Antes que ella llega el sonido de sus tacones, de andar ligero y decidido.
De figura esbelta, erguida, carga al hombro con la bolsa en la que lleva todo lo necesario para irse tan perfecta como ha venido. Incluso una percha.
Llega perfecta, se va perfecta, ese parece su estado natural.
Deja la bolsa sobre el banco y saca la percha, que cuelga de la puerta de una taquilla. Se quita la ropa ordenadamente, y prenda a prenda, la coloca con cuidado en la percha, siempre con el mismo último gesto, pasar la palma de la mano para quitar posibles arrugas.
Cuando lo único que le queda por quitarse es el bañador, prepara lo que necesita para ir a la piscina. Guarda la bolsa en la taquilla y en la barra de la parte superior cuelga la percha, llena de ropa lisa y ordenada, que coloca con cuidado para que en ese espacio tan pequeño no se arrugue nada.
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