domingo, 25 de noviembre de 2018

Hay libros que necesitan más tiempo

Hay libros que, aunque no me dejan indiferente, no me acaban de gustar cuando termino de leerlos. 
Este es uno de ellos.


Pero como me ha pasado con otros, es de esos libros que cuanto más tiempo pasa después de haberlos leído, más te gustan. 
He tenido tiempo de pensarlo, de "verlo desde lejos", de mirarlo desde otra perspectiva, y me he dado cuenta de que es una historia triste, pero bonita. 
Al final del libro, cuando ya conozco toda la historia de Rosario y Milagros, me es más fácil entender su forma de ser y de actuar. Aunque no puedo quitarme de encima la idea de que esos nombres no deparan un destino fácil.

"Qué raros son los recuerdos que nos hacen disfrutar de una felicidad de la que no nos dimos cuenta y con la que no fuimos felices".

"Todos somos muy perspicaces a la hora de predecir el pasado, pero en el presente la mitad de las cosas pasan delante de nuestros ojos sin que nos demos cuenta de su verdadero sentido".

"A lo mejor tendríamos que haberlo hecho más profundo, Milagros, por seguridad -dije, utilizando ese plural absurdo que se emplea a veces cuando no has hecho nada".

"Los niños quieren a sus madres, aunque estén locas, aunque sean drogadictas, aunque sean borrachas, pero ese amor incondicional que todo lo perdona se acaba, como cortado de raíz, si la madre se quita la vida".

"La mañana en que enterramos al niño cada uno de nosotros rumiaba su futuro, ventilábamos al aire fresco nuestras intenciones más inmediatas. A Morsa no le hizo falta ponerme un ultimátum, ni pronunciar ningún discurso, ni declararse, ni dejarme. Fui yo, la que después de leer los Salmos, tomé la decisión. Le vi allí, de espaldas, con las manos en los bolsillos, de pronto me pareció un hombre al que podría llegar a querer o al que a lo mejor ya estaba queriendo. Pensé que hay cualidades en las personas que no apreciamos hasta que no las vemos actuar sin que ellas sean conscientes de nuestra mirada. Él no sabía que yo lo estaba mirando, así que no había ninguna afectación en su presencia, ni la sonrisa de medio lado, ni su afán de parecer interesante, no quería darme a entender nada con sus gestos. Estaba simplemente allí, entregado al paisaje, mirando, oliendo, pensando en el futuro, cogiendo el cigarro entre los dedos como antes lo hacían los hombres, con la brasa mirando hacia la palma de la mano, diciéndose a sí mismo, ¿a quién tengo yo en la vida? Deberíamos ver a las personas, pensé, cuando estas creen que no las miramos".
Así es como nos enamoramos, observando a la persona, descubriendo sin querer miradas y gestos que nos atrapan y dan calor al interior de nuestro cuerpo. Observando descubrimos a la persona que hay debajo de todo eso que el otro muestra porque piensa que nos va a gustar más, sin saber que para nosotros ya es perfecto como es.

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