Soy dos, o más.
Por un lado soy siempre la misma, a la que puedes predecir, la que conoces y de la que puedes decir cómo es.
Pero también soy otra: esa que tiene pensamientos que no comparte con nadie, esa que hace cosas que no aprueba en público, esa otra cara, la de otro color, que no necesariamente tiene que ser la oscura.
Creo, estoy convencida, de que todos somos dos, como mínimo. Por muy abierta que sea una persona, por mucho que parezca que lo cuenta todo y no tiene secretos, seguro que hay cosas que no dice, que no comparte. Lo entiendo y lo respeto, de hecho, creo que es necesario.
Yo, y mi otra yo, estamos en constante cambio. Nos complementamos, nos equilibramos, y a veces nos molestamos la una a la otra. Hemos crecido mucho y cada vez nos gustamos más. Además, me he dado cuenta de que últimamente nos damos paso, nos buscamos, ya empezamos a conocernos lo suficiente como para saber en qué momento estará más cómoda una, u otra.
Cada vez mimo más y me cuesta menos darle el reconocimiento que se merece, a mi otra yo.
A veces me pregunto cual de las dos está más reprimida, porque lo que tengo claro es que las dos lo están.
El caso es que la quiero, y que yo también me quiero, cada vez más.
Yo, y mi otra yo, estamos en constante cambio. Nos complementamos, nos equilibramos, y a veces nos molestamos la una a la otra. Hemos crecido mucho y cada vez nos gustamos más. Además, me he dado cuenta de que últimamente nos damos paso, nos buscamos, ya empezamos a conocernos lo suficiente como para saber en qué momento estará más cómoda una, u otra.
Cada vez mimo más y me cuesta menos darle el reconocimiento que se merece, a mi otra yo.
A veces me pregunto cual de las dos está más reprimida, porque lo que tengo claro es que las dos lo están.
El caso es que la quiero, y que yo también me quiero, cada vez más.
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