martes, 17 de julio de 2012

Cuando no hay relevo


Intento que no pase, pero hay días en los que "necesito" que mi marido venga a comer para aprovechar esa hora y media en la que puede echar un ojo a los niños mientras yo me ducho, subo a la terraza a tender la ropa, o quiero hacer alguna de las cosas que se hacen más rápido y mejor sin niños de por medio.
Y aunque intento que no pase, hay días en los que, inexplicablemente, se tuercen las cosas de tal manera que espero las dos y media del medio día en candeleta.
Normalmente el papi llega a comer, yo hago lo que tengo que hacer y todos contentos. Pero también me ha pasado que algunos de esos días no ha venido; media hora antes de lo que suele llegar me llama para decirme que hoy no come en casa. Y ese día, si parecía que las cosas no podían ir peor, pues sí que pueden hacerlo...
Y es esos días, sobre todo, cuando me acuerdo de las madres (también habrá algún padre, pero la mayoría siempre son madres) que no tienen relevo. Que ya sea por lo que sea, no disponen de esa hora y media para delegar, que al final del día no tienen a nadie con quien comentar la jornada o tomar la decisiones importantes para el futuro de los niños.
Supongo que pueden ser infinitas las circunstancias que lleven a una madre a criar sola a sus hijos. Sola porque no tiene a nadie, sola porque aunque lo tenga es como si no lo tuviera, sola porque lo ha elegido, sola porque no le han dado opción a elegir.
Yo cuento con mi marido, con mis padres, con mi hermano, con mis suegros cuando están, incluso tengo amigas que se me harían el favor de ocuparse con los niños en un momento puntual, pero... ¿y quién no tiene nada de todo eso? Tiene que ser duro, muy duro.

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