Hay cosas que no puedo hacer con Rodrigo, o mejor dicho, que no puedo hacer como yo quisiera, o como estaba acostumbrada a hacerlo.
Ahora ya no voy a un restaurante y disfruto tranquilamente y sin levantarme de la mesa más que para ir al baño; ahora me como el plato frío o se lo come él si hace falta.
Cuando voy a comprar con él tengo presente la posibilidad de hacerlo entre carreras por los pasillos del supermercado, dejándome lo menos importante o llevándome algo que no está en la lista de la compra.
Si vamos al parque lo hago mentalizada de que cuando yo diga "nos vamos" hay un 99% de posibilidades de que no lo hagamos a la primera, ni a la segunda,...
Ahora los paseos, los recados, el camino hacia el colegio y cualquier salida de casa son a su ritmo.
Si me encuentro por la calle a alguien y me entretengo hablando la conversación dura el tiempo que Rodrigo encuentre otra cosa más interesante que hacer.
Hace tiempo que no veo películas, no me queda tiempo ni ganas.
Ya no tengo la casa todo lo limpia y ordenada que quisiera.
¿Y porqué siempre vemos lo que no tenemos o no podemos hacer? Hay un momento para cada cosa; aceptemos y disfrutemos de lo que tenemos ahora, es nuestra recompensa. Lo que tenga que llegar, ya llegará.
Si me apetece salir a un restaurante y comer tranquila lo hago cuando Rodrigo se queda con mis padres o mis suegros. Y sino surge la oportunidad, pues no pasa nada, ya surgirá.
Si voy a comprar con él ya se lo que hay, así que no me enfado con el niño porque no me deja concentrarme en la lista de la compra.
Lo mismo cuando vamos al parque. Si me pongo en su situación hay que reconocer que toca mucho las narices tener que irte de un sitio en el que te lo estás pasando estupendamente cuando alguien te lo diga, y no cuando a tí te apetezca. Por eso lo hacemos poco a poco y con tiempo. Unos minutos antes de la hora que me quiero ir se lo voy avisando y le voy explicando lo que vamos a hacer; y aunque, como es normal, el siempre quiere quedarse más, con el tiempo voy comprobando que el método funciona, y que cada vez cuesta menos iniciar el camino de vuelta.
Es increíble la de cosas que se pueden mirar, tocar, saltar, pisar, rodear, subir y bajar en el tayecto que hay de casa a cualquier lugar. Sino fuera por Rodrigo, no me hubiera dado cuenta.
Más de una vez he ido de paseo con alguien que se ha encontrado a otro alguien y se han parado a hablar. Alguna vez no me ha interesado la conversación, o simplemente no me apetecía pararme, pero por eso que llamamos educación he esperado con mala gana e impacientemente que terminaran de hablar para poder seguir disfrutando del paseo y la compañía de mi acompañante. Y lo que realmente me hubiera gustado decir es "ya hablarás en otro momento, ahora estás conmigo" (suena a egoismo y mala educación ¿no?)
Si alguna vez intento ver una película mientras el duerme, la dejo a medias y sin problemas cuando me llama porque se ha despertado. Muchas veces me quedo dormida con él, sin acordarme siquiera de que lo que estaba viendo.
Desde que ni me obsesiona, ni me quita el sueño (antes me lo quitaba, os lo aseguro) la limpieza de la casa, soy más feliz, disfruto más de las visitas y de los niños que vienen a casa. Quiero aclarar que limpio, y aunque sea muestra de poca modestia, tengo una casa limpia y ordenada que ya quisieran algunas. Pero antes no conseguía concentrarme en disfrutar porque centraba toda mi atención en todo lo que se podía manchar, y he descubierto que cuanto menos te obsesionas, menos se mancha. Ahora tengo marcas de dedos por todos lo muebles de la casa, también de algún golpe con los juguetes, manchas de esas que sólo los que tienen hijos saben cómo es posible que hayan llegado hasta ahí, y juguetes en cada rincón de la casa.
Vamos, que tengo un niño de casi tres años, y eso se hace notar.
No cambio nada de lo que tengo o no tengo en estos momentos, esta es mi vida y así soy feliz.
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