martes, 7 de agosto de 2012

Calor

Lo que menos me gusta del verano es el calor: prefiero el invierno, el frío. Llevo mejor lo de ponerme cuatro mangas para abrigarme, que estar sudando todo el día, lleve la poca ropa que lleve. También hay que decir que en la zona en la que vivo los inviernos no son nada duros, ni demasiado fríos, así que quién sabe cómo llevaría lo de vivir en un lugar en el que se pasan el invierno bajo cero y no pueden salir de casa.

Todo en la vida tiene sus pros y sus contras, y el verano no es diferente. Lo que pasa es que algunos de esos pros y contras han cambiado desde que tengo hijos.
Los contras (para mí) que no han cambiado son que como tienes las ventanas abiertas, se escucha todo lo de la calle como si lo tuvieras metido en casa, incluida esa moto que lleva el motor de un reactor en el momento más interesante de la película. O ir a comprar al supermercado de siempre y encontrártelo lleno de gente que está de vacaciones, que compran en grupo de no menos de cuatro, sin prisa, parándose en medio de los pasillos, y tomándose media hora para decidir si compran peras o manzanas...
Y algo que no me molestaba y que ahora puede ponerme muy nerviosa, son los niños que vienen a jugar al balón en mi calle, que es peatonal, a la hora que el pequeño duerme la siesta. Y ya se que el verano es para jugar en la calle, y que los niños son niños, pero no puedo evitar acordarme de sus padres cuando me despiertan al niño. ¡Y pensar que quizás el día de mañana será otra la que se acuerde de mí cuando sean los míos los que jueguen al balón!

Pero bueno, el verano también tiene muchos pros, muchos alicientes que hacen que sea la mejor época para otras muchas cosas, y de estas las que más me gustan son las que he descubierto, o las que me gustan, desde que tengo hijos.
Este es el segundo verano desde que Rodrigo empezó el colegio y disfruto mucho de tenerlo en casa y estar todo el día con él.
Esto me recuerda que el año anterior hubo mucha gente que me recomendó, incluso advirtió, de que como no apuntara a Rodrigo a alguna escuela de verano me volvería loca con los dos, que las vacaciones se me harían eternas. También me dijeron que al niño le hacía falta, que necesitaba seguir con la rutina de madrugar y de estar con más niños. Y no fue así. De hecho este verano se me está pasando rapidísimo, y valoro estos meses mucho más desde que Rodrigo va al colegio, porque está conmigo en casa. Y no, ni le hace falta madrugar ni estar con un montón de niños más que no conoce, ya tiene bastante con sus compañeros de clase durante el curso (dicho por él mismo).
Durante el día duerme la siesta si quiere, y por la noche nos vamos a la cama cuando tenemos sueño. Por la mañana, a no ser que tengamos que ir a algún sitio, se levanta cuando se despierta, y siempre de buen humor, ya que ha dormido lo que le hace falta.
Soy consciente de que podemos permitirnos estos horarios porque yo no trabajo, por eso lo disfruto mucho más. La única rutina es la que nosotros nos marcamos, e intentamos no tener muchos compromisos ni obligaciones, para poder hacer en cada momento lo que nos apetece. Además, siempre he pensado que el verano es para no madrugar, para ver dibujos, para jugar, divertirse, para descansar de todo lo que tenemos que hacer el resto del año, para estar de vacaciones...

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