Es una de las pocas cosas por las que discutimos cada vez que lo hablamos. Cada uno explicamos nuestro punto de vista, mil veces, y seguimos sin entender el del otro.
Lloré en aquel capítulo de Friends, no por la discusión con quien es hoy mi marido, y en aquel momento era mi novio, sino por lo triste que me pareció.
Mi marido pensaba como Ross, yo como Rachel... y seguimos pensando igual. En alguna ocasión hemos vuelto a tantear el tema: "¿Sigues pensando igual?" Nos hemos preguntado. "Sí". Hemos respondido. No hay nada más que hablar.
Hoy hemos tenido una de esas diferencias de opiniones en las que aunque no tratemos de convencer al otro, intentamos explicar por qué creemos que tenemos razón. Nos repetimos como un disco rayado hasta que alguno de los dos se da cuenta de que los niños nos miran asombrados y nos preguntan si estamos discutiendo. Les decimos que no, que estamos intercambiando opiniones.
Es algo más que un intercambio de opiniones. Están acostumbrados a vernos hablar, a conversar, a escuchar los argumentos del otro, pero esto es diferente. Nos repetimos, alzamos la voz, nos volvemos a repetir, ninguno termina haciendo una broma.
Nos pasa pocas veces, pero de vez en cuando nos pasa.
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