy limpio. Ha habido gritos, llantos, insultos y amenazas. Un testigo imparcial reconocería que la mayor parte de los llantos han venido de una de las partes del conflicto, y la mayor parte de los insultos y de las amenazas, de la otra.
De eso hace una hora. ¿Cuál de estas personas cree usted que está ahora contenta y feliz, y continúa con sus ocupaciones como si nada hubiera ocurrido, mostrándose incluso inusualmente alegre y zalamera; y cuál, por el contrario, es más probable que esté todavía enfadada, haciendo reproches, rezongando? "Mira, mamá, mira qué hago." "No, mamá no ríe." "¿Iremos al zoo el domingo?" "A ver, ¿tú crees que te lo mereces? ¿Te parece que te has portado bien?"
Arturo, el padre, vuelve ahora del trabajo. ¿Cuál de las siguientes frases le parece que oirá?:
a) "Mamá se ha puesto tremenda esta tarde, no sabes la escenita que me ha hecho. Tienes que decirle algo."
b) "Este niño ha estado toda la tarde muy impertinente, no me hace ni caso. Tienes que decirle algo."
Nuestros hijos nos perdonan, cada día, docenas de veces. Perdonan sin doblez, sin reservas, sin reproches, hasta olvidar completamente el agravio. Se les pasa el enfado mucho antes que a nosotros.


A mí me cuesta mucho que se me pasen los enfados. Hay momentos en los que considero necesario enfadarse con Rodrigo; está en un punto en el que no es suficiente explicarle, las veces que haga falta, que lo que hace no está bien. Y enfadándonos es la única manera que hemos encontrado de que vea que a veces nos disgusta su actitud, que sus acciones tienen consecuencias.
Y a veces me encuentro con que me esfuerzo en que me dure el enfado, en que él se de cuenta de cómo me afecta su comportamiento, de que me gustaría que no hiciera ciertas cosas, de que me gustaría que a veces actuara de otra forma. Y no es justo...
No es justo porque a él los enfados no le duran ni un minuto.
No es justo porque él ni siquira recuerda el motivo del enfado.
No es justo porque él quiere estar contigo y comerte a besos aunque tú, como lección, le hayas quitado el juguete con el que golpeó la mesa.
No es justo, y además es una tontería y una pérdida de tiempo enfadarse de esta manera con un niño.
¿Qué le estoy enseñando con mi actitud? Pues a ser rencoroso, a que no olvide, a que no tenga en cuenta que todos cometemos errores y que nos merecemos la oportunidad de intentar arreglarlos pidiendo perdón...
No veo mal enfadarme; yo también tengo derecho a dar rienda suelta a mis sentimientos, a poder expresar cuando algo me enfada o me disgusta, y quiero que él también aprenda a hacerlo. Que pueda reconocer sus sentimientos y emociones para poder expresarse, pero sin ser esclavo de sus reacciones.

Así que si quiero que él aprenda, yo tengo que enseñarle, predicar con el ejemplo.