Que algo me llame la atención es solo una primera toma de contacto en busca de más detalles que me ayuden a tomar una decisión.
No funciono así en todas las áreas de mi vida, pero sí con las lecturas.
En esta de la que os voy a hablar lo que captó mi interés fue que se desarrolla en un pequeño pueblo de Castellón y que el protagonista era repartidor de chucherías. Me pareció cercano lo primero y original lo segundo. Lo que me hizo decidirme fue que su sueño era el de sentirse escritor.
«Sentirse» es la palabra que utiliza, no «ser»; eso me parece una diferencia muy significativa y un tema sobre el que se podría escribir mucho.
Miquel es un soñador que cree que no encuentra una historia que contar porque su vida no es lo suficiente interesante. Por eso, y aquí una muestra de lo novelero que es, no se le ocurre otra cosa que convertirse en escolta al servicio del Ministerio del Interior del Gobierno de España.
Cuando lo destinan a Navarra no imagina muchas cosas: que su nombre cambiará a Mikel; que un año después su mujer le dirá que prefiere ser una mujer divorciada a una mujer viuda; que aprenderá a matar.
Ahora que su vida es interesante y emocionante, no tiene tiempo para escribir ni control sobre ella.
Las ilustraciones que acompañan a la historia son crudas, como la realidad que relatan.
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Esta novela no nos descubre nada nuevo, «solo» nos recuerda lo que todavía existe.