Es de mala educación, lo sé, pero no puedo evitarlo.
¿Cómo no mirarte? ¿Cómo dejar de preguntarme qué es lo que ha hecho que estés así?
Y ¿cómo estás? Pues en los huesos.
Tendrías que parecer ligera como una pluma, ágil como una gimnasta, y sin embargo parece que tu esqueleto no puede con lo que cubre tus huesos, con esa fina capa de piel, que casi podría recordar a la seda a punto de resbalar y dejar al descubierto lo que hay debajo: tus huesos.
Si te miro, puedo imaginarme cómo soy yo debajo de toda esta carne que me cubre. Los huesos de los pómulos, los de las muñecas, los de las manos, las rodillas marcándose bajo esos pantalones que por muy pequeños que sean, te quedan enormes.
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