Tengo muchas ganas de ver a Gonzalo, tenerlo entre mis brazos, darle el pecho y repetir todo lo que añoro de cuando Rodrigo nació.
Cuando intento imaginar cómo será todo en este segundo parto, segundo puerperio, segunda maternidad, no puedo evitar pensar en Rodrigo, en cómo ha sido todo con él.
Y casi cada pensamiento que empiezo con Gonzalo, lo termino con Rodrigo.
Cuando pienso en qué momento me pondré de parto, pienso en si sería mejor en fin de semana, para que Rodrigo pueda venir al hospital en cualquier momento, o entre semana, para que él vaya al colegio y note lo menos posible mi ausencia.
Cuando me imagino a Gonzalo dentro del cuco, moviéndolo de aquí para allá en casa, pienso en si Rodrigo no lo utilizará de coche y nos lo encontraremos haciendo carreras.
Cuando pienso en las veces que tendré que levantarme por la noche para darle el pecho, me preocupa que Rodrigo se pueda despertar y pase sueño.
Y así en casi cualquier cosa; pero supongo que es normal. Porque aunque por una parte estoy más tranquila porque cuento con la experiencia de un primer hijo, y dudas que tenía antes ya no las tengo, ahora me enfrento a la inexperiencia de ocuparme de dos niños, de no dejar de atender al mayor mientras me ocupo del pequeño.
Una amiga que tiene tres hijos (de 7, 4 y casi 3 años) me dijo que se arrepentía de “haber hecho mayor” al primero cuando llegó el segundo. Y esa debe de ser una de las cosas que se hacen sin darse cuenta, a las que te ayuda la gente con los comentarios típicos (¿todavía llevas chupete? Pues si tú eres el mayor; no llores, sólo lloran los bebés, tú ya eres grande; ¿aún no te vistes solo? Con lo grande que eres..., y como estos muchos mas) y que tú misma refuerzas cuando el mayor vuelve a reclamarte como cuando era bebé y tienes miedo de satisfacerlo por si haces mal, por si lo estás consintiendo.
Que lo hayamos convertido en el hermano mayor no quiere decir que como persona esté preparado para serlo. Que ahora tengamos en casa un bebé que necesite de cuidados y atenciones constantes no quiere decir que él deje de necesitarnos, o que tenga que aprender a lavarse los dientes y a vestirse solo de golpe, simplemente porque haya llegado el otro, por ejemplo.
Para mí Rodrigo todavía es pequeño, sólo tiene 3 años, hasta hace bien poco era un bebé. No me imagino privándole de atenciones y cariños por su edad, por su tamaño. Y ni me lo imagino, ni quiero hacerlo, así seguiré achuchándolo, besándolo y abrazándolo como he hecho desde que nació hasta ahora.
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