No siempre tengo la paciencia y la lucidez necesaria para aplicarlo, pero he comprobado que si desde que le pido a Rodrigo que haga algo, hasta que él lo hace, le diera de tiempo lo que a mí me cuesta contar hasta diez (o quince, o veinte a veces), evitaríamos muchos nervios, enfados y conflictos innecesarios.
Y es que no entiendo cómo espero que haga lo que le digo antes de YA, cómo espero de él una capacidad de reacción que no tiene ni mi propio marido.
Y la mayoría de las veces, cuando hablamos entre nosotras y decimos de nuestros hijos que si "tiene el día torcido", que si "se ha levantado con el pie izquierdo", que si "está raro", creo que no son ellos, que somos nosotras las que no gestionamos bien ciertos momentos y nos faltan recursos para salir airosas de ciertas situaciones.
Poco a poco consigo tener presente este truco (el de contar hasta diez), pero aún así hay días en los que él me gana y con lo de contar no hay suficiente. Hay días en los que no me tendría que haber levantado de la cama, en los que todo me sabe mal y cualquier reacción de los niños que contraríe lo que yo quiero me la tomo como un desafío por su parte.
Porque, ¿y esas veces en las que le dices al niño que deje de pegar golpes en la pared y él te mira, da un golpe más, y después te dice "vale"?
Porque a veces no somos un niño y un adulto, a veces somos dos niños peleando por tener la última palabra...
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