Tengo una amiga, que su hijo tiene ocho meses más que Rodrigo, que ya me avisó de que cuando cumplen tres años los niños cambian, se hacen más movidos.
Yo pensé dos cosas. Primero, que comparado con Rodrigo su hijo (para mí) es muyyy tranquilo, y claro, con que se hubiera "espabilado" un poco a ella le podía parecer que se había convertido en un niño movido. Y segundo, ¿podía ser más movido todavía Rodrigo?
Pues no sé si es porque ha cumplido tres años, y si la palabra es movido, pero en estos días hemos notado un claro cambio en su comportamiento. Aunque yo soy más partidaria de pensar que han sido un cúmulo de circunstancias las que han propiciado este cambio y no una fecha en concreto.
Se le han juntado las actividades propias de estas fechas en el colegio, estar en casa enfermo con anginas, la celebración de su cumpleaños en casa y en el colegio, las vacaciones, pasar unos días en Zaragoza con visita a urgencias incluida, y volver a casa para seguir de vacaciones y en un ambiente totalmente festivo. Son motivos más que suficientes para estar algo alterado ¿no? Y eso sin contar con que me queda menos de un mes para dar a luz y mi barriga, más que evidente, me impide cogerlo todo lo que quisiera y jugar a ciertas cosas.
¿Le justifico, le defiendo? Pues sí; aunque a veces me pregunto si no estoy perdiendo la perspectiva, si con tanto ponerme en su lugar lo único que hago es pasarme al bando de las madres que piensan que su hijo no hace nada mal.
No, ahora en serio. ¿Tantos cambios en tan poco tiempo no son motivos suficientes para estar... llamadlo como queráis?
El problema no lo tienen los niños, lo tenemos los padres que somos los que no sabemos como reaccionar ante sus demandas, como entender lo que nos piden, lo que necesitan. Les pedimos que ..., ¡bueno, que estoy diciendo! ¡No les pedimos nada! Nos los llevamos de aquí para allá, los incluimos en celebraciones de las que no saben nada, vamos arriba y abajo visitando a familiares y amigos que ellos apenas conocen, les cambiamos los horarios y la rutina... ¿Y qué esperamos entonces?
Aquí, los pobrecitos, los mátires, no somos los padres, sino los niños, que no tienen sufiente con subirse al tren de los adultos que aún encima tienen que ponernos las cosas fáciles.
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